Crónica gráfica de una muerte anunciada (y celebrada): la muerte de Irene Márquez
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Pablo D. Santonja | @datosantonja
Hay libros que llegan como una bofetada, otros como una caricia. La muerte de Irene Márquez —publicada por Autsaider Cómics— llega como ambas cosas a la vez: una cachetada emocional seguida de un abrazo incómodo. Y es que su autora, Irene Márquez, no se anda con rodeos. Desde la portada, con su nombre grabado en una lápida grafiteada, ya nos dice que aquí hemos venido a hablar de la muerte... pero también de la vida, del humor, de lo grotesco, de lo absurdo y de lo político.
Lo primero que he de decir es que Irene Márquez, que la sigo desde hace muchos años, allá por su impresionante “Esto no está bien”, es una de las autoras más valientes del último tiempo. Su dibujo camina entre lo grotesco y lo bello, con ilustraciones que engañan al lector ante lo impredecible de su narrativa.
Así nos dejamos caer en La muerte de Irene Márquez, un formato/recopilación de relatos gráficos sobre muertes diversas. Hay historias de una página y otras de treinta. Algunas juegan con el humor negro más afilado, otras nos sumergen en la tristeza, el desconcierto o la ternura más inesperada. Irene mata a sus personajes de todas las formas posibles: por suicidio, accidente, pena capital, enfermedad, negligencia... e incluso se mata a sí misma, varias veces.
Pero no se trata solo de un catálogo de muertes, sino de un ejercicio narrativo de enorme profundidad. Cada historia es una excusa para hablar de aquello que evitamos nombrar: el miedo, la pérdida, la fragilidad, la violencia estructural. Márquez convierte el tabú de la muerte en una herramienta para desarmar nuestras certezas.
Uno de los grandes aciertos del libro (y de su autora) es su tono. Es incisivo, irreverente, doloroso, y lleno de un humor macabro
Uno de los grandes aciertos del libro (y de su autora) es su tono. Es incisivo, irreverente, doloroso, y lleno de un humor macabro. Márquez viene a mostrar lo feo, lo injusto, lo grotesco… y a preguntarnos qué hacemos con eso. El humor funciona aquí como mecanismo de defensa y como bisturí. A veces nos reímos, sí, pero otras veces esa risa nos deja un nudo en el estómago.
En su paso por el programa Viñetas y Bocadillos de RTVE, la autora confesaba que “usar el humor para hablar de la muerte no es una frivolidad, sino una forma de sobrevivir”. Y así se siente cada página: una estrategia para convivir con lo inevitable.
El dibujo de Irene Márquez no se casa con un solo estilo. Cada historia tiene su propia voz visual: trazos sucios, líneas finas, composiciones limpias o caóticas según lo que demande la historia. Hay momentos que recuerdan al cómic underground, otros que rozan lo naíf o incluso lo simbólico. Esta libertad gráfica, lejos de desorientar, refuerza el carácter coral del libro. No hay dos historias iguales; no hay dos maneras de contarlas.
Su trazo tiene algo de punk emocional, de collage visual hecho con tripas y vísceras. Y sin embargo, cada viñeta está pensada con precisión quirúrgica. Es un caos cuidadosamente construido.
Irene Márquez ha firmado una obra radicalmente valiente y comprometida. Ha puesto su nombre y su cadáver (figurado) sobre la mesa. La muerte de Irene Márquez habla de todos. De nuestras angustias colectivas, de cómo el sistema nos atraviesa hasta morirnos, de cómo el humor puede ser resistencia.
Irene Márquez ha hecho lo que muy pocos se atreven. Y vaya si lo ha logrado
No es casual que la obra haya sido publicada por Autsaider, una editorial especializada en cómic alternativo, irreverente y con voz propia. Márquez encaja como un guante en esa línea editorial, pues lo suyo no es solo provocación: es una reflexión hecha desde las tripas pero con mucha cabeza.
La muerte de Irene Márquez es un testimonio gráfico de lo que significa mirar de frente a lo que más tememos, sin perder la risa ni la rabia. Una obra que se mueve entre el humor y el duelo, entre la crítica y la ternura. Una mirada vital y profundamente humana sobre algo tan universal como el final. Eso sí, lídia con un humor salvaje y oscuro, no apto para los más sensibles y escandalizados.
Irene Márquez ha hecho lo que muy pocos se atreven. Y vaya si lo ha logrado.