Mercado de Legazpi: un edificio con vocación de ciudad
Eduardo Mangada, Sergio Martín Blas y Gabriel Carrascal | El edificio del antiguo Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, por su localización en la trama urbana de Madrid, por su forma y tamaño, por su historia, puede considerarse un trozo de ciudad en sí mismo.
El edificio forma parte de los antiguos mercados y mataderos municipales que configuraron, en su momento, un gran equipamiento urbano situado en los márgenes de la ciudad, en un distrito de marcado carácter industrial
El edificio del antiguo Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, por su localización en la trama urbana de Madrid, por su forma y tamaño, por su historia, puede considerarse un trozo de ciudad en sí mismo. El desarrollo del sur de la ciudad, especialmente apoyado en el tridente barroco de las grandes avenidas que desde Atocha se abrían y transcurrían hacia el río, junto con la traza del ferrocarril y la propia ribera, fueron definiendo este gran triángulo en el que vino a asentarse el Mercado.
Como es sabido, el edificio forma parte de los antiguos mercados y mataderos municipales que configuraron, en su momento, un gran equipamiento urbano situado en los márgenes de la ciudad, en un distrito de marcado carácter industrial. Hoy este carácter ha desaparecido y nuevas funciones han venido a ocupar este gran espacio. Desde la apertura de Mercamadrid en 1982, el conjunto se ha ido transformando para albergar funciones istrativas, lúdicas y, sobre todo, culturales.
Aparentemente ajeno a este proceso de transformación urbana, el edificio del Mercado de Frutas y Verduras ha albergado diversos usos y dependencias municipales que aprovechaban, con mayor o menor fortuna, su neutralidad y adaptabilidad como soporte. Almacenes de objetos perdidos, de desahucios, talleres y oficinas municipales, una unidad del SAMUR, o los locales de Bomberos sin Fronteras y de los sindicatos municipales dieron vida al edificio hasta que se decidió clausurarlo para proyectar una transformación más ambiciosa y “definitiva”. Desde entonces se sucedieron ideas, planes, proyectos, a menudo condicionados por premisas o intenciones más atentas al potencial inmobiliario y al valor económico del lugar que a sus valores culturales, históricos y patrimoniales, o al interés social de su reactivación.
El Mercado de Legazpi es un ejemplo de magnífica arquitectura, ausente de tentaciones estilísticas, proyectado por el arquitecto Francisco Javier Ferrero en 1932, con la colaboración del ingeniero Peña Boeuf. Las fotos históricas permiten entender el extraordinario valor de la calle rodada descubierta en su planta alta, flanqueada por grandes voladizos de hormigón, y del sistema de comunicaciones y ventilación-iluminación mediante grandes huecos en el forjado de ese mismo nivel, elementos perdidos en sucesivas reformas pero perfectamente recuperables. Gracias a la claridad y calidad de su estructura, la neutralidad de sus componentes, la disposición de las tres naves en torno a un gran vacío central, la estratificación en dos niveles accesibles al tráfico rodado, el edificio se ofrece hoy como un gran contenedor capaz de albergar múltiples usos manteniendo su forma, dimensiones y carácter arquitectónico. Sin añadidos y casi sin derribos significativos. Bastaría recuperar la permeabilidad a la luz y al aire, abriendo los huecos cegados en fachadas y forjados, y desmontando la cubierta añadida que carga sobre los voladizos originales. En el paradigma que hoy impregna la cultura urbanística (hacer ciudad en la ciudad), este conjunto de suelo y fábrica se ofrece como ocasión única y estratégica para la ciudad de Madrid, que debe buscar en él su compleción y mejora. El gran triángulo junto al Manzanares debe aspirar a ser una pieza cargada de urbanidad, un trozo de nueva ciudad aprovechando la huella física heredada y reinventando nuevos contenidos que vengan a enriquecer Madrid y, de forma más directa, el distrito de Arganzuela.
Los firmantes de este escrito somos conocedores directos del edificio, de su valor arquitectónico y de la salud de sus fábricas. Somos profesionales que hemos acompañado y ayudado, en una pequeña parte, a definir el proyecto impulsado por un grupo de colectivos vecinales en torno a EVA (Espacio Vecinal Arganzuela), y observamos con esperanza los pasos dados por el nuevo ayuntamiento para la reactivación de este lugar. Por ello nos atrevemos a señalar algunos criterios, condicionantes y objetivos de intervención sobre el antiguo Mercado de Legazpi, tanto en su formalización espacial o arquitectónica como en sus contenidos.
Este nuevo espacio público facilitaría la compartimentación de los edificios existentes, tanto en planta como en altura, de acuerdo con las exigencias que las nuevas actividades demanden. Una arquitectura tan neutra, rigurosa y seriada hace fácil la segmentación del conjunto construido para dar lugar a la yuxtaposición de “nuevos edificios”, conservando la unidad estructural y sus constantes compositivas simplemente renovadas. En todo caso, para mejorar el funcionamiento de las nuevas actividades, podrían abrirse nuevos s auxiliares desde las calles periféricas.
En cuanto a la relación con el Manzanares, la secuencia desde la plaza de Legazpi, con los dos triángulos libres de distinto tamaño articulados por la expresiva pasarela a modo de puente que caracteriza el proyecto original, podría sin duda entenderse como una nueva “puerta” urbana de Madrid Río. Esta condición puede ser afirmada mediante el tratamiento dominante de la nueva plaza. Por su tamaño y forma, por la adusta arquitectura que la delimita, por la aridez del entorno más próximo, por prometer la conexión con Madrid Río, parece aconsejable apostar por una gran plaza arbolada con especies de gran porte. Consecuentemente, la planta baja de la nave lindante con el río debería hacerse permeable mediante un gran espacio porticado que permitiese la conexión visual y peatonal entre la nueva plaza y el parque lineal. Así el parque penetrará en la ciudad, y la ciudad tendrá un camino nuevo hacia el río.
A estos usos debe sumarse todo aquello que, sin anular el carácter público del edificio, permita consolidar su condición de “pieza urbana”, una mezcla de usos que favorezca la vitalidad y seguridad de los nuevos espacios públicos. Comercio, lugares de trabajo y residencia son los componentes más efectivos y habituales en este sentido. El comercio debe ser seleccionado por su capacidad de atracción, pero también por su capacidad para dar vida y seguridad al espacio público, de abrir y extender hacia él las plantas bajas del edificio. El uso del mercado como espacios de trabajo quizá sea el que encaje de manera más natural con su arquitectura. Espacios para nuevas iniciativas con interés social, cultural y ocupacional en sectores concretos que respondan a las directrices marcadas desde la istración, pueden convertir parte del antiguo mercado en un vivero de ideas e innovación. Experiencias exitosas en otras ciudades y países podrían servir de inspiración, por ejemplo en lo que se refiere al sistema de alquileres diferenciados del espacio, en función del interés social y potencial lucro de las diversas iniciativas.
La mezcla de nuevas funciones en el edificio debería incluir un componente indispensable en lo urbano: el uso residencial
Por último, para entender el mercado como auténtico “fragmento de ciudad”, y sus espacios libres como espacio público, la mezcla de nuevas funciones en el edificio debería incluir un componente indispensable en lo urbano: el uso residencial. Éste debe entenderse siempre desde la propia singularidad del edificio, de su tamaño y situación, así como desde el principio de no enajenación de lo público. La introducción de talleres con viviendas o alojamientos anejos con alquileres sociales en la planta superior respondería a estas premisas. Alojamientos capaces de acoger nuevos s, promotores de nuevas actividades y nuevas pautas de convivencia. La configuración de la planta alta como una calle elevada y descubierta, flanqueada por dos franjas cerradas pautadas con absoluta regularidad, propicia la ubicación fácil de estos talleres, que en un nivel superior y a modo de entreplanta pueden incluir el programa mínimo de vivienda. La altura de los espacios lo permite. Quizás esta propuesta de nuevos alojamientos pueda sorprender a los vecinos y al ayuntamiento, y por eso debemos insistir en su justificación. El beneficio mayor del uso residencial tiene que ver, de nuevo, con la vocación de hacer ciudad y espacio público: sólo la presencia de estos nuevos vecinos puede garantizar la vitalidad del lugar a lo largo del día y de la noche. No olvidemos que cuando las ventanas de estos alojamientos se abran sobre la nueva plaza añadirán un mayor control y seguridad a este espacio público ya que, como afirma Jane Jacobs, una calle es tanto más segura cuantos más “ojos” se asomen desde las ventanas vecinas.
Manuel Solà-Morales afirma que “para la urbanidad intensa importa la diversidad, la densidad cualitativa más que la cuantitativa (…) que alude a la variedad y al número de referencias superpuestas en un lugar, edificio o zona”. Y vuelve a afirmar que la mixity, más que la density, es la condición de la ciudad contemporánea. Sumemos personas y usos distintos, dejemos que se acerquen y se relacionen. No nos asuste el ruido que nace de la convivencia ciudadana y resuena en los espacios colectivos más vitales.
Un comentario final: la aparente autoridad de la palabra escrita no debe llamar a engaño. Lo que se recoge aquí son simplemente ideas surgidas de nuestra valoración del edificio y de su lectura como pieza de la trama urbana de Madrid. Unas notas que quieren incitar al debate sobre el futuro de este espacio heredado, en el que se puedan sumar las aspiraciones vecinales con las iniciativas municipales, y se hagan oír las opiniones de profesionales y colectivos culturales. Una participación real.
Eduardo Mangada, arquitecto y socio del Club de Debates Urbanos.
Sergio Martín Blas y Gabriel Carrascal, arquitectos y del grupo de investigación Nuevas Técnicas Arquitectura Ciudad (NuTAC), de la ETSAM.