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Carlos Valades | @carlosvalades

Que España es el país con más densidad de bares por habitante no debería sorprendernos. Hace años que lideramos ese puesto. No hay ningún perseguidor a la vista que nos arrebate el trono. Un bar por cada 175 habitantes. Los bares, siempre entendidos como centro de reunión, son modernas ágoras donde compartir nuestras penurias, lugares de primeras citas o quizás sitios donde una relación termina para siempre. Una plaza menor donde ocurren cosas al margen de lo cotidiano mezcladas con el costumbrismo de un café con leche en vaso y una magdalena envuelta en plástico.
Juan Mayorga, el autor y director de Los yugoslavos lo sabe bien. Su abuelo regentaba un bar en el centro de Madrid. Volvía a casa por la noche, tras una larga jornada laboral, con los periódicos del día (el As y el Ya) y los bollos sobrantes. Y también con las historias de los parroquianos que por allí pasaban. Tal vez el propio Mayorga, con una escucha activa y libreta en mano, ha recogido la simiente de alguna de sus obras en una tasca de barrio.
Martín, un sociólogo de barrio que dialoga con todos los clientes que buscan consuelo, pero es incapaz de comunicarse con su propia mujer
Javier Gutierrez es Martín, el dueño del bar. Su outfit es de manual: chaleco, camisa blanca y pantalón negro. Martín es un hombre muy preocupado por su relación. Su mujer Ángela, interpretada por Natalia Hernández, sufre una gigantesca depresión y está sumida en el silencio. Ángela no habla desde hace meses con su marido, con el que compartía el negocio, ella ocupándose de la cocina y él de la barra. Martín llega cada noche a su casa y le cuenta las historias de los clientes, obteniendo la callada por respuesta. Un día le hace una proposición inusual a Gerardo (Luis Bermejo), un cliente ocasional al que ha escuchado hablando con un amigo y al cual le ha insuflado los ánimos suficientes como para encarar una difícil situación. La propuesta es que siga a su mujer y le hable, que utilice las palabras como cura, una salvación por medio del diálogo. Completa el reparto Cris (Alba Planas), la hija adolescente de Gerardo con la que no tiene una relación fluida.
Martín, apunta con la precisión de un entomólogo detalles de la clientela que pasa por el bar. Guarda los objetos olvidados, es capaz de predecir en qué mesa se sentará cada una de las personas que entran al recinto, contempla sus vidas… un sociólogo de barrio que dialoga con todos los clientes que buscan consuelo, pero es incapaz de comunicarse con su propia mujer.
Javier Gutierrez y Luis Bermejo, son el yin y el yang de la escena, nuestros Jack Lemmon & Walter Matthau. Están acostumbrados a trabajar juntos (El traje, Los santos inocentes), componiendo una dupla que encaja a la perfección con una química insuperable. Las mujeres, tanto Natalia Hernández como Alba Planas, tienen una gran importancia en la trama, pero un menor peso escénico.
La escenografía, a cargo de Elisa Sanz, podría parecer la recreación del Benteveo, un bar de Lavapiés que antaño solía tener precios populares (como todo el barrio).
Mayorga propone una obra en la que los silencios son tan importantes como el diálogo, en la que se analiza el poder que tienen las palabras cuando ya son tan pesadas que el viento no puede llevárselas, si hablamos o somos hablados, si pensamos en las consecuencias que tiene todo lo que sale de nuestra boca o de nuestras redes sociales y en la que debemos preguntarnos dónde se vuelve cuando ya no existe el lugar del que partimos, una Ítaca íntima y personal para cada uno. Ese lugar es Los yugoslavos, un lugar donde se juega de verdad y las mujeres bailan.