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Desde la sociología crítica la pertenencia e la identidad feminista, o cualquier otra de capas subalternas, como la identificación de clase, la identidad nacional y la antirracista o decolonial. El componente social de la interacción humana es el principal para forjar el reconocimiento y las pertenencias grupales e individuales y dar soporte a la acción colectiva.
El elemento sustantivo que configura ese proceso identificador feminista es la acción práctica, los vínculos sociales, la experiencia relacional por oponerse a esa subordinación y avanzar en la igualdad y la emancipación de las mujeres
El sentido de la identidad
Estos dos conceptos, identidad e interseccionalidad, han recobrado relevancia en el pensamiento social y, en particular, para la teoría feminista y el discurso étnico-nacional o antirracista. Hacen referencia a algunas características de los grupos sociales, su reconocimiento y su relación, que conforman su actitud sociopolítica en un contexto de grandes transformaciones sociales. Por separado pero, sobre todo, juntos, ayudan a explicar la formación de nuevos actores (o sujetos), individuales y colectivos, y sus procesos participativos y colaborativos en el marco del cambio sociocultural y político. Conllevan una experiencia relacional diversa que se combina con lo común de la interacción humana, al mismo tiempo que con su pluralidad.
En la identidad feminista influye el sexo (mujer) y el género (femenino). Pero no de forma determinista, sea biológica o estructural. Sí tiene importancia la realidad vivida, sentida y percibida de una desigualdad injusta, es decir, la pertenencia a un grupo social discriminado y con desventajas concretas o, bien, con suficiente sensibilidad y solidaridad respecto de su situación.
Pero, sobre todo, el elemento sustantivo que configura ese proceso identificador feminista es la acción práctica, los vínculos sociales, la experiencia relacional por oponerse a esa subordinación y avanzar en la igualdad y la emancipación de las mujeres. La identificación feminista deriva del proceso de superación de la desigualdad basada en la conformación de géneros jerarquizados. Se trata de la actitud transformadora respecto de las funciones sociales, productivas y reproductivas desventajosas para la mitad de la población. Supone un cambio de su estatus vital subordinado.
La formación de un sujeto unitario superador de los sujetos o actores parciales va más allá de un liderazgo común (simbólico y legítimo), un objetivo genérico compartido (la democracia y la igualdad) o un enemigo similar (el poder establecido patriarcal-capitalista). Es un proceso sociohistórico y relacional complejo que necesita una prolongada experiencia compartida que debe superar las tensiones derivadas de los intereses corporativos y sectarios de cada élite respectiva, con su rigidez doctrinal legitimadora, que muchas veces reclaman su primacía haciendo pasar, incluso con prepotencia, sus intereses particulares e identidades específicas como los comunes o universales para el conjunto.
La identificación feminista deriva del proceso de superación de la desigualdad basada en la conformación de géneros jerarquizados
Las identidades, frente a los esencialismos deterministas, se construyen social e históricamente; son diversas, variables y contingentes. La identidad, como pertenencia colectiva y reconocimiento público, tiene un anclaje en una realidad material, institucional y sociocultural, en su contexto histórico; encarna una dinámica sustantiva de las relaciones sociales. Las identidades se configuran a través de la acumulación de prácticas sociales continuadas, en un marco estructural y sociocultural determinado, que permiten la formación de un sentido de pertenencia colectiva a un grupo social diferenciado con unos objetivos compartidos.
La conveniencia de la identificación feminista
En la medida que se mantenga la desigualdad y la discriminación de las mujeres, sus causas estructurales, la conciencia de su carácter injusto y la persistencia de los obstáculos para su transformación, seguirá vigente la necesidad del feminismo, como pensamiento y acción específicos. Y su refuerzo asociativo e identitario, inclusivo y abierto, será imprescindible para fortalecer el sujeto sociopolítico y cultural llamado movimiento feminista y su capacidad expresiva, articuladora y transformadora. No es tiempo de un postfeminismo abstracto, sino de un amplio feminismo crítico, popular y transformador frente a la pasividad o la neutralidad en este conflicto igualitario-emancipador. Eso sí, con una perspectiva integradora y multidimensional que le haga converger con los demás procesos emancipatorios. Igual ocurre con otros movimientos sociales progresistas.
Desde ese punto de vista, al igual que necesitamos más y mejor identificación feminista, precisamos más y mejores sujetos feministas; por supuesto, abiertos, plurales y en formación. En este caso, la identidad o el sujeto feminista, como partícipes de un proceso igualitario-emancipador, se diferencian de la identidad de género, que expresa la realidad diversa de las mujeres y sus específicos y variados estatus sociales y culturales.
En definitiva, el feminismo, con sus distintos niveles de identificación y pertenencia colectiva y su pluralidad de ideas y prioridades, es un movimiento social, una corriente cultural, un actor fundamental que, en una acepción débil, se puede considerar un sujeto sociopolítico en formación, inserto en una renovada corriente popular más amplia que califico de nuevo progresismo de izquierdas, con fuertes componentes ecologistas, antirracistas y feministas.
Los procesos identificadores progresistas (a veces descalificados como woke) son procesos democratizadores, igualitarios, críticos frente a los poderosos y con una orientación transformadora de progreso. Pero esta experiencia, ya nos indica la superación de la rígida separación entre los componentes culturales, la redistribución y la firmeza democrática y participativa frente al poder establecido. Con la crisis socioeconómica, especialmente, ya no se pueden separar las demandas clásicas de la izquierda -igualdad social, derechos sociolaborales, protección pública, servicios públicos de calidad, empleo decente, regulación y renovación de la economía y del aparato productivo- de reclamaciones, por ejemplo feministas, que ya no son solo culturales sino que tienen impacto evidente con las estructuras sociales y los comportamientos colectivos: contra la violencia machista y por la libertad sexual, por un reparto igualitario de los cuidados y la reproducción social, contra la precariedad laboral femenina y las brechas de género, por un reconocimiento y relaciones de estatus igualitario.
En definitiva, en el debate sobre el sujeto y la identidad feminista, que no femenina, habría que superar los determinismos sociodemográficos y estructurales, así como los idealismos culturalistas de priorizar, para definir su carácter, los proyectos y aspiraciones, aunque sean también importantes. A partir de la realidad de desigualdad y subordinación de las mujeres -y otros grupos subalternos- e integrando las demandas de sus derechos igualitarios-emancipadores, debería ponerse el acento, desde esta interpretación relacional y crítica, en los procesos de identificación colectiva derivados de unas prácticas sociales, unos comportamientos o unas costumbres comunes que establecen unos vínculos sociales y una cultura sociopolítica con ese carácter feminista. Es el nexo social y realista para una transformación sociopolítica hacia la libertad y la igualdad.