'María Callas': un afinado réquiem crepuscular
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Aleix Sales | @Aleix_Sales
La mayor parte de la filmografía de Larraín ha partido de personajes y hechos históricos para reinterpretarlos desde una óptica plástica concreta, con el fin de potenciar un aspecto determinado de sus sujetos u objetos de estudio. Entre su frecuente y cuidada producción, el chileno ha encontrado una pequeña parcela con la que ha redefinido el biopic femenino y establecido un sello reconocible con estos retratos de mujeres icónicas del siglo XX encarceladas por las propias circunstancias que las llevaron a lo más alto y en momentos de máxima inestabilidad vital. Jackie Kennedy durante los días posteriores al asesinato de su marido; Diana Spencer en pleno annus horribilis de la monarquia inglesa con la idea de la separación matrimonial sobrevolando la Navidad más incómoda; y ahora la mayor diva operística, Maria Callas, en el ocaso de su vida, consumida por el malestar y las pastillas. Filmadas con una elegancia visual sublime con las que adentrarse en los rincones oscuros de unas realidades aparentemente idílicas y perfectas, Larraín ha logrado con esta trilogía un acercamiento formalmente frío y distante con el que, sin embargo, comprender lo quebradizo y opresivo de sus contextos, mimando el cerebro y el ojo del espectador mientras le destroza el corazón.
A día de hoy desconocemos los planes de futuro del director pero, como el público pedía a Maria, nos queda la esperanza que algún día regrese a estas radiografías envolventes y sentidas de importantes figuras femeninas
Evitando los recursos narrativos más canónicos y planos de la biografía, ya que Larraín siempre ha preferido contar un estado mental episódico que una lista de acontecimientos, tal vez sea esta María Callas su apuesta más convencional en este tríptico al ofrecer una trama más extensa que en Jackie (2016) y Spencer (2021), pero el chileno continúa marchando a gran nivel y manteniéndose en su propuesta inconfundible de halo fantasmagórico. En esta ocasión, se sale de las dos películas previas al incurrir en el uso de flahsbacks, justificados por el juego narrativo que establece con la memoria, la lucidez (o no) y los delirios de una Callas subyugada a los medicamentos. Lo verdadero y la proyección mental se diluyen para componer este estado inestable por el cual pasa una mujer que lo fue todo y ahora se ve aquejada por la enfermedad y aislada en su piso de París, sostenida por su mayordomo y ama de llaves (efectivos Piersco Favino y Alba Rohrwacher), que conforman su vínculo con el exterior más mundano. Siendo una situación distinta a las de Kennedy y Lady Di, muy marcadas por la presión matrimonial y su papel como “esposas de grandes hombres”, la soprano griega también se ve sometida al escrutinio social por un supuesto retorno al canto. Pero Larraín y el guionista Steven Knight se escudan en este pretexto para liberar al personaje haciendo que la recuperación de la voz sea exclusivamente para ella misma, reafirmándola en su autonomía después de una vida de poner las cuerdas vocales al servicio de los otros, primero de su familia, luego de los hombres y, finalmente, de un público generoso en el triunfo pero demoledor en los errores.
Como en los otros films, la complicidad del cineasta con su actriz principal es crucial para que la obra llegue a las cotas que llega, y aquí Angelina Jolie no es menos que Natalie Portman y Kristen Stewart. Jolie regresa por todo lo alto de una década con un perfil muy bajo delante de la cámara en una versión más contenida, solemne y madura, ejecutando, probablemente, su mejor interpretación hasta la fecha. Entregándose en cuerpo y alma al canto de la Callas sin buscar el lucimiento autocomplaciente -su voz se mezcla con la de la solista griega-, la actriz estadounidense coquetea con la enajenación de la Gloria Swanson de Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) pero filtrada por el sosiego y la ceremoniosidad de una Callas crepuscular, cansada pero con un halo de ambición.
Como en sus predecesoras, Larraín se ahorra sentencias hacia su vulnerable personaje y se limita a dibujar y (re)imaginar desde el respeto y la honra un momento trascendental en la vida de la celebridad, plasmando con más énfasis que nunca la tristeza y la decadencia en medio del lujo, y abordando el manido tópico de las consecuencias nocivas de la fama desde un prisma estimulante. Preciosa y preciosista, María Callas supone la graduación con nota de chileno en esa indagación de la feminidad en crisis, rodada con un preciosismo y gusto apabullante con el que invocar los sentidos del espectador. A día de hoy desconocemos los planes de futuro del director pero, como el público pedía a Maria, nos queda la esperanza que algún día regrese a estas radiografías envolventes y sentidas de importantes figuras femeninas para la cultura popular. Porque la afinación y la voz no se han perdido todavía.