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La reciente trama de corrupción descubierta en las filas del PSOE ha golpeado con fuerza no sólo al partido en el gobierno, sino a la ya maltrecha confianza ciudadana en la política. Las implicaciones alcanzan a figuras relevantes del partido, algunas próximas al círculo de poder, y colocan al presidente Pedro Sánchez en una posición especialmente incómoda. Su comparecencia pública —con gesto grave, corbata oscura y semblante descompuesto— fue una puesta en escena medida, casi ritual, en la que pidió perdón a los ciudadanos. Pero ¿fue suficiente? ¿Es creíble? ¿O estamos ante una escenificación más en la larga historia del desgaste institucional?
Lo que ha quedado claro es que la corrupción no es patrimonio exclusivo de una sigla, y mucho menos de una ideología
El rostro de Sánchez, rígido y sin elocuencia, parecía el de alguien que comprende el alcance del daño, pero también el de alguien que se siente asediado, sitiado por una tormenta que no termina. Se le vio contenido, sin rastro del tono enfático que suele exhibir en sus discursos parlamentarios. El traje oscuro no era sólo una elección estética: era un luto simbólico por la erosión de su proyecto político. Y sin embargo, detrás de ese gesto solemne, hay preguntas sin resolver: ¿hasta dónde conocía Sánchez lo que se gestaba en su entorno? ¿Puede realmente desmarcarse?
Lo que ha quedado claro es que la corrupción no es patrimonio exclusivo de una sigla, y mucho menos de una ideología. El PP lo sabe bien. Por eso su reacción ha resultado especialmente irritante. Núñez Feijóo exige dimisiones inmediatas, una limpieza total, la convocatoria urgente de elecciones. Exige, en suma, lo que su propio partido se negó sistemáticamente a hacer durante los escándalos que lo han salpicado durante décadas. ¿Dónde estaban entonces los llamamientos a la regeneración? ¿Dónde el sentido de Estado? ¿Dónde las corbatas oscuras, los gestos graves, las palabras “lo siento”?
El PSOE podría pagar un precio alto, no sólo por la corrupción, sino por el desgaste acumulado tras años de gobernar en coalición, en minoría parlamentaria, y en medio de crisis sucesivas
En lugar de autocrítica, el PP parece haber asumido que la corrupción es un arma política más. El caso Gürtel, la caja B, los sobres, la financiación ilegal, los informes policiales manipulados, el uso partidista de las cloacas del Estado… Todo eso fue enterrado con el menor coste político posible, mientras se apelaba al “y tú más” para neutralizar cualquier crítica. Ahora, en una maniobra típicamente cínica, los mismos que callaron o negaron sus propias corrupciones claman por la ejemplaridad ajena. No es una actitud nueva, pero sí profundamente hipócrita.
En este clima de descrédito generalizado, la pregunta inevitable es si Pedro Sánchez debería convocar elecciones. Hay argumentos que lo justificarían: devolver la palabra a la ciudadanía, renovar el mandato, cortar de raíz la hemorragia reputacional. Pero también hay riesgos: unas elecciones anticipadas no aseguran la regeneración ni la estabilidad. El PSOE podría pagar un precio alto, no sólo por la corrupción, sino por el desgaste acumulado tras años de gobernar en coalición, en minoría parlamentaria, y en medio de crisis sucesivas.
En lugar de autocrítica, el PP parece haber asumido que la corrupción es un arma política más
Y ahí emerge otro dilema que va más allá del PSOE y del PP: ¿qué escenario preferimos para España? ¿Una izquierda dañada por casos de corrupción, pero aún comprometida con un marco democrático amplio, o una derecha que sólo podría gobernar abrazada a la ultraderecha de Vox? Porque esa es la alternativa real que se dibuja. Feijóo necesita a Vox como socio. Y Vox no es un partido conservador al uso: es una fuerza que niega la violencia machista, cuestiona derechos básicos, ataca a los medios, promueve el autoritarismo cultural y aspira a dinamitar consensos democráticos.
Europa está llena de ejemplos: en Italia gobierna Meloni; en Países Bajos, Geert Wilders es ya una figura central; en Francia, Le Pen acaricia el poder; en Alemania, la ultraderecha avanza incluso en los bastiones progresistas. ¿Debe España sumarse a esa ola? ¿Debe normalizarse que un eventual vicepresidente del Gobierno cuestione la existencia de las autonomías, la memoria histórica o los derechos de las minorías?
Lo que se necesita es una regeneración honesta y transversal. Que el PSOE haga su limpieza interna sin maquillajes
La respuesta no es sencilla. No se trata de disculpar la corrupción del PSOE. Ni de mirar hacia otro lado. Hay que investigarla hasta el final, caiga quien caiga. Pero tampoco se puede permitir que la indignación justa sea utilizada como trampolín para un proyecto político que representa un retroceso democrático. El rechazo a la corrupción no puede traducirse en un salto al vacío reaccionario.
Lo que se necesita es una regeneración honesta y transversal. Que el PSOE haga su limpieza interna sin maquillajes. Que el PP renuncie al cinismo y revise su propia historia. Que los partidos comprendan que el poder sin ética conduce al descrédito colectivo. Y que la ciudadanía, con memoria y conciencia crítica, exija más a todos, sin sectarismos.
Pedro Sánchez está ante una disyuntiva decisiva. Puede optar por aguantar, asumir el coste político y prometer medidas ejemplares. O puede entender que su autoridad moral se ha erosionado y que sólo unas nuevas elecciones podrían restablecer un contrato de confianza con el país. Sea cual sea su decisión, no basta con gestos ni con trajes oscuros. La democracia necesita algo más: verdad, coherencia y coraje. Y eso, por desgracia, escasea en todos los frentes.