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domingo. 01.06.2025
TRIBUNA POLÍTICA

¿Vuelve el fascismo?

La extrema derecha actual plantea como marco una especie de ultraliberalismo que se sitúa en las antípodas de la política nazi.
Detenidos republicanos tras la caída de Utrera, julio 1936. Fotografía de Juan José Serrano (Biblioteca Nacional de España), coloreada por Jordi Bru para el libro Sangre en la frente. La Guerra Civil en color.
Detenidos republicanos tras la caída de Utrera, julio 1936. Fotografía de la Biblioteca Nacional

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La marea ascendente de los partidos de extrema derecha recuerda el auge del fascismo en los años 30 y hace que muchos se pregunten, con temor, si estamos asistiendo a una vuelta del fascismo. El nazismo alemán no solo creó la dictadura más cruel (con el holocausto como culmen de la crueldad) sino que provocó la guerra más destructiva de la historia que arrasó casi toda Europa y costó 70 millones muertos. No es exagerado decir que el fascismo ha sido el mayor peligro para la civilización y, muy en concreto, para la democracia liberal en Europa Occidental. Por eso, la mera posibilidad de una vuelta del fascismo hace que suenen todas las alarmas. Mucha gente se pregunta qué hacer para prevenir ese peligro, si es que existe.

El ultraliberalismo solo se va a poder aplicar en toda su extensión, si no es reduciendo la democracia

Con el paso del tiempo el término fascista se ha convertido en un insulto y no en la denominación de un movimiento político. Así es que clasificar como fascistas a los partidos y grupos de la extrema derecha actual resulta poco clarificador y no ayuda a combatirlos. Por emplear una analogía zoológica, el fascismo original y la extrema derecha actual forman parte de una misma familia ideológica, pero son especies muy distintas. El gato y el león pertenecen a la misma familia de los felinos, pero son especies muy distintas. Hay rasgos comunes, pero hay también enormes diferencias que hacen que tengamos comportamientos bien distintos con una u otra especia. En todo caso, catalogar de fascistas a los grupos de extrema derecha actual no nos ahorra “el análisis concreto de la realidad concreta” que dijo el clásico. Concretamente, qué problemas señalan, si es que son reales. No podemos simplemente hacer antifascismo, es decir, no podemos copiar la política antifascista de los años 30.

Dice Hobsbawm que el factor dominante en la política de la derecha europea durante el pasado siglo ha sido el miedo a la revolución. Miedo plenamente justificado por la revolución de 1917 y por la creación de la Internacional Comunista, el partido encargado de organizar la revolución en todas partes. La gran crisis del capitalismo que arrancó con el crac de 1929 abrió ventana de oportunidad a una nueva oleada revolucionaria ante el evidente y calamitoso fracaso del capitalismo. En esas circunstancias, las clases dominantes (y buena parte de las derechas) apostaron por el fascismo para que este se encargara de abortar la tan temida revolución.

En Alemania, el nazismo no defraudó las expectativas: sindicalistas y políticos de izquierdas poblaron los campos de concentración con lo que el partido de la revolución quedó aplastado, la perspectiva revolucionaria se esfumó y los grandes empresarios alemanes, libres de la molestia de los sindicatos, mejoraron extraordinariamente sus beneficios. Ahora bien, el gobierno de Hitler no dejó que el rumbo de la economía alemana fuera decidido por las fuerzas del libre mercado. La “mano invisible” que guía la economía fue la poderosa mano del estado que orientó la economía hacia la guerra, es decir, hacia un rearme acelerado que, rápidamente acabó con el desempleo y con la crisis social. Al fracasado liberalismo económico le siguió una especie de keynesianismo militar. A donde quiero llegar es a que el nazismo no solo cerró la salida revolucionaria en la gran crisis del capital, sino que abrió una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo en la que el papel del Estado fue preeminente.

La gran tarea pendiente es la creación de un marco de referencia distinto del neoliberalismo y, por supuesto, del ultraliberalismo. Algo que solo se puede poner en marcha en Europa

En la Europa actual no hay ninguna revolución a la vista. La crisis social provocada por la crisis financiera de 2008 es mucho menos grave que la de 1929. A mayor abundamiento, las izquierdas están en pleno retroceso: los comunistas están en vías de desaparición, la socialdemocracia está en declive y las “nuevas izquierdas” que en algunos países (Grecia, España) parecían tocar el cielo se debaten por su supervivencia. Solo algún personaje pintoresco como Ayuso aprecia la existencia de un peligro comunista. Por lo demás, el auge de la extrema derecha no parece la respuesta a ningún peligro revolucionario. Esa es ya una gran diferencia con el fascismo original.

Pero hay otras. Para muchos analistas, la crisis financiera de 2008 cierra la etapa neoliberal. El neoliberalismo ha sido el paradigma económico vigente durante cuatro décadas. Las políticas económicas de conservadores y socialdemócratas han sido diferentes, a veces muy diferentes. Pero ambos asumieron el neoliberalismo como marco de referencia incuestionable. La etapa neoliberal ha finalizado en 2008.

La crisis financiera demostró que el mercado financiero libre no se auto regula. Justamente el sector de la “banca en la sombra”, completamente desregulado, fue el que implosionó, arrastrando a la banca tradicional y al conjunto de la economía una enorme crisis. Hubo necesidad de una intervención urgente y masiva del estado para parar el desastre.

Trump está chocando con todo tipo de resistencias solo para abrir camino a su peculiar estilo de gobernar

En segundo lugar, el neoliberalismo ha incumplido la premisa de crear bienestar para todos. Ciertamente, ha permitido acumular enormes riquezas para unos pocos, ha creado más bienestar para algunos, pero, también, ha producido retroceso y malestar para otros muchos. Hay un malestar social se traduce en desapego a los partidos tradicionales y hacia el estado.

La extrema derecha actual plantea como marco una especie de ultraliberalismo que se sitúa en las antípodas de la política nazi. Para remediar lo que se percibía como una debilidad nacional (para hacer a Alemania grande otra vez) los nazis fortalecieron el estado al que se subordinaban todos los intereses, fueran individuales, grupales o corporativos. Era el estado totalitario.

Los ultras actuales, por el contrario, debilitan el estado. No hay más que ver la motosierra de Milei o el DOGE de Elon Musk para corroborar la poda del estado. Pero no solo la poda. Se trata de reorganizar la istración poniéndola al servicio de los superricos y de las grandes corporaciones, suprimiendo regulaciones y minimizando la intervención del estado en la economía. No es el anarco – capitalismo que algunos ven en Milei: es la plutocracia.

Para llevar adelante este programa, hoy como ayer los ultras necesitan la ocupación del estado. Y necesitan hacer evolucionar la democracia liberal hacia lo que algunos llaman una autocracia con elecciones. Y aquí hay otra importante diferencia entre los nazis de entonces y los ultras de ahora. A Hitler le bastaron unos pocos meses para liquidar de un plumazo la democracia alemana, instalando una dictadura con todos sus avíos sin resistencia. Trump está chocando con todo tipo de resistencias solo para abrir camino a su peculiar estilo de gobernar. Por ejemplo, la deportación de inmigrantes está chocando con ciertos jueces, a pesar de que el Supremo está mayoritariamente, alineado con él. Afortunadamente, la democracia hoy, a pesar de un cierto desapego y a pesar de la fascinación por la teoría del “hombre fuerte” parece mucho más fuerte que en los años 30.

Si el neoliberalismo fracasó, con mucha más razón fracasará el ultraliberalismo. En todo caso, el ultraliberalismo solo se va a poder aplicar en toda su extensión, si no es reduciendo la democracia.

En conclusión, la gran tarea pendiente es la creación de un marco de referencia distinto del neoliberalismo y, por supuesto, del ultraliberalismo. Algo que solo se puede poner en marcha en Europa. La pieza principal sería un nuevo papel del estado en la orientación de la economía. En esa dirección apuntan los papeles de Draghi y de Letta. Y puede que también sirva el programa de rearme europeo, que, sobre todo es un programa de reindustrialización. Puede resultar paradójico, pero puede que esto ayude a definir una nueva etapa del desarrollo capitalista. Con esos mimbres cabe urdir una nueva política económica de la UE.

¿Vuelve el fascismo?