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Hace treinta años, en la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón tomó la decisión de prohibir “aquellos espectáculos taurinos que impliquen maltrato a las reses”. Pues bien, transcurrido casi un tercio de siglo, la cuestionada y controvertida actual presidenta madrileña, enfant terrible para unos y para otros la hija putativa de Donald Trump, acaba de dar su enésima nota de provocación al anunciar la decisión de devolver a los madrileños la salvaje forma de divertirse maltratando a animales, o sea, revocar la misma tradición que suprimió Ruiz Gallardón.
Resulta curioso que tanto toros como festividades religiosas sean para muchos un paradigma de la exaltación patriótica
Siempre ha llamado mi atención lo elevado que es el porcentaje de ciudadanos de sesgo ideológico conservador que son aficionados a la tauromaquia. Muchos de ellos son españoles de bien de pura cepa y pulserita rojigualda que consideran el toreo como cultura y también como una tradición adscrita a los rasgos identitarios de los españoles de raza. Resulta curioso que tanto los toros como las festividades religiosas sean para muchos un paradigma de la exaltación patriótica elevado a las más altas cotas.
Viene esto a colación de que hace unos días, en la plaza de toros de Vistalegre, en el curso de una corrida benéfica por los damnificados de la dana de Valencia, una joven novillera de nombre Olga Casado y iradora declarada de Isabel Díaz Ayuso, tras conseguir dos orejas y el rabo de en una de sus faenas, se dirigió desde el coso a la presidenta de la Comunidad de Madrid y le dedico estas palabras:
«Es un orgullo para mí, en el día más importante de mi vida, poder brindarle la faena de este toro. No tengo palabras de agradecimiento de todo lo que hace por nosotros. Usted es un referente para mí y para toda mi generación y voy a luchar por ser yo también un referente en el mundo del toro. Sin duda es usted un espejo en el que me miro. Va por usted»
Y claro, a Ayuso le emocionó ese «va por usted» y se dejó llevar por el ego arrogante y narcisista que la caracteriza, un rasgo que más que autoestima le hace rezumar soberbia y prepotencia.
Pero cambiemos de tercio, pues no es de toros de lo que quiero escribir sino mas bien analizar sucintamente la opinión de quienes cuestionan la estabilidad psicológica de la presidenta madrileña y hacen bromas al respecto llamándola ‘ida’ como un juego por la coincidencia de las iniciales de su nombre y apellidos.
De entrada, y para que nadie se lleve a engaño, quisiera dejar constancia que, siempre según mi criterio, esta presunta enajenada es una mujer muy cuerda que de ida sólo tiene sus iniciales.
Es claramente incuestionable la capacidad de atracción y de encantamiento que esta mujer genera entre sus seguidores
No obstante, si me viera en la tesitura de tener que hacer una valoración psicológica de la señora Ayuso, perfilaría a esta dama como una política carismática y diáfana a la hora de mostrar sus ansias de ganar, de obtener poder y de ser irada, motivo por el que sus miedos más básicos tal vez serían los que le auguraran cualquier fracaso o rechazo social. Es claramente incuestionable la capacidad de atracción y de encantamiento que esta mujer genera entre sus seguidores, exactamente con la misma intensidad que el rechazo que provoca en sus antagonistas. Por último, Isabel Díaz Ayuso destaca por su habilidad para desafiar a quienes la atacan, y lo hace transmitiendo una contundencia que desconcierta a sus detractores al mismo tiempo que predispone a sus seguidores a sentir por ella una iración proclive a materializarse en votos.
Si alguien me preguntara si la señora Ayuso está ida o no, mi respuesta sería un rotundo no, pues independientemente del sucinto perfil psicológico que acabo de improvisar en el párrafo anterior, si recurro a un modo más coloquial y para nada académico, me dan ganas de definir a esa mujer como uno de esos terroristas de pacotilla que no apuntan a la sien con intención de matar sino mas bien encañonan al centro de la diana del sentido común, de la decencia, de la verdad, de los derechos y también del respeto a la ciudadanía en general.
Esta efusiva y aspaventera señora se me antoja como una provocadora de tres al cuarto que sólo dispara balas surrealistas como hizo al vender el humo de que la libertad consiste en tomar una caña de cerveza en la terraza de una ciudad donde la felicidad y de nuevo la libertad se mediría por la improbabilidad de que alguien que salga a pasear por las calles se vea en la incómoda situación de cruzarse con su expareja.