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jueves. 29.05.2025
MEMORIA

Juan Gelman: “La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio”

El derecho a la memoria enfrenta aún resistencias políticas y sociales en Argentina y España.
memoria argentina
Movilización en Buenos Aires del Día Nacional de la Memoria de 2018. (Wikipedia)

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He podido leer con gran interés el libro Cuando Antígona encontró a Benjamin. Víctimas del franquismo y derecho a la memoria de Rafael Escudero Alcay, profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid desde 2002. El mito de Antígona simboliza la demanda de exhumar, identificar y devolver a sus familiares los restos de las víctimas de las desapariciones forzadas durante la dictadura franquista. Esta demanda se amplía en un derecho a la memoria que alcanza a toda la comunidad afectada y para cuya elaboración las reflexiones de Walter Benjamin sirven de guía. Desde esta doble perspectiva, el autor analiza las herramientas jurídicas que culminan en la llamada Ley de Memoria Democrática. En el primer capítulo del libro titulado Once pasos para el encuentro, el primero trata de La denuncia de Juan Gelman sobre las razones de la desmemoria. Y así he podido conocer el discurso de Juan Gelman en el acto de concesión del Premio Cervantes de 2007, leído en abril de 2008, en presencia del Rey, Juan Carlos I, y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, titulado "De pie contra la muerte". Lo he leído varias veces y cuanto más lo leo más me impresiona. Denota gran compromiso político en defensa de la memoria, además de reflejar un profundo dolor personal. No en vano, la dictadura argentina asesinó a su hijo, de 20 años; y a su nuera de 19 años, que estaba embarazada de siete meses. Y en el cenit de la crueldad por parte de los de aquella dictadura, auténticos canallas, fue llevada a Uruguay hasta que diera a la luz. Posteriormente fue asesinada y la hija, la nieta de Juan Gelman, fue abandonada en un canastillo en el portal de la casa de un matrimonio de Montevideo. Más adelante describiré de una forma más pormenorizada todos estos hechos profundamente dramáticos. Todas estos hechos cabe enmarcarlos en La Operación Cóndor o Plan Cóndor, una campaña de represión y terrorismo de Estado de las dictaduras de Sudamérica en los años setenta y ochenta con apoyo de Estados Unidos. La idearon las cúpulas de los regímenes y sus servicios secretos que, alentados por Washington, llevaron a cabo torturas, asesinatos y desapariciones forzosas, entre otros crímenes. Se trató de un sistema coordinado para anular a la izquierda que se fraguó y desarrolló en secreto, y empezó a destaparse en los 90. Hasta que Juan Gelman pudo entrevistarse con su nieta, que ya superaba los 20 años, ignoraba si era nieto o nieta. Pondré más adelante un fragmento de la Carta a mi nieta o nieto en el 2000. Lleva ese título, porque no sabía si era nieta o nieto en ese año. Así como también describiré los enormes esfuerzos de Gelman para conocerla.

Ahí va el fragmento del discurso, realmente impresionante por la forma y el fondo, del Premio Cervantes de 2007:

“He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.

Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.

Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. "¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!", exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.

Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.

En el discurso anterior menciona el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en cuya concesión en la Universidad Salamanca, 28 de octubre de 2005, realizó un discurso, donde ya mostró su preocupación por la Memoria y su compromiso político:  

“Me conmueve en particular el marco de esta ceremonia. Es el de la España de hoy, la que  no acepta una aventura bélica que trae al mundo zozobra y muerte, la España que  rompe clausuras sociales que lastiman la intimidad de las personas, la que abriga a la  cultura y abre puertas a la belleza posible de cada ser humano, la que se esfuerza por  recuperar su memoria cívica porque sabe que sin pasado claro no hay futuro claro. El  espíritu de un país que olvida su verdad no puede agrandar sus horizontes. Para los  griegos de Perícles, el antónimo de olvido no era memoria, sino verdad. España ha sufrido  el azote brutal del terrorismo y América Latina sabe de la muerte temprana e injusta  causada por otro terrorismo, el terrorismo de Estado: 80.000 muertos en El Salvador,  otros tantos en Guatemala, 30.000 desaparecidos en Argentina, también en Chile y  Uruguay, nos dicen que la voluntad de justicia cuesta caro en nuestros suelos”.

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Juan Gelman.

Hagamos una breve reseña biográfica de Juan Gelman. (Buenos Aires, 3 de mayo de 1930 - México DF, 14 de enero de 2014). Poeta, traductor y periodista argentino, está considerado como el poeta más importante de su generación. Hijo de emigrantes judíos ucranios, ejerció diversos oficios antes de dedicarse al periodismo. Por su actividad periodística y política vivió en el exilio entre 1975 y 1988, residiendo alternativamente en Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México. Durante su ausencia de Argentina llega a estar condenado a muerte por la dictadura argentina; sufre muy de cerca el drama de los "desaparecidos" cuando su hijo y su nuera pasan a formar parte de esta dolorosa lista. 

En su juventud colabora en el periódico Rojo y negro. Es uno de los fundadores del grupo de poetas "El pan duro" y es también secretario de redacción de Crisis, director del suplemento cultural de La Opinión y jefe de redacción de Noticias. También ejerce como traductor en la UNESCO. Desde 2007 colabora con el periódico de Buenos Aires, Página 1/2

Poeta adscrito al realismo crítico, consigue un estilo particular partiendo de un realismo crítico y del intimismo. Son constantes en su poesía la presencia de la cotidianeidad, el tono político, la denuncia y la indignación ante la injusticia. 

Como he comentado anteriormente su biografía es profundamente dramática.

El 24 de agosto de 1976 un grupo de tareas irrumpió en la casa del escritor y se llevó a su hijo y a su nuera, embarazada de siete meses. Desde ese momento, él concentraría todos sus esfuerzos en encontrarlos.

Con estas palabras el poeta Juan Gelman comenzaba la “Carta abierta a mi nieta o nieto”, un texto que publicó el 12 de abril de 1995 en el diario Página 12, quizás con la ilusión pétrea de que todos sus esfuerzos por hallarla, llevaran hasta su abrazo a esa persona fruto de su hijo y su nuera que la dictadura le había arrebatado. Es una carta estremecedora.

“Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. Él estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti (...). Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron —y a vos con ella— cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar —así era casi siempre— a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después”.

Veamos las vicisitudes sobre la búsqueda incansable de su nieto o nieta por parte de Juan Gelman. Para ello me he basado en un artículo publicado en el diario en línea argentino Infoboe, que firma Ariana Budasoff, de fecha 23 de marzo de 2025.

Era 14 de enero de 1977, era la noche, cuando en la casa del matrimonio Tauriño Vivian, integrado por un policía uruguayo y su esposa, en Montevideo, sonó el timbre. Al abrir la puerta, como si fuese una película, se encontraron con un bebé en una canasta con una nota. Era Macarena. Eso es lo que le contaron. Un día, 23 años después, Macarena volvió a su casa y se encontró con su madre envuelta en un llanto desconsolado. Habían pasado cuatro meses desde la muerte de su padre. Cuando le preguntó qué le pasaba, le dijo que tenía que hablar con ella. La vio tan abatida que decidió faltar a su trabajo y quedarse a escucharla. “Le preguntaba y le preguntaba y ella sólo lloraba. Casi no podía hablar. Le pregunté si tenía que ver con papá, con ella. Me dijo que con los tres. Y entonces, no me pregunte por qué, yo nunca sospeché, lo cierto es que, ante su silencio y su llanto, le pregunté: ‘¿Es que no soy hija de ustedes?’. Y ella me dijo: ‘¿Quién te lo dijo?’. Ahí fue cuando me di cuenta de lo que había dicho”. Le contó Macarena a la periodista Gabriela Cañas, para El País Semanal, en 2008. En ese momento su madre adoptiva le dijo que tenía un abuelo que la estaba buscando. Y Macarena comenzó una vida nueva. Una identidad nueva a la que abrazaría para siempre. “Mis papás biológicos tenían 19 y 20 años. Eran argentinos. Vivían en Buenos Aires. Los secuestran el 24 de agosto de 1976″. “Tanto en ese momento como después —dijo en la entrevista para El País Semanal—, siempre pensé que la verdad era mejor que cualquier otra cosa”.

Cuando a los periodistas se les permitió entrar al despacho del entonces presidente uruguayo Jorge Batlle, donde estaban reunidos, vieron a Gelman con los ojos rojos de emoción. El presidente, con sonrisa de satisfacción, tenía en mano un libro del poeta.

“Yo había pedido una reunión con el presidente Jorge Batlle y él, dando muestras de una sensibilidad y una humanidad que se confirmaron a lo largo de la entrevista, aceptó que esta tuviera lugar”, dijo Gelman a la prensa en un encuentro breve en el que confirmó que, después de más de dos décadas, había encontrado a su nieta, nacida en Montevideo en 1976.

“Hace mucho que estoy en la búsqueda de mi nieta. (...) Y he confirmado que la persona que busco ha nacido en el Uruguay, que está en el Uruguay y que es querida por sus padres, a quienes quiere. Y hasta aquí llego, porque quiero preservar la intimidad de esta persona”.

Por el presidente uruguayo, Gelman supo que su nuera había parido en Montevideo y que su nieta –en ese momento de 23 años– había sido encontrada y vivía en el barrio de Pocitos, en la casa de un policía retirado y fallecido que no había estado vinculado a la represión de la dictadura uruguaya de los años 70.

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Macarena Gelman en 2014.

“Hoy es un día muy importante —dijo Batlle, también emocionado— más allá de posiciones políticas, de matices o de credo o religión, porque se logró que un abuelo se reencontrara con su nieta”. Después de veinticuatro años de búsqueda Macarena tenía un abuelo poeta y Gelman una nieta uruguaya.

Remontémonos hacia atrás. Era 24 de agosto de 1976 cuando un grupo de tareas irrumpió en la casa de Juan Gelman. El escritor les había ganado de mano: ya estaba en el exilio. Pero los militares se llevaron en su lugar a su hijo, Marcelo Ariel Gelman, y a su esposa, María Claudia García Iruretagoyena, embarazada de siete meses. El mismo año había sido secuestrada su hija, Nora, pero la dejarían en libertad poco tiempo después. Su hijo y familia a punto de expandirse no habían corrido esa suerte. Desde ese día, la vida del poeta giró alrededor de esa búsqueda irrefrenable de Marcelo, de Claudia, de su nieto o nieta a quien no había llegado a conocer fuera del vientre materno.

Un año antes de que se los llevaran, en 1975, Gelman había sido enviado al extranjero, como parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que se habían fusionado con Montoneros, para denunciar las violaciones a los derechos humanos perpetradas por la Triple A durante el Gobierno de Isabel Perón. Y siguió vinculado a la organización de lucha armada hasta 1979. Cuando el operativo conocido como “Contraofensiva montonera” fracasó, Gelman decidió alejarse y dedicó todo su tiempo a la búsqueda de su familia, a la escritura, a sus palabras hechas arte en las que drenaba un poco del dolor que le provocaba la ausencia.

La madre de Marcelo, Berta Shubaroff, ya había iniciado esa búsqueda que compartirían: se había sumado rápidamente a las Abuelas de Plaza de Mayo. También la madre de Claudia, María Eugenia Casinelli, —abuela materna de Macarena— había comenzado de inmediato su lucha por encontrarla: fue una de las fundadoras de las Abuelas.

Habían pasado trece años desde el día en que se los llevaron cuando tuvieron la primera certeza: en 1989 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Marcelo Gelman en el río San Fernando, la zona norte del Gran Buenos Aires, dentro de un tambor de grasa lleno de cemento. Había sido asesinado el 14 de septiembre de 1976. Más adelante, el poeta averiguaría que su nuera había sido trasladada a Uruguay, país donde a comienzos de noviembre había parido a una niña.

Desde ese momento, Gelman intensificó aún más su búsqueda: sabía que tenía una nieta en Montevideo y se apoyó en su familia y en escritores y artistas de todo el mundo que se unieron a su reclamo. Era 1998 cuando decidió llevar el caso a la Justicia federal argentina para que sea considerado en la causa que comenzaba a indagar el robo de bebés durante la dictadura, impulsada por las Abuelas de Plaza de Mayo. Simultáneamente, avanzaba en Buenos Aires otra investigación judicial que brindó más pruebas respecto al destino de los desaparecidos y de unos 200 menores apropiados: la causa conocida como Plan Cóndor, en la que se investigaba el accionar represivo llevado a cabo en conjunto por las Fuerzas Armadas de Argentina y las de países vecinos.

Entre la evidencia reunida, un documento aportó pruebas sobre el funcionamiento del centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti, en el que se registraron varios casos de apropiación de bebés que habían sido secuestrados junto a sus padres o nacidos en cautiverio. Algunos testimonios declararon también que los países que participaban del Plan Cóndor estaban involucrados en el robo de niños y niñas entre los que se encontraba el bebé de Claudia García Iruretagoyena de Gelman.

Al año siguiente, en 1999, Juan Gelman viajó junto a Mara a Madrid, su esposa, a Montevideo para comenzar a tejer una trama de os en el país. Y solicitó la colaboración del entonces presidente uruguayo Julio María Sanguinetti. El mandatario negó que su país hubiera estado involucrado en el robo de menores. “En Uruguay nunca hubo casos de niños secuestrados como en la Argentina”, declaró. Gelman no le creyó. Solo un mes después, en mayo, habían logrado averiguar que María Claudia había tenido una niña mientras estaba secuestrada en Montevideo.

A partir de eso, insistieron en el pedido de colaboración del Gobierno para continuar la investigación: su información llegaba hasta el traslado de María Claudia y su hija desde el centro clandestino de detención hasta un destino incierto. Las respuestas oficiales fueron promesas incumplidas.

Luego de ocho meses de buscar hasta debajo de las piedras del suelo uruguayo, Gelman publicó una carta abierta dirigida a Sanguinetti. A partir de ahí su causa se visibilizó aún más y el presidente uruguayo comenzó a recibir cartas de todas partes del mundo. Hubo miles de firmas, 115 poetas de 71 países. Todos pedían respuestas sobre el paradero de la nieta del autor argentino. También los Premios Nobel José Saramago, Adolfo Pérez Esquivel, Dario Fo, Rigoberta Menchú, Günter Grass, Seamus Heaney y Wole Soyinka se plegaron al reclamo.

Escuchemos las palabras de Macarena. "A mi mamá la trasladan acá, a Montevideo. Era noviembre de 1976, según he podido saber. Nos tienen un tiempo juntas, al menos hasta el 22 de diciembre. El parto fue acá. Se presume que en el Hospital Militar, aunque nadie lo confirmó. Me dijeron que el parto fue el 1° de noviembre. Es la fecha más probable. Además, cuando me dejan en la puerta de mis papás, lo hacen con un cartelito dando esa fecha de nacimiento. Presumo que no es mentira, aunque tampoco tengo toda la certeza del mundo. Después del 22 de diciembre, última fecha en la que nos ven juntas y viva a mi mamá, ya no se sabe nada hasta el 14 de enero, día en que me dejan en la puerta de la casa de mis papás” —contó Macarena en 2008 a El País Semanal.

Macarena Gelman García Iruretagoyena nació en noviembre de 1976, en el cautiverio de su madre, María Claudia García Iruretagoyena. Con dos meses de vida fue dejada como un cachorro, como un regalo, en la puerta del matrimonio Tauriño Vivian, dentro de una canasta. La pareja la nombró Macarena y la anotó como hija propia.

Ella creció mirando al Río de la Plata del otro lado. Caminando la Rambla montevideana, sin imaginarse el vuelco que, a sus 23 años, daría su vida. Estudió Bioquímica en la Universidad de la República —aunque luego cambiaría de rumbo— y se unió a la militancia estudiantil, pero se consideraba algo ajena a los asuntos políticos nacionales, hasta que supo que ella no era quien creía que era. Que su familia no era quien creía que era.

El día que su madre le contó la verdad le dijo que no sabía de dónde había salido, quién la había dejado en la puerta de su casa, hasta que un señor llamado Juan Gelman, que era su abuelo, logró dar y arse con ella.

Macarena estaba aturdida. No podía procesar lo que escuchaba. Lo que su madre, que no era su madre, le decía. Corrió a Internet y descubrió que sus padres biológicos eran argentinos, que su abuelo era un poeta conocido mundialmente y vivía autoexiliado en México desde donde reclamaba la recuperación de esa nieta, sangre de su sangre, que le habían robado.

En el mismo momento su madre adoptiva le dijo que fuera a hablar con el obispo Pablo Galimberti, “que era la persona que mi abuelo había ado para hablar con nosotros”, contaba Macarena en la entrevista de 2008. Gelman había podido averiguar que el matrimonio que criaba a su nieta era muy devoto y que esa era la mejor forma de acercarse a ellos. Como quien tantea un terreno antes de adentrarse en él, Galimberti ofició de intermediario entre Macarena y su abuelo hasta que ellos estuvieron listos para conocerse.

“Cuando me senté a hablar con él [Galimberti], lo primero que me contó fue la historia de la Operación Cóndor, que había consistido en la coordinación de las fuerzas represivas de América Latina. (...) Me contó todo lo que mi abuelo había podido averiguar. Lo que él sabía. Que a efectos de confirmar mi identidad había que hacer una prueba de ADN, cosa que yo manejaba perfectamente (...). Y, bueno, me dijo que lo mejor era ir aproximándome a mi abuelo, al principio, no de forma directa sino con cierta prudencia, durante un tiempo. Siempre a través del obispo. Me consiguió una carpeta con fotos de mi abuelo. Enseguida me enteré de que había habido una gran campaña pública internacional para buscarme que contó con el apoyo de muchísima gente, pero yo no me había enterado de nada”, contó Macarena.

Sobre el primer encuentro con su abuelo dijo que “iba con un miedo terrible”, “pero a partir de ahí todo fue una avalancha. Había decisiones que tomar en un momento histórico y político en el que todavía se negaba la existencia de niños robados en Uruguay. El tema de los desaparecidos siempre se dejaba de lado. Aquí se negaban la mayoría de las cosas”.

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Juan Gelman en 2008.

Después de conocer a su abuelo, en el 2000, Macarena se realizó la prueba de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos argentino y despejó toda duda: “al 99,99 por ciento de probabilidades era yo”, dijo.

Después de haber recuperado su identidad inició un juicio para cambiarse el apellido y pasó a ser, formalmente, Macarena Gelman García Iruretagoyena

A sus 23 años, Macarena, que se convirtió en la nieta restituida número 67, descubrió una nueva vida que le trajo otros niveles de consciencia respecto al pasado reciente de su país y de la región: se enteró de los crímenes de lesa humanidad, de los secuestros y torturas, de los centros clandestinos. Y se volvió militante de derechos humanos. Se involucró en política.

Esa nueva vida también trajo un montón de familia. Conoció y disfrutó de su abuela paterna, quien vivió hasta 2020. Conoció primos y tíos en Buenos Aires, por parte de su padre, y en Barcelona, por parte de su madre. Primos de sus padres y amigos que fueron familia para ella. Personas que la abrazaron y la ayudaron a reconstruir su historia. A quien Macarena no llegó a abrazar fue a su abuela materna que falleció cinco años antes de su aparición, en 1995.

Después de haber recuperado su identidad inició un juicio para cambiarse el apellido y pasó a ser, formalmente, Macarena Gelman García Iruretagoyena. Su nombre, ese que le había puesto su madre adoptiva, lo conservó. Quizás ahí, en la combinación de lo que más hace a la identidad de una persona —el nombre, el apellido— haya encontrado una suerte de síntesis de su vida. De ella misma.

Dedicó esfuerzos en encontrar los restos de su madre pero no hubo respuestas. El pacto de silencio de los militares que participaron de las operaciones de secuestro, asesinato y robo de personas siguió siendo un paredón de hierro grueso. María Claudia García Iruretagoyena permanece desaparecida.

“Cuando le doy un abrazo o un beso es algo que me invade porque siento que en ese abrazo entran ella y sus padres”, diría tiempo después Berta Shubaroff, abuela paterna de Macarena.

Mientras Gelman, ese mismo 31 de marzo, hace 25 años, no cabía dentro de sí mismo: “Podrán imaginarse lo que significa esto para cualquier ser humano. Yo mismo puedo sentirlo; soy abuelo”.

Como conclusión final unas breves reflexiones. Es extraordinario el esfuerzo de Juan Gelman por recuperar y conocer a su nieta. Es de valorar, pero pudo alcanzar su objetivo por ser un personaje público. Otros muchos en la misma situación, en Argentina o la misma España no lo han podido conseguir. Quienes somos abuelos sabemos el cariño inmenso hacia nuestros nietos. Pero, los causantes de estos dramas son auténticos canallas. Y son igualmente canallas, quienes tratan de justificarlos, como estamos contemplando en esta España nuestra, incluso, en sede parlamentaria.

Juan Gelman: “La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía...