CÓMICS

'Al otro lado del instituto': cómics con la esencia de Pesadillas

La serie Al otro lado del instituto, publicada por Norma Editorial, es mucho más que una simple extensión del universo Pesadillas de R.L. Stine.

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Joan Segovia | @JoanRohan

La serie Al otro lado del instituto, publicada por Norma Editorial, es mucho más que una simple extensión del universo Pesadillas de R.L. Stine: es una adaptación al lenguaje del cómic que entiende perfectamente a su público, lo respeta y le propone una experiencia de lectura visualmente rica, emocionalmente activa y narrativamente coherente. Es una obra que se mueve entre lo pedagógico y lo lúdico, y que demuestra que el terror para jóvenes puede seguir siendo una herramienta poderosa de entretenimiento, incluso en un panorama editorial saturado de propuestas fantásticas. Aquí, el miedo funciona como metáfora, como rito de paso, y también como puro espectáculo narrativo.

Lo primero que conviene destacar es que R.L. Stine, lejos de repetirse o acomodarse en fórmulas, adapta su estilo al nuevo medio sin perder su esencia. Su prosa directa, sus diálogos eficaces y sus estructuras narrativas —siempre al borde del cliffhanger— funcionan especialmente bien en el cómic, donde la inmediatez de la viñeta y el ritmo marcado por el lector refuerzan sus puntos fuertes. Lo que antes eran capítulos breves con finales abruptos, aquí se traducen en páginas que cierran con fuerza visual, creando una lectura muy fluida que invita a seguir sin pausa.

En cuanto a las tramas, los cuatro volúmenes presentan un abanico temático amplio dentro del terror juvenil, lo que convierte a la colección en una suerte de muestrario de horrores accesibles, cada uno con su propio sabor:

  • En La escuela fobia, tres amigos descubren un pasadizo hacia una dimensión donde el colegio es una pesadilla viviente. Es la historia que más claramente retoma el espíritu de Pesadillas, pero con un ritmo más moderno y un trabajo gráfico que potencia la confusión y el desconcierto del entorno. El lector, como los protagonistas, se siente atrapado en una lógica deformada, donde cada pasillo esconde una amenaza.
  • En La isla de los monstruos, el componente pulp se impone: monstruos de ciénaga, científicos locos, islas remotas. Es probablemente la más cinematográfica de las cuatro, con escenas de acción más marcadas y un homenaje claro a los relatos de aventuras de los años 50. Aquí el terror se mezcla con la aventura, y la tensión es más externa, más física que psicológica.
  • En Monstrosity, se da un giro interesante al situar la historia en un estudio de cine maldito. Es una propuesta más meta, que reflexiona de forma ligera sobre los propios mecanismos del miedo. El dibujo más estilizado y algo más oscuro de Irene Flores y el coloreado dramático de Joana Lafuente le dan a este volumen un aire distinto. Es el libro más experimental dentro de la serie, con una identidad visual que se aleja de la línea de los anteriores.
  • Y en Terror en el campamento, volvemos a una fórmula clásica del género: adolescentes aislados en un entorno natural, acechados por una presencia extraña. Lo interesante aquí es como se actualiza ese tropo, sin caer en la caricatura ni la violencia gratuita. La historia mantiene un buen equilibrio entre lo emocional (las amistades y rivalidades entre los chicos) y lo sobrenatural.

Lo que une a todos estos volúmenes, además de la firma de Stine, es la calidad gráfica. Las hermanas Matthews —responsables de tres de los cuatro libros— destacan por un estilo de dibujo lleno de energía y expresividad. Sus personajes son caricaturescos pero creíbles, y saben jugar con la composición de página para acelerar el ritmo cuando se requiere o detenerse en una mirada de pánico cuando hace falta. El uso del color es especialmente acertado: tonos brillantes durante los momentos cotidianos que se oscurecen a medida que se despliega la amenaza. Es un cómic muy legible, muy pensado para lectores jóvenes, pero con suficientes capas como para agradar también a adultos que valoren una narrativa sencilla, pero bien construida.

Por su parte, Monstrosity marca una pausa estilística. Su aproximación más "oscura" —en trazo y tono— demuestra que la colección puede permitirse cambios sin romper su coherencia. Lejos de ser una ruptura, es una ampliación del registro, una forma de explorar otros territorios dentro del mismo universo conceptual.

Un punto importante del valor de estas obras como puertas de entrada al terror para lectores en formación. Son cómics que no solo entretienen, sino que estimulan la imaginación, ejercitan el gusto por el suspense y ofrecen una experiencia lectora con principio, nudo y desenlace, algo que muchas veces se sacrifica en series episódicas. Aquí, cada libro es una historia completa, con sus reglas y su resolución, lo que refuerza el valor del cómic como objeto narrativo autosuficiente.

En conjunto, Al otro lado del instituto es una apuesta sólida, pensada con inteligencia y ejecutada con oficio. Es un puente entre generaciones —para quienes crecieron con Pesadillas, como un servidor, y para quienes recién se acercan al género— y una muestra de cómo el terror puede seguir siendo un terreno fértil si se cultiva con respeto y creatividad. No hay sobresaltos realmente perturbadores, escenas grotescas, ni giros que desafíen al lector veterano, pero tampoco hace falta. Su fortaleza está en entender a quién se dirigen y cumplir con lo que prometen: un miedo amable, envolvente y adictivo.