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lunes. 09.06.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

La verdad según Agamenón y su porquero en el imperio de las mentiras denominadas posverdades

Lessing y Kant bajo la grupa del caballo de Federico el Grande. Foto: Roberto R. Aramayo
Lessing y Kant bajo la grupa del caballo de Federico el Grande. Foto: Roberto R. Aramayo

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el rey Agamenón o su humilde porquero. Agamenón se muestra de acuerdo con esta formulación y resulta convincente, pero a renglón seguido el porquero discrepa. No cabe decir tanto con tan pocas palabras. En media página se condensa un problema filosófico de gran calado.

Hubiera sido curioso ver qué opinaría Machado acerca del concepto de “posverdad”, esa distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones, con el fin de influir en la opinión pública y modificar las actitudes de la gente. Quizá fuera lo que temiera el porquero de Agamenón. Difícilmente podría prevalecer su criterio, si este no coincidiera con el de su señor.

Hay que optar entre ser como Agamenón o emular por el contrario a su porquero

Reconozco que siempre me he identificado con el porquero. Por de pronto debió tener una vida más tranquila en su anonimato, sin padecer los tormentos que sufre Agamenon precisamente por sus éxitos públicos y el papel que le confiere la trama del relato de Homero. Pero también he sólido discrepar con las verdades recogidas en códices o protocolos cuya naturaleza debe ser dinámica y no estática por definición, estando abierta por tanto a recoger los hechos de la realidad y no a pretender ahormarlos.

Como dijo Lessing en “Nathan el sabio” y le gustaba recordar a Javier Muguerza, la Verdad con mayúsculas estaría reservada únicamente a Dios, o más bien a lo que concebimos como tal, correspondiendo al ser humano una búsqueda incesante de la verdad con minúscula. Siempre me ha impresionado que Lessing aparezca hablando con Kant en los bajos del monumento dedicado a Federico el Grande y ubicado en Unter den Linden junto a la Humboldt Universität. Kant alabó que Federico II de Prusia no impusiera un credo religioso en su reino, pero durante su reinado no dejaron de imperar sus verdades.

El método científico no pretende dar con verdades dogmáticas e inamovibles como las que programan los textos bíblicos. Establece hipótesis provisionales que irán confirmándose con arreglo a nuevos descubrimientos mejor acreditados. Así van cambiando nuestra visión de la prehistoria o del universo mediante hallazgos con que antes no se contaba. Sin profesar un escepticismo metodológico a la Diderot, la ciencia no avanzaría un ápice, al considerar que ya se sabía todo según la explicación del Génesis por ejemplo y que la teoría darwinista era sencillamente imposible de creer. 

Cierta clase política clama sin avergonzarse “contra-verdades” a todas horas. Lo acabamos de ver en la contienda electoral estadounidense

Freud nos participó que, lejos de ser los dueños del universo, ni siquiera dominamos nuestro propio interior tan determinado por un inconsciente al que solo accedemos durante nuestra vida onírica, sin recordar lo que allí ocurre. Nuestra falibilidad e incertidumbre son los rasgos específicos que nos hacen humanos. La prepotencia intransigente sería cosa de dioses, por mucho que algunos ricachones con fortunas inconmensurables como la de Elon Musk tiendan a creerse tales. 

Lessing y Kant bajo la grupa del caballo de Federico el Grande. Foto: Roberto R. Aramayo
Lessing y Kant bajo la grupa
del caballo de Federico el Grande.
Foto: Roberto R. Aramayo

Negar las evidencias está de moda. Es lo que se lleva. El cultivo de la mentira se ha convertido en un deporte cotidiano que propala exitosamente sus bulos a diestro y siniestro. Cierta clase política clama sin avergonzarse “contra-verdades” a todas horas. Lo acabamos de ver en Las excusas de Carlos Mazón y su equipo son sencillamente impresentables. 

Todo esto sirve para definir la discrepancia del porquero. Negar los hechos y las evidencias no es lo que haría nuestro anónimo protagonista. Más bien al contrario. Sería quien intentaría denunciar las triquiñuelas y los abusos de poder. No soportaría las patrañas infundadas que recorren impunemente internet y calan en mucha gente que no sabe contratar esa peligrosa desinformación. Aunque lo sea su intensidad y el modo de propagación, el fenómeno ya es conocido, porque la demagogia populista sin entrañas nos acompaña desde siempre. 

Hay que optar entre ser como Agamenón o emular por el contrario a su porquero. Con lo primero nos dejaríamos arrastrar por las embestidas del talante reaccionario, en lugar de procurar ponerlo en su sitio, para que no se repitan páginas muy espantosas de nuestra historia. Porque la intransigencia de quienes pontifican con sus posverdades no es inclusiva y convierte a quienes no piensan igual en parias del coto privado con que suplantan a la esfera pública. La ‘res pública’ y los valores del sistema democrático se ven muy amenazados por esta cosmovisión excluyente que tanto idolatra la mentira.

La verdad según Agamenón y su porquero en el imperio de las mentiras denominadas...