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viernes. 13.06.2025
EGIPTO: SEMILLAS DE GUERRA CIVIL PLANTADAS EN CALLES, HOSPITALES Y CEMENTERIOS.

Egipto, las responsabilidades de la masacre

Por Juan Antonio Sacaluga | No han terminado todavía de contarse los muertos en la brutal disolución de los campamentos de los Hermanos Musulmanes en El Cairo. HabrÔ mÔs matanzas, con casi toda seguridad. La espiral de la violencia, probablemente, no ha hecho mÔs que comenzar.

El 3 de julio se produjo un golpe de Estado en Egipto. Sin embargo, contra esa clara evidencia, no pocos especialistas eludĆ­an considerar  como tal la destitución del Presidente Morsi. O se mostraban cautelosos o  incluso quisieron ver en la actuación militar una muestra mĆ”s del compromiso de las Fuerzas Armadas con la restauración de la democracia. Lo cierto es que, desde el principio, no habĆ­a muchas dudas en que, esa noche, Egipto se alejó dramĆ”ticamente de un sistema polĆ­tico de libertades.

Los que quisieron legitimar el golpe, desde dentro o desde fuera, aseguraron que era imperativo poner fin al mandato de los Hermanos Musulmanes, por dos motivos fundamentales: gobernaban de forma sectaria, sólo en provecho propio y con un horizonte político e ideológico muy estrecho, y gobernaban mal, arrastrando al país al caos y la ruina.

EL CAMINO A LA CATƁSTROFE

El gobierno de Morsi, desde luego, no ha sido ejemplar. Hay cierta verdad en las acusaciones de los críticos. Pero, para ser completamente honestos, la oposición, en sentido amplio, tiene dificultades para itir otros factores que explican la ingobernabilidad del país en los últimos meses. A saber:

1) El boicot de la mayoría de las instituciones, singularmente la policía y la judicatura, que se sintieron amenazadas desde el comienzo de la revolución y que temían de los Hermanos Musulmanes no sólo el final de sus privilegios acumulados durante años de la dictadura con mÔscara de Mubarak (y previamente: con Sadat), sino una cierta revancha, cuando los islamistas se consideraran capacitados para ejecutarla. Los jueces nunca aceptaron el resultado electoral ni itieron que la mayoría conseguida por los HHMM debía tener consecuencias políticas. Con astucia, llevaron a los líderes de la cofradía a un pulso, en el que los dirigentes islamistas se mostraron torpes y primarios.

2) La ā€˜conciencia cĆ­vica’ de las Fuerzas Armadas resultó bastante tardĆ­a, por no decir oportunista. Morsi y la jerarquĆ­a de la Hermandad no desafiaron en ningĆŗn momento el poder y los privilegios de la casta militar, sino todo lo contrario: blindaron sus prerrogativas en la nueva Constitución, les mantuvo el control exclusivo sobre su partida presupuestaria y no disminuyó en modo alguno su autonomĆ­a en el diseƱo y la ejecución de la polĆ­tica de defensa. El General Al-Sisi fue el principal apoyo de Morsi en la confrontación con el resto del viejo aparato, aunque fuera por conveniencia.  Sólo en las Ćŗltimas semanas, cuando Morsi se creyó mĆ”s fuerte, se produjeron gestos del presidente que molestaron a la jerarquĆ­a militar. Cuando Al-Sisi se quejó ante Morsi, cuentan confidentes del depuesto Jefe del Estado, Ć©ste se mostró desdeƱoso y un tanto arrogante. Seguramente, cavó su tumba (sólo polĆ­tica, de momento).

El Frente laico que se fue formando en oposición al gobierno de los Hermanos Musulmanes exhibió incoherencias notables y una carencia asombrosa de programa. Nunca se plantearon favorecer un acuerdo nacional para dejar en evidencia a los Hermanos.

3) El Frente laico que se fue formando en oposición al gobierno de los Hermanos Musulmanes exhibió incoherencias notables y una carencia asombrosa de programa. Cierta clase media cairota –y de contadas ciudades mĆ”s- creyó que su conocimiento del mundo exterior, el deslumbramiento de las redes sociales y una posición social un tanto desahogada les conferĆ­a el derecho de interpretar lo que era mejor para el paĆ­s. No escondieron cierto desdĆ©n por la falta de formación y el atraso social de las masas que seguĆ­an a la cofradĆ­a. Nunca se plantearon favorecer un acuerdo nacional para dejar en evidencia a los Hermanos. Escogieron la calle y empezaron a hacer guiƱos, irresponsables, como ahora se estĆ” viendo, a los militares para que cambiaran el curso de los acontecimientos.

4) Las interferencias exteriores, en particular de las potencias Ôrabes vecinas, en la batalla política egipcia, animó a los bandos en disputa a fortalecer sus posiciones y descartar el diÔlogo. Arabia Saudí y el resto de las monarquías petroleras se mostraron muy generosos con quienes conspiraban en despachos y cuarteles contra los Hermanos Musulmanes. Morsi y sus padrinos en la Hermandad no se quedaron quietos y aprovecharon las rivalidades regionales para solicitar sus apoyos. Qatar fue el principal donante del gobierno. Estados Unidos jugaba todas las cartas. Se acomodaron a Morsi, pero dejaron claro a los militares que serían comprensivos con otras soluciones, siempre y cuando se respetaran los acuerdos con Israel y quedaba claro el papel favorable de Egipto en el equilibrio geoestratégico regional.

En este panorama, la cuerda se rompió por el lado mÔs débil, no en términos democrÔticos, sino en el de las relaciones de fuerza, que ha sido el elemento definidor de la política egipcia en los últimos sesenta años.

UN MES Y MEDIO DE INCOHERENCIAS

El 3 de julio Egipto vivió un golpe de Estado. Cualquier otra denominación es una justificación interesada o poco informada de los hechos.  En el mes y medio siguiente, las promesas de restauración de la democracia –sin la cuales, el golpe hubiera quedado desenmascarado completamente- se han ido diluyendo. En ningĆŗn momento se ha mejorado de forma sustancial, excepto quizĆ”s en la instauración de un cierto orden ciudadano. Pero eso no responde tanto a la eficacia de las nuevas autoridades, cuanto, mĆ”s bien, a la evidencia de que los aparatos que boicoteaban al anterior gobierno volvieron a la tarea y empezaron a actuar con normalidad, cumpliendo sus obligaciones largo tiempo abandonadas.

Enseguida comenzaron a hacerse evidentes las debilidades del nuevo liderazgo egipcio. El calendario polĆ­tico –la ā€˜hoja de ruta’, como vulgarmente lo calificó el nuevo gobierno- de la restauración democrĆ”tica resultó una chapuza sin credibilidad. Los plazos imposibles, la ausencia de elementos claves, la falta absoluta de consulta con los principales actores convirtieron esa pieza destinada a crear confianza justamente en lo contrario: un factor inquietante adicional de las dudas sobre el verdadero propósito de los golpistas.

Otros elementos provocaban mÔs incertidumbre. Los días pasaban y seguía sin conocerse el paradero de Morsi, al que, bizarramente, se le imputó como delito la forma en que se fugó de una cÔrcel en mitad de la revuelta contra Mubarak.

Las condiciones en la que Catherine Ashton pudo ver al presidente depuesto resultaron humillantes para la diplomacia europea. La istración Obama se refugiaba en la ambigüedad.

Dignatarios de las potencias occidentales visitaban El Cairo, después de semanas de fallida insistencia, pero con resultados totalmente decepcionantes. Las condiciones en la que Catherine Ashton pudo ver al presidente depuesto resultaron humillantes para la diplomacia europea. La istración Obama se refugiaba en la ambigüedad.

Y, en este contexto, de incoherencia de las nuevas autoridades y de impotencia internacional, los Hermanos Musulmanes decidieron mantener una estrategia de tensión y desafĆ­o. Percibieron que la legitimidad de las nuevas autoridades no terminaba de cuajar y decidieron subir las apuestas y arriesgar una confrontación directa para salir del status quo. Se produjeron protestas que terminaron con sangre, pero los campamentos seguĆ­an en  pie. Los militares hicieron un asombroso llamamiento a la población para que se convirtiera en acusadora pĆŗblica de los islamistas atrincherados en su resistencia. No dudaron incluso de etiquetarlos de terroristas.  Sin duda, para legitimar su aniquilación. Hasta la dramĆ”tica jornada del 14 de agosto.

TODOS SON RESPONSABLES, UNOS MƁS QUE OTROS

AsĆ­ las cosas, todas las partes referidas son responsables de la peligrosa deriva a la que parece abandonado Egipto, aunque en dimensiones y proporciones diferentes.

Las Fuerzas Armadas y su extensión, las fuerzas de seguridad, son las principales responsables. El Ejército egipcio no conoce las prÔcticas democrÔticas.

• Las Fuerzas Armadas y su extensión, las fuerzas de seguridad, son las principales responsables. La maniobra de imponer un gobierno civil para disimular el carĆ”cter militar del nuevo poder no resulto creĆ­ble en ningĆŗn momento (sólo para ingenuos o partidarios). El EjĆ©rcito egipcio no conoce las prĆ”cticas democrĆ”ticas. Su convocatoria de movilización contra los resistentes resulta impensable en una democracia. Al-Sisi era y es el Ćŗnico hombre fuerte desde el principio y los demĆ”s sólo han sido marionetas o instrumentos de sus decisiones. La decisión de destruir los campamentos, aunque haya tenido defensores en el gobierno, ha sido adoptada por el alto mando castrense. La policĆ­a no ha podido actuar sin el aval del EjĆ©rcito. Al-Sisi, su jefe supremo, es por tanto, el responsable de casi un millar de muertos.

• El aparato institucional heredado de Mubarak, reconvertido a un dudoso proyecto democratizador, es el segundo responsable en orden de importancia. Le ha dado una supuesta cobertura legal a una maniobra polĆ­tica que olĆ­a a distancia. Ha buscado apoyos en el exterior y los ha encontrado donde los tenĆ­a –por no decir que los alentaba- desde antes de producirse.

Los movimientos cívicos también tienen parte de responsabilidad por haber alimentado una solución que legitimaba un golpe de mano. El sectarismo de la cofradía era condenable, pero los medios para luchar contra pulsiones autoritarias importan.

• Los movimientos cĆ­vicos tambiĆ©n tienen parte de responsabilidad por haber alimentado una solución que legitimaba un golpe de mano. El sectarismo de la cofradĆ­a era condenable, pero los medios para luchar contra pulsiones autoritarias importan. El respeto a la mayorĆ­a, por cuestionable que sea su conducta, no puede sofocarse con el abuso de la fuerza. Quienes confiaron en el instinto democrĆ”tico de los militares o eran muy ingenuos o muy cĆ­nicos. TodavĆ­a con los muertos calientes, Tamarrod y el Frente de Salvación, los dos principales grupos de oposición, acusan a las vĆ­ctimas y justifican a los agresores. Es una terrible constatación de que a estos movimientos les ha perdido su elitismo. Uno de los lĆ­deres postizos de este conglomerado, el diplomĆ”tico ElBaradei, aupado a la vicepresidencia provisional del paĆ­s, no ha podido por menos de dimitir, quĆ© menos. Es cierto que intentó impedir una intervención que todo el mundo consideraba inevitable.  O se dio cuenta demasiado tarde de que no debĆ­a hacer colaborado con la farsa, o quiso salvar la cara al final.

Los Hermanos Musulmanes no son ajenos a su propia tragedia. Buscaban la confrontación para que la deslegitimación del nuevo gobierno quedara escandalosamente en evidencia.

• Los Hermanos Musulmanes no son ajenos a su propia tragedia. Buscaban la confrontación para que la deslegitimación del nuevo gobierno quedara escandalosamente en evidencia. Desgraciadamente, esta provocación de catĆ”strofes humanas para fortalecer causas resulta dolorosamente habitual en la cultura polĆ­tica Ć”rabe. Es la lógica del ā€˜martirio’. Es imposible que los dirigentes de la cofradĆ­a contemplaran una salida distinta al desafĆ­o de los campamentos que una intervención de las fuerzas de seguridad. ĀæNecesitaban los muertos para impulsar su causa sobre el trampolĆ­n del sacrificio de su propia gente, incluso dirigentes y sus familiares? La simpatĆ­a que merecen las victimas mĆ”s inocentes no impide que quienes les alentaron a mantenerse deben responder tambiĆ©n de la tragedia.

• Finalmente, las potencias extranjeras deben asumir su parte de responsabilidad, aunque sea lateral o secundaria. De las vecinas monarquĆ­as Ć”rabes ya se ha dicho suficiente. Europa ha sido mĆ”s clara en la condena del golpe, pero le falta la contundencia y la dedicación para que su postura tenga consecuencias. Estados Unidos es la clave. Obama no ha ocultado su incomodidad, pero sus principales portavoces han sido decepcionantemente ambiguos y en ningĆŗn momento han calificado de ā€œgolpe de Estadoā€ lo ocurrido para no tener que adoptar posiciones no deseadas en consecuencia. Principalmente, poner en cuarentena la ayuda de 1.300 millones de dólares con la que el contribuyente norteamericano apuntala al rĆ©gimen egipcio desde la firma de la paz con Israel. Kerry ha hecho jeribeques con el lenguaje para criticar sin condenar y reprochar sin deslegitimar a las nuevas autoridades. La oposición republicana, con su portavoz autorizado, el desventurado candidato McCain, ha hecho mofa de los equilibrios lingüísticos de la istración, no sin razón.

El ā€˜establishment’ norteamericano que alimentó a Mubarak –como a Sadat, previamente- cree que los militares son buenos socios, siempre que mantengan su compromiso bĆ”sico: tener a raya a los islamistas y asegurar la paz y los acuerdos de seguridad con Israel.

En la calculada ambigüedad de Washington opera la inquietud por la desestabilización del paĆ­s. El ā€˜establishment’ norteamericano que alimentó a Mubarak –como a Sadat, previamente- cree que los militares son buenos socios, siempre que mantengan su compromiso bĆ”sico: tener a raya a los islamistas y asegurar la paz y los acuerdos de seguridad con Israel. Una de las cosas que habĆ­a alertado al PentĆ”gono y a los servicios de inteligencia era la inestabilidad creciente en el SinaĆ­ por una pretendida actividad creciente de supuestos grupos jihadistas durante los  meses de Morsi. El golpe tambiĆ©n era una garantĆ­a de acabar con esa preocupación.

Después de la matanza del 14 de agosto, Obama se ha visto obligado a un gesto contenido. No activa el mecanismo de la suspensión de la ayuda, pero suspende las maniobras militares conjuntas previstas para septiembre. Too little and to late, como se dice en la jerga de Washington.

ĀæY AHORA?

Muchos responsables, unos mĆ”s que otros, por tanto. Pocos elementos de esperanza a la vista. Semillas de guerra civil plantadas en calles, hospitales y cementerios. Egipto se precipita en el abismo. La sangre puede correr en abundancia. Urge presionar  de verdad a quienes sólo tienen su sitio en los cuarteles, restaurar la legitimidad conculcada, asegurar un calendario democratizador creĆ­ble, depurar responsabilidades y aceptar que la democracia supone el respeto de las minorĆ­as pero la conducción de las mayorĆ­as. Egipto puede ser un Irak a gran escala. Los cĆ­nicos dirĆ”n que, a las malas, se soportarĆ”. Incluso tal deriva es preferible con tal de que el paĆ­s mĆ”s poblado del mundo Ć”rabe no se convierta en una teocracia. En otro IrĆ”n.

Egipto, las responsabilidades de la masacre