
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
Antes el único que lo veía todo era Dios, cuya omnisciencia era incompatible con cualquier clase de misterio. Como Freud señaló, ni siquiera nosotros mismos logramos captar por completo cuanto recorre los muy sinuosos laberintos del inconsciente. Shakespeare dijo que nuestra urdimbre se teje con el mismo material del sueño. Nuestras fantasías oníricas nos trasportan a otro universo donde no hay coordenadas espacio-temporales ni rigen las leyes que regulan el mundo durante nuestra vigilia. En Otras Inquisiciones Borges nos regala estas maravillosas líneas:
Si el mundo es el sueño de Alguien, si hay Alguien que ahora está soñándonos y que sueña la historia del universo, entonces la aniquilación de las religiones y de las artes, el incendio general de las bibliotecas, no importa mucho más que la destrucción de los muebles de un sueño: La mente que una vez los soñó volverá a soñarlos; mientras que la mente siga soñando, nada se habrá perdido.
Schopenhauer vino a identificar este Alguien con esa omnímoda y sempiterna Voluntad cósmica de la que nuestras vidas forman parte como una efímera siestecilla. Sin embargo, nuestros avances tecnológicos podrían poner un rostro nuevo a esa enigmática figura cuyos rasgos podrían identificarse con la Inteligencia Artificial. Gracias a nuestra inadvertida cooperación cotidiana, compartimos un sinfín de datos relativos a nuestros gustos y costumbres utilizando unas u otras aplicaciones descargadas en múltiples dispositivos digitales.
¿Logrará la Inteligencia Artificial moldear nuestra vida onírica condicionando lo que señamos?
Cámaras y drones pueden localizarnos e identificarnos con suma facilidad, sobre todo por los rastros cibernéticos que dejamos a todas horas. Por otro lado, de una manera sigilosamente subrepticia y subliminal somos bombardeados constantemente con bulos, consignas y propagandas que van moldeando nuestra forma de pensar, al tiempo que calan en la ya nada inexpugnable ciudadela interior del inconsciente. Nuestro último bastión de libertad se toma por asalto a cada momento sin que nos demos cuenta.
No debería importarnos demasiado que la IA pueda tener sueños, como ya se preguntara Philipp K. Dik en “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, esa visionaria novela de ciencia ficción que Ridley Scott supo convertir en su fascinante película Blade Runner. Lo que debería ocuparnos más bien es cómo puede modular la IA nuestro modo de soñar, ese reducto tan personal y privativo al que ni siquiera es invitado nuestro yo consciente. Nuestro imaginario colectivo y nuestros arquetipos podrían verse recambiados en un tiempo récord por las injerencias de una versátil IA programada o no a tal efecto. ¿Podría haber alguien interesado en controlar también lo que soñamos?