
El 3 de julio se produjo un golpe de Estado en Egipto. Sin embargo, contra esa clara evidencia, no pocos especialistas eludĆan considerar como tal la destitución del Presidente Morsi. O se mostraban cautelosos o incluso quisieron ver en la actuación militar una muestra mĆ”s del compromiso de las Fuerzas Armadas con la restauración de la democracia. Lo cierto es que, desde el principio, no habĆa muchas dudas en que, esa noche, Egipto se alejó dramĆ”ticamente de un sistema polĆtico de libertades.
Los que quisieron legitimar el golpe, desde dentro o desde fuera, aseguraron que era imperativo poner fin al mandato de los Hermanos Musulmanes, por dos motivos fundamentales: gobernaban de forma sectaria, sólo en provecho propio y con un horizonte polĆtico e ideológico muy estrecho, y gobernaban mal, arrastrando al paĆs al caos y la ruina.
EL CAMINO A LA CATĆSTROFE
El gobierno de Morsi, desde luego, no ha sido ejemplar. Hay cierta verdad en las acusaciones de los crĆticos. Pero, para ser completamente honestos, la oposición, en sentido amplio, tiene dificultades para itir otros factores que explican la ingobernabilidad del paĆs en los Ćŗltimos meses. A saber:
1) El boicot de la mayorĆa de las instituciones, singularmente la policĆa y la judicatura, que se sintieron amenazadas desde el comienzo de la revolución y que temĆan de los Hermanos Musulmanes no sólo el final de sus privilegios acumulados durante aƱos de la dictadura con mĆ”scara de Mubarak (y previamente: con Sadat), sino una cierta revancha, cuando los islamistas se consideraran capacitados para ejecutarla. Los jueces nunca aceptaron el resultado electoral ni itieron que la mayorĆa conseguida por los HHMM debĆa tener consecuencias polĆticas. Con astucia, llevaron a los lĆderes de la cofradĆa a un pulso, en el que los dirigentes islamistas se mostraron torpes y primarios.
2) La āconciencia cĆvicaā de las Fuerzas Armadas resultó bastante tardĆa, por no decir oportunista. Morsi y la jerarquĆa de la Hermandad no desafiaron en ningĆŗn momento el poder y los privilegios de la casta militar, sino todo lo contrario: blindaron sus prerrogativas en la nueva Constitución, les mantuvo el control exclusivo sobre su partida presupuestaria y no disminuyó en modo alguno su autonomĆa en el diseƱo y la ejecución de la polĆtica de defensa. El General Al-Sisi fue el principal apoyo de Morsi en la confrontación con el resto del viejo aparato, aunque fuera por conveniencia. Sólo en las Ćŗltimas semanas, cuando Morsi se creyó mĆ”s fuerte, se produjeron gestos del presidente que molestaron a la jerarquĆa militar. Cuando Al-Sisi se quejó ante Morsi, cuentan confidentes del depuesto Jefe del Estado, Ć©ste se mostró desdeƱoso y un tanto arrogante. Seguramente, cavó su tumba (sólo polĆtica, de momento).
El Frente laico que se fue formando en oposición al gobierno de los Hermanos Musulmanes exhibió incoherencias notables y una carencia asombrosa de programa. Nunca se plantearon favorecer un acuerdo nacional para dejar en evidencia a los Hermanos.
3) El Frente laico que se fue formando en oposición al gobierno de los Hermanos Musulmanes exhibió incoherencias notables y una carencia asombrosa de programa. Cierta clase media cairota āy de contadas ciudades mĆ”s- creyó que su conocimiento del mundo exterior, el deslumbramiento de las redes sociales y una posición social un tanto desahogada les conferĆa el derecho de interpretar lo que era mejor para el paĆs. No escondieron cierto desdĆ©n por la falta de formación y el atraso social de las masas que seguĆan a la cofradĆa. Nunca se plantearon favorecer un acuerdo nacional para dejar en evidencia a los Hermanos. Escogieron la calle y empezaron a hacer guiƱos, irresponsables, como ahora se estĆ” viendo, a los militares para que cambiaran el curso de los acontecimientos.
4) Las interferencias exteriores, en particular de las potencias Ć”rabes vecinas, en la batalla polĆtica egipcia, animó a los bandos en disputa a fortalecer sus posiciones y descartar el diĆ”logo. Arabia SaudĆ y el resto de las monarquĆas petroleras se mostraron muy generosos con quienes conspiraban en despachos y cuarteles contra los Hermanos Musulmanes. Morsi y sus padrinos en la Hermandad no se quedaron quietos y aprovecharon las rivalidades regionales para solicitar sus apoyos. Qatar fue el principal donante del gobierno. Estados Unidos jugaba todas las cartas. Se acomodaron a Morsi, pero dejaron claro a los militares que serĆan comprensivos con otras soluciones, siempre y cuando se respetaran los acuerdos con Israel y quedaba claro el papel favorable de Egipto en el equilibrio geoestratĆ©gico regional.
En este panorama, la cuerda se rompió por el lado mĆ”s dĆ©bil, no en tĆ©rminos democrĆ”ticos, sino en el de las relaciones de fuerza, que ha sido el elemento definidor de la polĆtica egipcia en los Ćŗltimos sesenta aƱos.
UN MES Y MEDIO DE INCOHERENCIAS
El 3 de julio Egipto vivió un golpe de Estado. Cualquier otra denominación es una justificación interesada o poco informada de los hechos. En el mes y medio siguiente, las promesas de restauración de la democracia āsin la cuales, el golpe hubiera quedado desenmascarado completamente- se han ido diluyendo. En ningĆŗn momento se ha mejorado de forma sustancial, excepto quizĆ”s en la instauración de un cierto orden ciudadano. Pero eso no responde tanto a la eficacia de las nuevas autoridades, cuanto, mĆ”s bien, a la evidencia de que los aparatos que boicoteaban al anterior gobierno volvieron a la tarea y empezaron a actuar con normalidad, cumpliendo sus obligaciones largo tiempo abandonadas.
Enseguida comenzaron a hacerse evidentes las debilidades del nuevo liderazgo egipcio. El calendario polĆtico āla āhoja de rutaā, como vulgarmente lo calificó el nuevo gobierno- de la restauración democrĆ”tica resultó una chapuza sin credibilidad. Los plazos imposibles, la ausencia de elementos claves, la falta absoluta de consulta con los principales actores convirtieron esa pieza destinada a crear confianza justamente en lo contrario: un factor inquietante adicional de las dudas sobre el verdadero propósito de los golpistas.
Otros elementos provocaban mĆ”s incertidumbre. Los dĆas pasaban y seguĆa sin conocerse el paradero de Morsi, al que, bizarramente, se le imputó como delito la forma en que se fugó de una cĆ”rcel en mitad de la revuelta contra Mubarak.
Las condiciones en la que Catherine Ashton pudo ver al presidente depuesto resultaron humillantes para la diplomacia europea. La istración Obama se refugiaba en la ambigüedad.
Dignatarios de las potencias occidentales visitaban El Cairo, después de semanas de fallida insistencia, pero con resultados totalmente decepcionantes. Las condiciones en la que Catherine Ashton pudo ver al presidente depuesto resultaron humillantes para la diplomacia europea. La istración Obama se refugiaba en la ambigüedad.
Y, en este contexto, de incoherencia de las nuevas autoridades y de impotencia internacional, los Hermanos Musulmanes decidieron mantener una estrategia de tensión y desafĆo. Percibieron que la legitimidad de las nuevas autoridades no terminaba de cuajar y decidieron subir las apuestas y arriesgar una confrontación directa para salir del status quo. Se produjeron protestas que terminaron con sangre, pero los campamentos seguĆan en pie. Los militares hicieron un asombroso llamamiento a la población para que se convirtiera en acusadora pĆŗblica de los islamistas atrincherados en su resistencia. No dudaron incluso de etiquetarlos de terroristas. Sin duda, para legitimar su aniquilación. Hasta la dramĆ”tica jornada del 14 de agosto.
TODOS SON RESPONSABLES, UNOS MĆS QUE OTROS
AsĆ las cosas, todas las partes referidas son responsables de la peligrosa deriva a la que parece abandonado Egipto, aunque en dimensiones y proporciones diferentes.
Las Fuerzas Armadas y su extensión, las fuerzas de seguridad, son las principales responsables. El Ejército egipcio no conoce las prÔcticas democrÔticas.
⢠Las Fuerzas Armadas y su extensión, las fuerzas de seguridad, son las principales responsables. La maniobra de imponer un gobierno civil para disimular el carĆ”cter militar del nuevo poder no resulto creĆble en ningĆŗn momento (sólo para ingenuos o partidarios). El EjĆ©rcito egipcio no conoce las prĆ”cticas democrĆ”ticas. Su convocatoria de movilización contra los resistentes resulta impensable en una democracia. Al-Sisi era y es el Ćŗnico hombre fuerte desde el principio y los demĆ”s sólo han sido marionetas o instrumentos de sus decisiones. La decisión de destruir los campamentos, aunque haya tenido defensores en el gobierno, ha sido adoptada por el alto mando castrense. La policĆa no ha podido actuar sin el aval del EjĆ©rcito. Al-Sisi, su jefe supremo, es por tanto, el responsable de casi un millar de muertos.
⢠El aparato institucional heredado de Mubarak, reconvertido a un dudoso proyecto democratizador, es el segundo responsable en orden de importancia. Le ha dado una supuesta cobertura legal a una maniobra polĆtica que olĆa a distancia. Ha buscado apoyos en el exterior y los ha encontrado donde los tenĆa āpor no decir que los alentaba- desde antes de producirse.
Los movimientos cĆvicos tambiĆ©n tienen parte de responsabilidad por haber alimentado una solución que legitimaba un golpe de mano. El sectarismo de la cofradĆa era condenable, pero los medios para luchar contra pulsiones autoritarias importan.
⢠Los movimientos cĆvicos tambiĆ©n tienen parte de responsabilidad por haber alimentado una solución que legitimaba un golpe de mano. El sectarismo de la cofradĆa era condenable, pero los medios para luchar contra pulsiones autoritarias importan. El respeto a la mayorĆa, por cuestionable que sea su conducta, no puede sofocarse con el abuso de la fuerza. Quienes confiaron en el instinto democrĆ”tico de los militares o eran muy ingenuos o muy cĆnicos. TodavĆa con los muertos calientes, Tamarrod y el Frente de Salvación, los dos principales grupos de oposición, acusan a las vĆctimas y justifican a los agresores. Es una terrible constatación de que a estos movimientos les ha perdido su elitismo. Uno de los lĆderes postizos de este conglomerado, el diplomĆ”tico ElBaradei, aupado a la vicepresidencia provisional del paĆs, no ha podido por menos de dimitir, quĆ© menos. Es cierto que intentó impedir una intervención que todo el mundo consideraba inevitable. O se dio cuenta demasiado tarde de que no debĆa hacer colaborado con la farsa, o quiso salvar la cara al final.
Los Hermanos Musulmanes no son ajenos a su propia tragedia. Buscaban la confrontación para que la deslegitimación del nuevo gobierno quedara escandalosamente en evidencia.
⢠Los Hermanos Musulmanes no son ajenos a su propia tragedia. Buscaban la confrontación para que la deslegitimación del nuevo gobierno quedara escandalosamente en evidencia. Desgraciadamente, esta provocación de catĆ”strofes humanas para fortalecer causas resulta dolorosamente habitual en la cultura polĆtica Ć”rabe. Es la lógica del āmartirioā. Es imposible que los dirigentes de la cofradĆa contemplaran una salida distinta al desafĆo de los campamentos que una intervención de las fuerzas de seguridad. ĀæNecesitaban los muertos para impulsar su causa sobre el trampolĆn del sacrificio de su propia gente, incluso dirigentes y sus familiares? La simpatĆa que merecen las victimas mĆ”s inocentes no impide que quienes les alentaron a mantenerse deben responder tambiĆ©n de la tragedia.
⢠Finalmente, las potencias extranjeras deben asumir su parte de responsabilidad, aunque sea lateral o secundaria. De las vecinas monarquĆas Ć”rabes ya se ha dicho suficiente. Europa ha sido mĆ”s clara en la condena del golpe, pero le falta la contundencia y la dedicación para que su postura tenga consecuencias. Estados Unidos es la clave. Obama no ha ocultado su incomodidad, pero sus principales portavoces han sido decepcionantemente ambiguos y en ningĆŗn momento han calificado de āgolpe de Estadoā lo ocurrido para no tener que adoptar posiciones no deseadas en consecuencia. Principalmente, poner en cuarentena la ayuda de 1.300 millones de dólares con la que el contribuyente norteamericano apuntala al rĆ©gimen egipcio desde la firma de la paz con Israel. Kerry ha hecho jeribeques con el lenguaje para criticar sin condenar y reprochar sin deslegitimar a las nuevas autoridades. La oposición republicana, con su portavoz autorizado, el desventurado candidato McCain, ha hecho mofa de los equilibrios lingüĆsticos de la istración, no sin razón.
El āestablishmentā norteamericano que alimentó a Mubarak ācomo a Sadat, previamente- cree que los militares son buenos socios, siempre que mantengan su compromiso bĆ”sico: tener a raya a los islamistas y asegurar la paz y los acuerdos de seguridad con Israel.
En la calculada ambigüedad de Washington opera la inquietud por la desestabilización del paĆs. El āestablishmentā norteamericano que alimentó a Mubarak ācomo a Sadat, previamente- cree que los militares son buenos socios, siempre que mantengan su compromiso bĆ”sico: tener a raya a los islamistas y asegurar la paz y los acuerdos de seguridad con Israel. Una de las cosas que habĆa alertado al PentĆ”gono y a los servicios de inteligencia era la inestabilidad creciente en el SinaĆ por una pretendida actividad creciente de supuestos grupos jihadistas durante los meses de Morsi. El golpe tambiĆ©n era una garantĆa de acabar con esa preocupación.
Después de la matanza del 14 de agosto, Obama se ha visto obligado a un gesto contenido. No activa el mecanismo de la suspensión de la ayuda, pero suspende las maniobras militares conjuntas previstas para septiembre. Too little and to late, como se dice en la jerga de Washington.
ĀæY AHORA?
Muchos responsables, unos mĆ”s que otros, por tanto. Pocos elementos de esperanza a la vista. Semillas de guerra civil plantadas en calles, hospitales y cementerios. Egipto se precipita en el abismo. La sangre puede correr en abundancia. Urge presionar de verdad a quienes sólo tienen su sitio en los cuarteles, restaurar la legitimidad conculcada, asegurar un calendario democratizador creĆble, depurar responsabilidades y aceptar que la democracia supone el respeto de las minorĆas pero la conducción de las mayorĆas. Egipto puede ser un Irak a gran escala. Los cĆnicos dirĆ”n que, a las malas, se soportarĆ”. Incluso tal deriva es preferible con tal de que el paĆs mĆ”s poblado del mundo Ć”rabe no se convierta en una teocracia. En otro IrĆ”n.