El espejo americano

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Más allá de su enorme importancia intrínseca, las elecciones norteamericanas que tuvieron lugar esta semana tienen un valor de espejo oscuro que no debiéramos ignorar. Un espejo en el que hay que mirarse para ver lo que no hemos querido ver, antes de que sea tarde.

Porque se han hecho ya muchos análisis acerca de las causas de la derrota de los demócratas, pero creo que pueden resumirse en dos, las más difíciles de abordar, por su componente de irracionalidad: una rabia ciega y un método político basado en la mentira sistemática.

La rabia viene acumulada desde la crisis de 2008, y es ciega porque ciego fue el dolor de quienes sufrieron aquella crisis

La rabia viene acumulada desde la crisis de 2008, y es ciega porque ciego fue el dolor de quienes sufrieron aquella crisis: personas expulsadas de sus casas, personas expropiadas del futuro en el que confiaban. No hemos sido conscientes de que ese dolor, que ha dejado huellas muy profundas, se ha convertido en un fenómeno irracional, que se vuelve en muchas ocasiones contra quienes lucharon por aliviarlo porque su lucha no fue suficiente o no se percibió como suficiente. Ese dolor se echa ahora en brazos de cualquier charlatán de feria que prometa curarlo, porque en el subconsciente de los individuos ese dolor sigue necesitando cura. Por eso están dispuestos a creer en la luna antes que en la razón, porque la luna es blanca y reluciente y la razón está llena de peros.

Eso lo han entendido muy bien los vendedores de crecepelo. Han entendido bien que el enfermo solo desea curarse, o en el peor de los casos tener alguien a quien echar la culpa de su enfermedad, y mezclando ambas cosas han creado esa tremenda máquina de instigación del odio y de la mentira que ha triunfado en Estados Unidos y, si no la enfrentamos con inteligencia, triunfará por doquier. Durante la campaña norteamericana creímos que nadie podría tomar en serio a alguien que decía que los inmigrantes se comen a los perros y los gatos, y no nos dimos cuenta de que eso era lo que sus electores querían oír: una solución fácil y violenta a un problema difícil y complejísimo. La receta ideal.

Mientras el Estado trabaja, la máquina de la mentira da explicaciones fáciles a la lentitud y complejidad del proceso

Lo estamos viendo estos días en Valencia: mientras el Estado trabaja intensamente por reconstruir lo destruido, ayudar a la gente en una situación de destrucción total, la máquina de la mentira da explicaciones fáciles a la lentitud y complejidad del proceso: la ropa que enviamos no llega a su destino porque el Gobierno la tira a vertederos (lo he visto en redes), hace falta que vaya el ejército y no la UME (que no es otra cosa que el ejército). Todo esto se cuenta en aplicaciones diseñadas para borrarse a las pocas horas, y poder añadir a la mentira la impunidad del rastro, y se replica en cuentas automáticas para dar impresión de viralidad y llegar hasta el último rincón.

El ministro Oscar Puente lo ha entendido bien, y por eso publica hora tras hora en X cada nueva carretera despejada, cada línea de tren restablecida, y según supimos la semana pasada el rey también lo sabe: su frase referida a quienes quieren crear el caos es significativa.

A esto nos enfrentamos, y no a un debate político de argumentos. Y amenaza con arrollarlo todo. También a la derecha sistémica y a la monarquía que tanto defiende, mientras coquetea, de manera tan necia como inmoral, con la ultraderecha que le come los pies. Si no se toman medidas rápido ya no habrá más medidas que tomar.