
La pelĆcula argentina āRelatos salvajesā consta de seis episodios, aparentemente independientes entre sĆ, pero unidos por un mismo eje comĆŗn: la espiral del conflicto cuando ninguna de las partes en liza es capaz de ponerle freno mediante una mĆnima concesión. Especialmente significativo, en ese sentido, es el que protagonizan Leonardo Sbaraglia y Walter Donado, conductores el uno de un flamante Audi A4 y el otro de un decrĆ©pito Peugeot 504. Ambos se encuentran en una empinada cuesta, y cuando el primero intenta adelantar al segundo, Ć©ste se empeƱa en impedĆrselo. El del Audi finalmente lo logra y (como era de esperar) al hacerlo insulta y dirige gestos obscenos al otro. Algunos kilómetros despuĆ©s, el Audi se ve obligado a detenerse por un pinchazo, el Peugeot le alcanza y se detiene delante suyo, momento a partir del cual se desencadena una imparable espiral de violencia, que termina con la muerte de ambos carbonizados en el interior del Audi. Interrogado por los infaltables periodistas, el comisario que dirige la investigación indica que su hipótesis de partida es ācrimen pasionalā.
Obviamente, se trata de pura ficción, pero cargada de simbolismo. Y no puedo evitar referirlo a la actual situación de Izquierda Unida, y particularmente a su federación de Madrid (IU-CM) y sus conflictos internos.
Como supongo que es sabido por los lectores, este conflicto tiene dos aristas:
- La exigencia, por parte de la dirección federal y una parte de la militancia madrileƱa, del cese y expulsión de los portavoces de IU-CM en el Ayuntamiento de la capital y en la Asamblea de Madrid, Ćngel PĆ©rez y Gregorio Gordo, por su presunta responsabilidad polĆtica in vigilando en el caso de las tarjetas opacas de Caja Madrid.
- Los criterios a seguir frente a las propuestas para la formación de candidaturas comunes de la izquierda, en principio (y por el momento) sólo para el Ayuntamiento capitalino y (en estado aún embrionario) algunas otras localidades importantes de la Comunidad.
Siendo militante de esta organización y residiendo en la Comunidad de Madrid (aunque no en la capital), me es imposible mantenerme neutral frente a esta situación, ni lo pretendo. Pero, en aras de no echar mÔs leña al fuego, procuraré tomar cierta distancia y esbozar algunas explicaciones que creo que pueden facilitar al menos una comprensión algo mÔs amplia de la problemÔtica que nos aqueja, introduciendo ciertos elementos quizÔ no considerados hasta ahora.
TambiƩn en aras de ese distanciamiento, dejarƩ de lado el rifirrafe sobre el cese de los portavoces, que considero un mero pretexto encubridor del problema de fondo, que es el de la convergencia, sus modalidades y sus limitaciones.
En un artĆculo publicado en este mismo medio relataba el proceso que dio lugar a la fundación, en el Uruguay de 1971, del Frente Amplio y sus principales caracterĆsticas organizativas, que, a mi juicio, constituyen una parte sustancial de la explicación de su longevidad, y de su (muy posterior) Ć©xito electoral. Y seƱalaba las similitudes entre la actual coyuntura espaƱola y la uruguaya de finales de la dĆ©cada del 60 y principios de la del 70 del siglo pasado, pero tambiĆ©n sus diferencias, tanto desde el punto de vista legislativo como (sobre todo) idiosincrĆ”tico.
No me extenderĆ© nuevamente al respecto, los lectores pueden consultar el artĆculo si desean profundizar sobre la cuestión. Simplemente, quiero reiterar que el Frente Amplio es uno de los pocos ejemplos actualmente existentes de unidad popular que ha logrado sobrevivir durante mĆ”s de cuatro dĆ©cadas, superar 12 aƱos de durĆsima represión y (aĆŗn mĆ”s difĆcil) gobernar durante una dĆ©cada completa y conquistar una tercera legislatura sin romperse. Ese solo hecho ya le convierte en un caso digno de estudio y reflexión para quienes estamos convencidos de la necesidad de algĆŗn tipo de unión de las fuerzas de izquierda en este paĆs, como Ćŗnica forma de abrir paso a un cambio real del modelo económico y social que tanto sufrimiento estĆ” infligiendo a tantĆsima gente. Y que la modalidad adoptada para ese proceso de convergencia (la de coalición electoral) me sigue pareciendo la mĆ”s aconsejable y fĆ©rtil para lograr ese propósito, al menos en una primera etapa.
Aunque quizĆ” resulte un tanto obvio para los mĆ”s informados, comenzarĆ© por explicar los posibles modelos (reales, no formales) a disposición para esos procesos de convergencia y describir la actualmente adoptada en el caso de la ciudad de Madrid, para luego explayarme algo mĆ”s sobre las dificultades que plantea dicha opción y las razones por las que sostengo que la coalición constituirĆa una solución mĆ”s equilibrada y respetuosa para todas las partes implicadas.
Al igual que entre las empresas, las uniones o fusiones entre partidos polĆticos pueden darse (muy en sĆntesis) bajo tres modelos diferentes:
- La absorción de uno(s) por otro: fue lo que sucedió en el proceso de unificación socialista durante la transición, y lo que el PSOE pretendĆa con el resto de la izquierda no nacionalista en los 90, con la idea de la ācasa comĆŗn de la izquierdaā
- La disolución o dilución de varias organizaciones preexistentes en una nueva: Ć©sta era la idea original de Ganemos Madrid (aunque quizĆ” sus promotores no lo reconozcan asĆ).
- La coalición entre varias formaciones, que conservan su identidad primigenia pero añaden a ella una nueva, la formada por la estructura suprapartidaria. Es el modelo (al menos formal) adoptado en la fundación de Izquierda Unida y (mucho mÔs clara y exitosamente) por la Unidad Popular chilena o el Frente Amplio uruguayo en la segunda mitad del siglo pasado.
Como ya he seƱalado, en el caso de Ganemos Madrid el formato adoptado (implĆcita mĆ”s que explĆcitamente) parece responder al segundo modelo, en la medida en que desde un principio se planteó que todos los posibles candidatos compitieran en primarias de forma estrictamente individual, sin el respaldo de sus respectivas identidades partidarias, se proscribĆa el voto āen planchaā, etc. Aunque la alianza con Podemos ha forzado a introducir modificaciones importantes en el formato primigenio, que le convierten en una especie de hĆbrido entre el primero y el segundo modelo: si bien se mantiene la prescindencia de las identidades partidarias, se permite el voto āen planchaā, se aumenta el nĆŗmero de elegibles en las primarias, etc., todo lo cual tiende a favorecer la preeminencia de esta organización sobre el nĆŗcleo municipalista fundacional y la posibilidad de que Podemos termine por copar la mayor parte de los puestos āde salidaā en la lista final.
AsĆ las cosas, Izquierda Unida se encuentra en una situación de clara desventaja, puesto que se habĆa integrado āde factoā en Ganemos mucho antes de los acuerdos con Podemos, por lo cual su identidad quedarĆa irremediablemente diluida en una de las āpatasā (y no precisamente la hegemónica) de la unión. Es decir que se ve obligada a renunciar a su identidad sin una contrapartida clara por parte de Podemos.
Y esta desventaja se agrava por las peculiaridades de la forma jurĆdica pactada, la de āpartido instrumentalā, cuyas condiciones de viabilidad y funcionamiento no estĆ”n demasiado claras, sobre todo de cara al futuro.
En primer lugar, al renunciar a la marca IU, se pierde el derecho a los espacios publicitarios gratuitos y a las subvenciones para publicidad electoral (cifrados en unos 580.000 euros), que sólo se otorgan a partidos con representación en el consistorio saliente.
Pero los interrogantes mĆ”s importantes se plantean hacia el futuro: segĆŗn los acuerdos Ganemos-Podemos, el partido instrumental āAhora Madridā estĆ” destinado a disolverse una vez pasadas las elecciones, aunque no se fija el momento exacto de dicha disolución ni el órgano que lo decidirĆ”. Y la disolución formal de āAhora Madridā dejarĆa en una especie de limbo jurĆdico al Grupo Municipal resultante, puesto que, al no representar a ningĆŗn partido ni organización, Ć©ste deberĆa disolverse a su vez y sus integrantes no representarse mĆ”s que a sĆ mismos (como āno alineadosā), perdiendo con ello el derecho a las subvenciones a los grupos municipales.
Incluso en el supuesto (poco probable) de que āAhora Madridā se mantuviese vivo durante toda la legislatura, resta por resolver el espinoso problema de la distribución de los recursos entre las organizaciones y personas integrantes del acuerdo, cuya fórmula (al menos segĆŗn la información de que dispongo en este momento) aĆŗn no estĆ” determinada, ni siquiera esbozada.
Es obvio que todas estas cuestiones afectan de manera crucial a la supervivencia de las organizaciones preexistentes y, en particular, a la de IU, que es la que mayores dotaciones estructurales (en tĆ©rminos de locales, organización, etc.) aportarĆa. Y parece difĆcilmente aceptable ceder tales estructuras, organización y experiencia a un experimento destinado, desde su fundación, a desaparecer a corto plazo, y localizado en un Ćŗnico Ć”mbito municipal.
Resulta inevitable preguntarse quĆ© pasarĆ” con la āmarcaā, las infraestructuras y la organización de IU en la ciudad de Madrid una vez disuelto el partido instrumental, por una parte, y cómo mantener viva la organización en el Ć”mbito autonómico, donde no parece haber la menor posibilidad de acudir a un modelo de convergencia similar, por otra.
Y si extrapolamos el experimento a otros municipios, situados en Comunidades multiprovinciales, se plantea otro problema aƱadido: el de la representación en las diputaciones provinciales, que gestionan importantes recursos para financiar infraestructuras y servicios destinados particularmente a los municipios menos poblados y, por lo tanto, menos capaces de autofinanciarse. Pues al ser un partido de carĆ”cter estrictamente local, sus concejales no se sumarĆan a los de otros partidos similares de la misma provincia, a efectos de la elección de diputados provinciales que, como es sabido, es de carĆ”cter indirecto y depende del nĆŗmero de concejales y no del nĆŗmero de votos obtenidos.
Pero a esta serie de dificultades jurĆdicas y económicas viene a sumarse otro factor, de carĆ”cter mĆ”s subjetivo, que no suele tenerse en cuenta aunque, en mi modesta opinión, no carece de relevancia: el sentimiento de identidad y el sentido de pertenencia que se genera entre los militantes de una organización por el solo hecho de compartir una ideologĆa y una actividad, sentimiento que tiende a acrecentarse cuanto mĆ”s extensa y duradera en el tiempo sea esa comunidad de ideas y tareas. Y en ese sentido, las diferencias entre la militancia de IU y la de las restantes organizaciones llamadas a integrar el acuerdo son evidentes, puesto que la primera lleva ya casi 30 aƱos a sus espaldas, mientras que las restantes apenas unos meses.
Pedirle, por lo tanto, a la militancia de IU que abandone su identidad como organización y como grupo humano exige un sacrificio mucho mayor que al resto, sacrificio difĆcil de asumir en aras de un proyecto que se autodefine meramente coyuntural, de carĆ”cter puramente tĆ”ctico-electoral, y destinado, desde su concepción, a no perpetuarse mucho mĆ”s allĆ” de los comicios para los que se le ha formado.
Creo fƔcilmente comprensible que la generosidad que se demanda a la militancia de IU dista mucho de ser simƩtrica, y por ello tiende a resultar lindante con la ingenuidad: unos renuncian a lo que casi no tienen, tanto material como espiritualmente, mientras a los otros se les exige renunciar a las infraestructuras que con mucho esfuerzo han logrado construir y mantener y, sobre todo, a ser quienes son.
Esto no quiere decir que la convergencia no sea posible ni deseable: es necesaria y urgente, pero para ello hay que plantearla en términos mÔs equilibrados. Por ello, pensamos que la coalición es una fórmula mÔs adecuada, al menos en una primera etapa, en la medida en que propone superponer una nueva identidad a las ya existentes, sin exigir por ello la renuncia a la que se tiene.
Es posible que, a posteriori, la experiencia del trabajo en comĆŗn, la elaboración de un discurso compartido, faciliten la preeminencia de esa nueva identidad sobre las originarias de las organizaciones coaligadas, pero ese proceso requiere mucho mĆ”s tiempo y no puede imponerse por decreto-ley. Y sólo serĆ” posible si renunciamos a cualquier intento de hegemonĆa de unos sobre otros, si abrimos espacios igualitarios a la militancia de todas las organizaciones integrantes del acuerdo de coalición.
Y, sobre todo, si sabemos respetar los ritmos y los tiempos de cada organización, que no pueden ser iguales para todas, en la misma medida de la heterogeneidad de sus respectivas historias y vivencias.
En definitiva, convergencia sĆ, y cuanto antes, pero en tĆ©rminos de mĆ”ximo equilibrio y respeto mutuo a las necesidades materiales y afectivas de cada militante y de sus organizaciones, sin hegemonĆas determinadas en función de (supuestos y volĆ”tiles) pesos electorales otorgados por los sondeos de intención de voto. Y, sobre todo, pensadas como proyectos a largo plazo y no meros montajes coyunturales destinados a perecer una vez cumplida su función puramente acumulativa.
Como afirmaba en mi artĆculo ya citado: āde Ć©sta sólo saldremos si conseguimos tirar todos en la misma dirección, respetando nuestras diferentes identidades con el debido pluralismo, pero siendo capaces de ponerlas todas ellas al servicio de la causa comĆŗnā.
Porque el proceso de cambio que buscamos no serÔ posible sin una transformación profunda en la conciencia social, y por lo tanto serÔ lento y exigirÔ mucho esfuerzo, constancia y una voluntad permanente de unidad en la lucha común por encima de todo.
En eso consiste, a mi juicio, la āventana de oportunidadā que nos brinda la coyuntura actual: Ć©ste es el momento de sembrar, ya llegarĆ” el de recoger. Y de paso, una pregunta que puede parecer tonta pero no lo es tanto: Āæpor quĆ© nos empeƱamos en colarnos por la ventana habiendo puertas?
Por Daniel Kaplún | Sociólogo, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, y secretario de organización del Comité del Frente Amplio en Madrid.