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@Montagut |
La abeja aparece en muchas culturas y tradiciones como un símbolo iniciático y litúrgico. Poseería una naturaleza ígnea, es decir, dotada del poder del fuego. La abeja purificaría por el fuego y alimentaría por la miel, quemaría por el aguijón, pero iluminaría por el fulgor.
La abeja se relaciona con el trabajo y la creación de riqueza y prosperidad, es decir la miel. Así lo pensaban los griegos. Al parecer, existía una tradición en Delfos que consideraba que habían sido las abejas las responsables de la construcción del segundo templo del lugar. En el orfismo las abejas simbolizarían el alma. Si las abejas salen del enjambre, las almas surgían de la unidad divina.
El cristianismo adoptó la abeja en la iconografía medieval para simbolizar la diligencia y la elocuencia.
Por otro lado, la abeja se vincularía al orden, además de al ardor belicoso y al coraje. Por su trascendencia divina y por su conexión terrenal, la abeja aparecería ya desde la Antigüedad como un atributo del poder divino de los sumos pontífices y luego de los papas de la Iglesia, y a través de ellos pasaría reyes y emperadores, como Napoleón.
En masonería es símbolo del comportamiento ordenado y atento. Las abejas obreras tienen esa actitud hacia su reina y hacia sus compañeras, como los masones estarían al orden en la logia, permaneciendo atentos a su Venerable Maestro y a sus hermanos, en su colmena o comunidad, es decir, en la logia, en la obediencia, en fin, en la orden.
La abeja es símbolo de virtud. Pero también simboliza la obediencia, la actividad y la constancia, tres virtudes que deben acompañar a todo masón, que respeta la autoridad legítima y que, además, no aspira al descanso. Si la abeja no descansa nunca, el masón siempre estaría trabajando por su perfeccionamiento personal, y por el progreso de la Humanidad, sin aspirar al descanso como finalidad.
La miel es el alimento espiritual de santos y sabios. La miel se vincula con el conocimiento místico y religioso, el bien espiritual y el renacimiento que sigue al momento de la iniciación.
En este sentido, los iniciados en los Misterios de Eleusis recibían miel en sus grados superiores porque es el signo de su vida nueva. El Pseudo Dioniso Areopagita, teólogo y místico bizantino entre los siglos V y VI, decía que las enseñanzas de Dios eran comparables a la miel por su propiedad de purificar y conservar, consustancial a este alimento.
En consecuencia, la miel se vincula a la iniciación masónica, a la transformación que se produce en ese momento. La miel es fruto de la transmutación del polvo del polen y los néctares, algo parejo a lo que le ocurre al iniciado en el que se integran los distintos componentes de su persona, para convertirse en un hermano.