Gibraltar, trescientos siete años después
Enrique Vega Fernández | Se considera con frecuencia que España perdió Gibraltar el 4 de agosto de 1704, cuando su gobernador Diego Salinas firma la capitulación de la plaza (que en realidad firma el 5 de agosto) y guarnición y población tienen que abandonarla. Pero no es exacto. Quien ocupó la plaza esos días fue el austriaco príncipe de Hesse en nombre del archiduque austriaco Carlos, pretendiente al trono de España frente al rey Felipe V. Es decir, la plaza pasó de las manos de una España (la franco-borbónica) a las manos de otra España (la austro-habsburguesa), en uno de esos episodios de nuestra historia, en que una de las dos España nos hiela el corazón, conocido como la Guerra de Sucesión Española (1701-1715),
España pierde en realidad Gibraltar en el Tratado anglo-español de Utrecht de 13 de julio de 1713, en el que se estipula que España «cede a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas», oficializando así la arbitraría ocupación británica.
Un año más tarde (agosto de 1705), otra fuerza naval confederada expedicionaria, en la que viaja el propio pretendiente Carlos, atraca en Gibraltar para recoger a Hesse y la mayor parte de las fuerzas de la guarnición para la operación de desembarco en Cataluña, que se supone partidaria del pretendiente frente a las pretensiones centralistas de Felipe V. Quedan como guarnición dos regimientos británicos y dos holandeses y el brigadier británico Shrimpton como gobernador y comandante de las fuerzas. En 1706, la reina Ana de Inglaterra, presionada por comerciantes ingleses, declara unilateralmente Gibraltar como puerto franco. Y en abril de 1713, poco antes de firmarse los tratados de Utrecht y Rastatt, la diplomacia británica fuerza a los Países Bajos a sacar sus tropas de Gibraltar, quedando en consecuencia la guarnición constituida exclusivamente por tropas británicas bajo la autoridad de un gobernador británico. Para entonces, la población de la plaza, cada vez más numerosa, está constituida por las familias de la guarnición y istración británicas, algunos antiguos pobladores españoles que han regresado y las familias judías procedentes del norte de África, representantes y empleados de los intereses de los comerciantes británicos.
Y es esta situación, la que Gran Bretaña alegará en las negociaciones de Utrecht para reclamar (más bien, imponer) la posesión de la plaza, en la que “ondea su bandera desde hace ocho años” protegida por sus soldados.
España intentará reconquistar militarmente Gibraltar cinco veces a lo largo del siglo XVIII (1704, 1705, 1719, 1727 y en el gran asedio de 1779-1783), todas sin éxito. Una situación que culminará en febrero de 1810, en plena Guerra de la Independencia, cuando, con la excusa de impedir que los ses puedan usarla contra Gibraltar, fuerzas británicas destruyen la llamada Línea de Contravalación, construida como obstáculo defensivo situado al otro lado del istmo (extremo norte) para detener los contraataques británicos desde la plaza durante los asedios.
No quedaría ahí, sin embargo, la ilegal y progresiva “extensión” británica más allá de la concesión española de Utrecht, ya que a lo largo del siglo XX (y lo que va del XXI), esta extensión será a costa de aguas de jurisdicción española en vez de terreno en tierra firme. Con ocasión de la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido construirá en el istmo una pista de aterrizaje de biplanos, que, desde la Segunda Guerra Mundial, se ha ido alargando hasta convertirse en un auténtico aeropuerto civil y militar, cuya pista de aterrizaje se adentra casi quinientos metros en aguas de la bahía de Algeciras, en lo que el Reino Unido denomina “aguas territoriales” de Gibraltar, concesión inexistente en el Tratado de Utrecht (recordemos: ciudad, castillo, puerto, defensas y fortalezas, nada más).
Terreno comido a la bahía de Algeciras que no ha hecho sino incrementarse con multitud de construcciones portuarias, turísticas y habitacionales. Teniendo como colofón, la inesperada, absurda y poco amistosa decisión tomada en el mes de julio de 2013 de cegar con treinta o cuarenta bloques de hormigón, dotados de pinchos de hierro salientes, un amplio sector de las aguas de la bahía frente a La Línea y Campamento para impedir que puedan faenar los pescadores españoles “en sus aguas territoriales”. Sin que sirviera de nada (mejor dicho, sí, para empeorar las cosas) el aparente castigo de interrumpir el paso entre ambos territorios (cierra de “la verja”) entre 1969 y 1982.
Así pues, ahora que con el brexit se vuelve a poner de actualidad la relación con Gibraltar, no parece haber más remedio que tener en cuenta las dos historias, la política y la humana. Si por la política, la historia nos demuestra que España perdió y nunca ha podido recuperar Gibraltar porque, desde el mismo 4 de agosto de 1704, España ha sido económica, y por tanto política, diplomática y militarmente, más débil que el Reino Unido, a lo que se añade, en los presentes momentos, el carácter de aliados (en la OTAN) y el de socios recientes (en la Unión Europea) de ambos países; por la humana, lo que nos demuestra la historia es que ambas comunidades, a ambos lados de “la verja”, salen beneficiadas cuanto más justas, equitativas y libres sean las relaciones de todo tipo entre ellas, como bien demostraron, en su corta vida, los Acuerdos de Córdoba y su corolario, la Comisión Mixta de Cooperación y Colaboración Gibraltar-Mancomunidad de Municipios del Campo de Gibraltar, de 2006, cuyo lema de actuación venía a ser “dialogar sobre lo que sea solucionable, mientras se mantiene la presión diplomática sobre las reivindicaciones históricas insatisfechas”. Acuerdos finalmente invalidados, a partir de octubre de 2010, debido al uso abusivo que las autoridades gibraltareñas del momento pretendieron hacer de lo allí estipulado.
Confiemos, pues, que los aún en trámite, acuerdos y estipulaciones para la salida del Reino Unido de la Unión Europea, sobre los que España tiene capacidad de veto en las cuestiones que afecten a Gibraltar, y de los que forma parte el, recientemente debatido en el Congreso de los Diputados, borrador de Acuerdo Fiscal sobre Gibraltar, sigan la estela de los citados Acuerdos de Córdoba, incluido todo tipo de o entre autoridades de los dos países y de la colonia, a cuanto más nivel, mejor, para beneficio de ambas comunidades y de la relación entre ellas, sin que ello implique renunciar a las reivindicaciones históricas insatisfechas, al menos hasta que España llegue a ser más fuerte económica, y por tanto política, diplomática y militarmente, que el Reino Unido y puedan cambiarse las tornas.
Enrique Vega Fernández, coronel de Infantería (retirado) | Asociación por la Memoria Militar Democrática