Masonería y Comuna de París
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La participación de la Comuna de París fue un hecho que generaría después de la derrota de la misma un debate en el seno de la orden en el país, y con repercusiones en otras Masonerías como en la española. ¿Debía intervenir la orden en el fragor de las disputas y enfrentamientos o solamente en favor de la paz y la concordia? Se trataría de una pregunta constante, si se nos permite el comentario, en distintas épocas, y hasta hoy en día.
Morayta apreciaba que los masones ses habían estado muy acertados porque pretendieron mediar entre Versalles y la Comuna después del fracaso de otras corporaciones y grupos
Miguel Morayta, fundamental masón español por su protagonismo en la orden en todos los aspectos, trató del asunto en un libro que publicaría en 1872 titulado, La Comunne de París. Ensayo histórico, político, social, donde dedicó un capítulo al papel de la masonería. El capítulo dedicado a la masonería apareció en la prensa. Nosotros hemos podido consultarlo en La República Federal, en tres números del mes de agosto de 1873 (131,132 y 134), y que el lector interesado puede consultar en la imprescindible página de la Prensa Histórica Virtual. Creemos que acercarnos a la visión del autor constituye un ejercicio sugerente porque nos ofrece la visión de un masón muy relevante y contemporáneo a los sucesos.
Morayta afirmaba que la Francmasonería se había manifestado públicamente, considerando que más de lo que convenía a sus “intereses permanentes”. Pero lo habría hecho ante la lucha fratricida y la violencia generada, es decir, como un deber filantrópico. La Masonería se basaba en un conjunto de “altos propósitos”, y eso había motivado que los masones salieran de sus templos al mundo profano para ser mediadora, en busca de la paz y el perdón. Entonces, Morayta apreciaba que los masones ses habían estado muy acertados porque pretendieron mediar entre Versalles, es decir el Gobierno, y la Comuna después del fracaso de otras corporaciones y grupos en esta misión. La Masonería lanzó, al respecto, un manifiesto donde explicaba que ante la gravedad de la situación, especialmente por la sangre derramada y en virtud de los principios de la orden, consideraba que tenía el deber de presentarse para decir en nombre de la humanidad y la fraternidad, así como en el de la patria, que debía evitarse la profusión de sangre, es decir, que lo se pedía era el cese de los enfrentamientos y de la violencia. El manifiesto estaba firmado el 8 de abril de 1871 por del “Consejo de la Orden” y por venerables de distintas logias.
El día 28 tuvo lugar una procesión masónica, solemne y muy numerosa, para demostrar el acuerdo que se había tomado
No se les hizo mucho caso, como bien sabemos, pero Morayta insistía en señalar la oportunidad de la intervención masónica no sólo por los valores de la misma contra la violencia, sino para recordar a los muchos masones que tanto en la Comuna como en la Asamblea habrían olvidado sus votos, que habían jurado ayudar y socorrer a sus hermanos, aun a riesgo de sus propias vidas.
La Masonería insistió y envió dos comisiones distintas a Versalles a pedir en nombre de la humanidad, paz y concordia. Al parecer, siempre fueron recibidos con consideración, pero sus gestiones no tuvieron ningún éxito. Distintas logias insistieron también. Al final, masones de diferentes ritos y grados se reunieron públicamente el 21 de abril para tomar una resolución a modo de ultimátum para llevar a Versalles. Contenía dos puntos. Por el primero se solicitaba un armisticio para la evacuación de las poblaciones bombardeadas, y por el segundo, se pedía enérgicamente la paz, basada en el programa de la Comuna, considerando que era el único que podía conducir a la paz. Pero Morayta afirmaba que, mientras el primer punto se basaría en los principios masónicos, el segundo, desnaturalizaba la propia esencia de la Masonería porque se estaba tomando partido. Y eso generó la protesta de otros masones ante el acuerdo, especialmente el Gran Oriente y el Supremo Consejo del Grado 33.
La resolución, por su parte, fue rechazada por Thiers el 24 de abril, y eso provocó una especie de desafío a Versalles, acordado en una reunión del 26 de abril en el Chatelet. Una delegación de francmasones a la que se reunió casi una verdadera multitud de hermanos porque debieron ser unos dos mil, se presentó en el Hotel de Ville el día siguiente para notificar al pueblo de París que se había decidido plantar sus estandartes sobre los muros de París, y si una bala los tocaba todos los masones se agruparían en torno a la Comuna para marchar contra Versalles. La Masonería en París, por lo tanto, se estaba posicionando claramente con la Comuna en un acto lleno de simbolismo y de ardor, por otro lado.
El día 28 tuvo lugar una procesión masónica, solemne y muy numerosa para demostrar el acuerdo que se había tomado en la reunión del Chatelet. Los masones se reunieron a las nueve de la mañana en la plaza del Louvre y la mayoría de las logias de los distintos ritos de París y localidades cercanas se trasladó al patio de las Tullerías que era más espacioso. La manifestación se puso en marcha a las diez de la mañana organizada por logias y respetando las posiciones de los oficiales de las mismas en el orden de marcha, es decir, iban encabezadas por sus venerables maestros y luego el resto del colegio de oficiales. Todos llevaban sus mandiles y las insignias, collares y bandas de sus respectivos grados, desde los aprendices hasta las más altas dignidades. Debieron ser unos once mil masones con hasta setenta estandartes. Toda esta panafernalia debió generar sorpresa a muchos parisinos por no estar acostumbrados a las insignias y símbolos masónicos. También hubo vivas a la Francmasonería. La procesión salió del cerco, fue avistada por las tropas de Versalles, y el fuego se suspendió. Eso permitió que los masones pudieran pasar y se encaminaron al propio Versalles, donde fueron recibidos por Thiers, pero nada consiguieron. Las hostilidades volvieron a romperse y los propios estandartes masónicos sufrieron los estragos de los disparos. Muchos masones siguieron colaborando en la Comuna tanto en asuntos istrativos como curando y cuidando heridos y enfermos.
Como última intervención de la Masonería estaría el llamamiento que se hizo a los masones del mundo en la última hora de la batalla de la Comuna.