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viernes. 23.05.2025
Entrevista a Pablo Santiago, guía de alta montaña

El círculo polar ártico: aproximación a un contorno

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Fotografía de Pablo Santiago

¿Qué es el polo norte? El escritor estadounidense Barry Lopez se lo pregunta en las primeras páginas de su libro Sueños árticos. Y la respuesta no está clara. Depende: ¿hablamos del polo norte celeste? ¿Del polo norte geográfico? ¿Del magnético? ¿Del geomágnético? ¿O del simbólico? Sí, el simbólico; porque Barry Lopez también explora esta dimensión del Ártico y profundiza en lo que el lejano norte ha significado culturalmente a lo largo de la historia. En ese sentido, el mencionado autor emparenta su escritura con la de Robert Macfarlane, quien también habló largo y tendido acerca de los modos que hemos empleado para imaginar las montañas a lo largo del tiempo en su obra Las montañas de la mente. Concluyamos, entonces, que existen muchos polos-norte.

Y si la expresión «polo norte» ya resulta polisémica y problemática, ¿qué decir de la expresión «círculo polar ártico»? Esta última puede referirse a uno de los cinco paralelos principales de la Tierra —el más septentrional—. Compartiría protagonismo, por lo tanto, con el otro círculo polar —el antártico—, y también con el trópico de Cáncer, el de Capricornio y el ecuador. Pero, más allá de esta definición aséptica, existen montones de incógnitas. El propio Barry Lopez ya lo plantea también en sus páginas: «no existe una definición generalmente aceptada del límite meridional del Ártico». Porque lo ártico puede tener que ver con el norte magnético, que es variable; o puede tener que ver con un cierto tipo de ecosistemas, con un cierto tipo de condiciones climáticas, con un cierto tipo de ambiente que no es tan fácilmente perimetrable a través de los límites de una frontera nítida o de una definición sin peros. Que nuestra curiosidad, entonces, quede imantada por todas estas dudas. Y preguntémosle a un viajero ártico —en este caso, a Pablo Santiago—, por si encontramos alguna pista que desoriente aún más nuestra brújula:

Pablo, eres guía de alta montaña y, entre las actividades que has guiado, se encuentran los viajes de esquí realizados a algunas de las «regiones árticas» de Noruega, ¿cómo es el Ártico al que habéis llegado y qué diferencias hay con el Ártico imaginado?

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Auroras. Fotografía de Pablo Santiago

¡Hola, Olga! En mi caso, la idea que tenía en la cabeza antes de ir allí tenía más bien poco fundamento o investigación como base. Estaba basada en lo que me imaginaba viendo de pequeño Colmillo blanco o las expediciones de Larramendi en el programa Al filo [de lo imposible]. Obviamente, las expediciones de Larramendi se desarrollan en el polo norte, sobre la banquisa del océano Ártico, y aquello ya es otra película, con unas complejidades que seguro que no puedo llegar a imaginar en cuanto a clima, navegación, orientación, logística, compromiso… En mi cabeza, el concepto que yo tenía del Ártico era ese, el del polo norte: condiciones climáticas muy duras, paisajes austeros, solitarios y con poco relieve.

Las zonas a las que vamos en estos viajes, en mi opinión, son un Ártico «domesticado». No quiere decir que sea un terreno más fácil, pero, desde luego, no es tan salvaje como la idea que yo tenía en la cabeza. Principalmente, difiere en cuanto al aislamiento al que te expones y a la dureza del clima. Tampoco digo que el clima no sea duro, pero nada a lo que no estemos acostumbrados en la zona cantábrica; de hecho, el clima es muy parecido —al menos, al de hace unos años—. Respecto al aislamiento, aunque las zonas no están muy densamente pobladas, siempre tienes a la vista pequeños pueblos con mucho encanto a orillas de los fiordos, cosa que no sucede en pleno polo norte.

Siempre que he estado por allí, ha sido en un radio de seis horas en coche respecto a Tromsø; la vez que más al norte hemos estado fue cuando visitamos una pequeña isla llamada Skjervøya, donde quizás tuve la sensación mas «ártica»: subidos en una cumbre, completamente rodeados de mar, otras islas, y, hacia el norte, mar abierto.

También es cierto que esta zona tiene un terreno distinto, lleno de montañas mires donde mires, mucho más alpino y escarpado que la banquisa del polo norte, lo que la hace especial, con su encanto y sus peligros asociados. Montañas saliendo directamente del mar, ¿quién no se siente atraído por eso?

Barry Lopez dedica muchas páginas de su libro Sueños árticos a describir la luz y el hielo —también, la nieve— en el Ártico: el modo en el que la luz sucede allí supone un cuestionamiento de las nociones habituales que, en regiones más meridionales, tenemos de lo que es un día o de lo que es el paso del tiempo, organizado en amaneceres y atardeceres bien diferenciados, ¿hay alguna experiencia o anécdota relacionada con la luz que puedas contarnos? También vale escaquearse de la pregunta y entrar de lleno a hablar de las auroras boreales...

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Cena en la penumbra. Fotografía de Pablo Santiago

Me resulta complicado a veces expresar estas cosas con palabras. Una de las cosas más bonitas de aquella zona es la luz, que yo creo que es lo que te hace meterte de lleno en ese «ambiente ártico». Según el mes en el que se viaje, la luz de amanecer y atardecer se funden a lo largo del día. Generalmente, a todos nos gustan los atardeceres o amaneceres por la luz, pues allí lo tienes durante todo el día. Es muy bonito. Luego, las horas de luz tienen cambios drásticos, con periodos del año de completa oscuridad, y otros de veinticuatro horas de luz. En la época en la que nosotros vamos, se hace de día aproximadamente a las cinco de la mañana. La verdad es que no entiendo cómo los noruegos, con esas condiciones de luz durante gran parte del año, se las apañan sin persianas para dormir bien. ¡Puede que tengamos ahí un negocio importante!

Respecto a las auroras, en todos los viajes hemos visto alguna de más o menos intensidad, con más o menos movimiento, pero generalmente son más bonitas en la foto que en la realidad. Pero la primera vez que estuvimos allí, vimos una que fue una experiencia lisérgica en toda regla, ¡un espectáculo! El cielo estaba iluminado, parecía una verbena, irreal… Se movía de un lado a otro, subía y bajaba. Por momentos, parecía que la tocábamos, cambiaba de color… Increíble. Aún recuerdo los gritos y el alboroto de todos los del grupo, y cómo se asomaban los noruegos por las ventanas más sorprendidos por nuestro jaleo que por la aurora. Merece la pena ir allí solo por la posibilidad de ver algo así.

Y la otra parte de la pregunta: ¿qué hay de la nieve y del hielo? Sin intención de caer en exotismos o morbosidades coloniales, ¿cómo se siente la nieve allí?

El hielo por estas latitudes no le he catado, sí en Noruega, pero no tan al norte. La nieve, cuando el día sale bueno y tienes cielo azul, recibe la luz de la que hablaba antes, y hace que aquellas montañas parezcan pasteles, tienen el blanco subido, inmaculado. ¡Las quieres morder todas! Además, muchas veces, con el mar de fondo, todo esto resalta aún más.

El Ártico, entendido no tanto como espacio teórico delimitado por un paralelo geográfico, sino como un conjunto de ecosistemas, podría desaparecer tal como lo conocemos debido al cambio climático: ¿desde qué sensibilidad, desde qué tipo de ética, se puede viajar a estas zonas teniendo esto en cuenta? ¿Existe una forma respetuosa y ecosocialmente comprometida de viajar hoy en día? ¿Cómo conjugas la necesidad de trabajar como guía con el impacto ambiental del turismo?

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Cartel. Fotografía de Pablo Santiago

Es un tema difícil, con muchas aristas. Quiero pensar que soy una persona con bastante conciencia ecológica, y en mi día a día intento poner mi granito de arena de diferentes formas. Pero, si somos honestos con nosotros mismos, por mucho que muchos individuos rememos en una dirección, mientras no haya cambios de políticas globales, poco va a cambiar. Podremos estar un poco más a gusto con nosotros mismos, podremos creer que somos mejores personas que el de al lado, pero el impacto global será despreciable. Ya te digo que yo intento hacerlo por coherencia con mis pensamientos, pero intento no volverme loco y calcular la huella de carbono de cada actividad que hago, porque no me llevaría a ningún sitio que no fuese un continuo malestar, y lo peor de todo es que no voy a poder cambiar nada. Resumiendo: hago lo que buenamente puedo para ser fiel y honesto con mis creencias, sin caer en la exageración.

¿Qué conversaciones surgen en los grupos que guías durante las cenas? ¿Hay temas que surgen que no surgirían en otras latitudes?

Ufff, un poco de todo. Al final, para mí, la convivencia del grupo en la casa es una experiencia tan buena como lo que se vive fuera de ella. Es un pequeño Gran Hermano, ¡pero sin expulsiones! Hay conversaciones de todo tipo, generalmente no todos se conocen, y ese proceso de ir abriéndose al grupo, conociéndose entre ellos, es muy bonito. En todos los grupos, además, hay alguna persona que hace que el grupo se lo pase bien, hace GRUPO, cuida de todos, se preocupa y dinamiza la vida en la casa. En la casa, cocinamos juntos, se comentan las jugadas del día, cenamos juntos, miramos las previsiones meteorológicas, consultamos el Aurora Forecast, hablamos de temas parejiles, nos contamos las cosas que nos van doliendo con el paso de los días, repasamos otros viajes pasados o pendientes… De estos viajes, generalmente salen otros, o el grupo se vuelve a juntar para alguna actividad. Generalmente, son experiencias en las que se disfruta mucho y la gente es muy maja. Me quedo con una frase que me dijo un cliente el año pasado al terminar el viaje y que lo resume todo a la perfección: «Pablo, apúntame ya al viaje del año que viene. Me niego a vivir esto solo una vez en la vida».


En otro libro, esta vez en uno titulado Estética del Polo Norte, Michel Onfray afirma que «el frío ártico transforma el cuerpo en herida». A esta idea le sigue toda una descripción del modo en el que el cuerpo es experimentado bajo unas condiciones como las del polo norte. Quizás, en eso consista —en parte— viajar: en descubrir otros cuerpos en nuestro propio cuerpo. ¿Qué ocurre en nuestro cuerpo cuando nos encontramos con Arktos, el fantasma de las dos osas del gran norte, la Mayor y la Menor? ¿Qué ocurre cuando nuestro cuerpo visita su guarida, Arktikós, bañada por la luz de la estrella polar? Fue de la antigüedad griega de donde tomamos las palabras para designar ese espacio de luz y hielo. Y, alrededor de esas palabras, hemos confeccionado una almazuela visual a base de retales imaginarios: solo el cuerpo caleidoscópico, el cuerpo que es muchos cuerpos, el cuerpo que es heredero de todas las imágenes y de todos los relatos acerca del límite hiperbóreo, puede lanzarse a la aventura de experimentar el Ártico desde una sensibilidad ya prevenida de antemano. Desde una sensibilidad que no comienza nunca de cero, que no es tabula rasa. El cuerpo, consciente de esa falta inevitable de ingenuidad, y abierto, aun así, a la experimentación, es el que puede permitirse el lujo vital de ser herido, de ser afectado. Y de esta forma, con suerte, puede relacionarse con lo ártico sin destruirlo.

El círculo polar ártico: aproximación a un contorno