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La Contrarreforma, fenómeno a caballo de los siglos XVI y XVII, es una explosión social que ilumina cosas que están ocurriendo en la incomprensible actualidad del siglo XXI. Lo más característico del fenómeno contrarreformista es su apariencia de conflicto religioso, de combate por la interpretación de los textos sagrados y el control de los actos litúrgicos de ellos derivados. La Contrarreforma programática surge del concilio de Trento que se alargó durante 25 años y fijó las posturas de la Iglesia católica frente a la Reforma de Lutero, Calvino y sobre todo de su inspirador intelectual Erasmo de Róterdam. Hasta aquí queda expuesto, de manera sucinta, lo que la historia fascicular nos dice: Reforma y Contrarreforma dirimen una lucha interna de la Iglesia por el control de los órganos de poder dentro de la misma que degenera en una guerra que asolaría Europa durante decenas de años.
Lo que ha cambiado en este nuestro siglo XXI es que la Iglesia, debilitada como su CEO Francisco, ya no tiene capacidad de tránsito, no fluye, y ya solo sirve como tapadera de cosas injustificables como la pederastia
En lo que suele ser más cicatera la interpretación histórica es en el análisis de la cuestión de fondo que subyace en el conflicto de religión, y no es otro que los fundamentos para la disensión respecto del poder establecido, sea el religioso (iglesia) sea el político (emperador). Erasmo y más tarde Lutero y Calvino promueven cánones y principios que no son sino logros interpretativos para dar cauce a nuevas expectativas nacidas en Centroeuropa: humanismo, descentralización y respeto a la diversidad crítica. La Reforma protestante se asienta en la libre relación del individuo con la palabra escrita expuesta en los textos sagrados, sin mediación del curato ni la obediencia a sus jerarquías.
Eso supone un atentado contra el poder establecido que responde con una reafirmación de lo más tosco de las prácticas católicas: sectarismo, fomento del secretismo y loas a la dependencia, que se convierten en los principios reactivos de la Contrarreforma. La palabra de dios deja de ser un nexo de unión del ser humano con el ser divino para convertirse en una mercancía producida y empaquetada por la iglesia oficial. Si quieres dios, compra mi interpretación del mismo, no te engaño, me respalda la autoridad infalible del Papa y la imbatibilidad militar del Emperador.
Si te trasladas a la actualidad y cambias el concepto dios por el concepto mercado, obtienes los códigos de interpretación de lo que ocurre en nuestros días. Si donde lees Erasmo lees Marx o Polanyi, si donde percibes la voz de Calvino oyeras la de Keynes o la de Nelson Mandela, si en lugar de la proclama luterana de Wittenberg accedes a la declaración universal de los derechos del hombre, lo que obtienes es una copia actualizada de la lucha eterna entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. La contrarreforma de orden religioso no es más que una disposición de recursos para defender el poder establecido contra el que se levantan voces que aspiran a mayores cotas de libertad y de autonomía. Y esto ocurre ahora en la contrarreforma que arman las llamadas fuerzas iliberales, populistas, fascistas y energúmenos de todos los rincones del planeta. A todos ellos, como a las hordas imperiales pagadas con la explotación del oro y la plata americana, les une el culto al poder, al dinero y al confort de una vida ordenada según sus principios y necesidades, retrotrayéndose a la oscuridad del pasado.
El papel protagonista como instrumento disciplinador pro mercado ha pasado a manos de un grupo tecnocrático que oculto bajo bits, chips, likes, velocidad de conexión y demás, anatemizan todo aquello que huela a insubordinación
Los autoritarios dicen actuar en favor de la familia, la nación, la raza, la superioridad moral y otras indecencias, pero como Marx (Groucho) éstos que son sus principios pueden cambiarse por otros en cualquier momento, lo que importa es que yo y mi razón prevalezca. Y su razón es el mercado que facilita la canalización del dinero que produce poder. La Iglesia con sus liturgias y sacramentos facilitaban ese tránsito que de manera milagrosa convertía el esfuerzo de los campesinos en oropeles emblemáticos para justificar el poder, de la misma manera que las intrigas financieras y la elaboración de las due dilligence prescritas en todo tipo de planificación económica derivan el esfuerzo de las personas hacia las instituciones especializadas en capturarlo. ¡Es el mercado amigo! del inefable Rato que equivale al ¡palabra de dios, te alabamos señor! de misa dominical.
Lo que ha cambiado en este nuestro siglo XXI es que la Iglesia, debilitada como su CEO Francisco, ya no tiene capacidad de tránsito, no fluye, y ya solo sirve como tapadera de cosas injustificables como la pederastia, la educación sesgada o la inmatriculación de bienes ajenos. El papel protagonista como instrumento disciplinador pro mercado ha pasado a manos de un grupo tecnocrático que oculto bajo bits, chips, likes, velocidad de conexión y demás, anatemizan todo aquello que huela a insubordinación. En el Washington Post comprado por Bezos (pj) ya no se pueden escribir artículos que no promuevan el mercado y sus fundamentos. La difusa acusación de Wokismo es hija de la de hereje de la inquisición, las purgas de Musk y las hogueras de Torquemada son primas hermanas.
En el Washington Post comprado por Bezos ya no se pueden escribir artículos que no promuevan el mercado y sus fundamentos.
Aparentemente estamos repitiendo la historia. Europa que fue el escenario reformador y contrarreformador parece disponer de cierta conciencia. Europa representa en parte disidencia y resistencia, de ahí la obsesión trumpiana en destruirla, porque anima un modelo de freno frente al mercado dogmático de la contrarreforma iliberal.
Y sabiendo esto ¿qué ha pasado? Pues que como dice Yourcenar por boca de su Adriano, al menos un vez por siglo, un insensato llega al poder.