Reflexiones españolas sobre el secreto de la masonería
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@Montagut |
Si en una anterior pieza nos acercábamos a la visión desde México del secreto en masonería en la presente regresamos a España y para una época posterior, en los años treinta del pasado siglo. En todo caso, en este periódico ya hicimos un anterior acercamiento a esta cuestión desde España hacia 1871.
Como es sabido, siempre se ha discutido sobre si la masonería ha sido y es una sociedad secreta o una sociedad discreta. En este contexto nos parece significativo acudir a los propios masones, y para ello contamos con un trabajo publicado en la sección de “Notas varias” del primer número de 1933 de la destacada revista masónica española Latomia. La publicación reconocía que el secreto masónico era una cuestión muy discutida. La Iglesia, en este sentido, condenaba el secreto, y nosotros añadiríamos, también el Estado.
El artículo reconocía el derecho de cada uno a ocultar lo que pensaba, lo que hacía y lo que poseía, sin negar el derecho superior del Estado, una observación propia de gran parte de la masonería respetuosa con la autoridad.
La revista masónica insistía en el derecho al secreto, especialmente en el “orden intelectual y moral”. El secreto estaría en los cimientos del derecho moderno sobre la autonomía de la voluntad, es decir, la libertad, seguramente en una defensa del concepto de la privacidad.
Pero se quería dejar muy clara la diferencia entre el secreto y el disimulo porque el último tendría como objetivo el engaño. Aquí se incluía el “fraude intelectual” como algo siempre reprensible a la misma altura que la mentira.
La masonería cultivaba el misterio, acaso más de lo necesario como un medio para salvaguardar su existencia
Al parecer, Lalande había escrito en la Enciclopedia que el secreto, y ya en clave masónica, era “un medio idóneo de cimentar la unión íntima de los francmasones”, ya que, cuanto “más aislados y separados estemos del resto, más perteneceremos a lo que nos rodea”. Por otro lado, Wirth explicaba que la masonería se aislaba del mundo profano para constituir un medio escogido, capaz para poder vivir una “vida superior”. Esta concepción del secreto, según Huard, no permitiría objeción alguna, pero este autor explicaba en su obra L’Art Royal que el secreto masónico en sus orígenes se justificaba por la hostilidad de la Iglesia y los Gobiernos en una época en la que no había libertad de asociación. Pero el secreto se mantuvo al reconocerse este derecho; entonces, ¿a qué conducía?, se preguntaba la revista. Un argumento para mantenerlo era que si se abolía se rompía el encanto. Se mantenía porque suponía un elemento de éxito, de seducción. La masonería, por lo tanto, cultivaba el misterio, acaso más de lo necesario como un medio para salvaguardar su existencia. El juramento solemne, la oscuridad del lenguaje, el simbolismo, la prohibición a todo extraño de franquear la puerta de los templos, el secreto, en fin, serían para la revista los modos de captación de la masonería, es decir, se estaba haciendo un canto al aspecto, digamos, “fascinante” de la orden.
El secreto podía generar problemas internos porque podía convertirse en un escenario para críticas y calumnias, pero la revista abogaba por mantenerlo para mantener a la masonería al margen de la vida profana. El silencio era la manera de responder a las acusaciones que se formulaban contra la masonería. Si la masonería apareciera en la “plaza pública”, perdería su fuerza y poder.
La publicación interpretaba que el descrédito de la masonería, especialmente en el ámbito latino, no provenía del secreto, sino de que el mismo no se había observado rigurosamente. El secreto era, por lo tanto, más importante que el ritual. En todo caso, no se podían suprimir ninguno de los dos porque si se hacía la masonería perdería su originalidad pasando a ser, especialmente en este ámbito latino, una de tantas asociaciones políticas existentes, y en el mundo anglosajón, una de tantas sectas religiosas.