La fuerza de la razón
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El lunes, la ultraderecha mundial alcanzará su mayor cota de poder en cien años. No hay ni debe haber argumento alguno que reste importancia a un hecho como este.
Desde el lunes, los Estados Unidos, y dada su importancia el resto del mundo, verán puesta a prueba su arquitectura institucional, diseñada por gente inteligente para un mundo que ha cambiado mucho, pero cuyas pulsiones básicas siguen siendo las mismas: la libertad frente a la tiranía, el control del poder frente al despotismo. De la manera en que los norteamericanos resistan la tormenta que se nos viene encima dependerá gran parte del futuro de todos.
La razón es una planta prevalente. Sus raíces están en lo más hondo de la conciencia humana, y sus reservas son inagotables. Pervive en cada uno de nosotros cuando nos escandalizamos ante el cinismo de los que colaboran con la caverna
Trump llega al poder a lomos de una ola de irracionalidad: más de siete decenas de millones de electores han votado de manera consciente a un delincuente convicto, a un más que presunto golpista, a un personaje que hace poco más de una década hubiéramos tomado por un payaso de la política. Es esa irracionalidad la que ahora mismo protege sus actos, y les da la fuerza y proyección que tienen. Es el éxito de esa irracionalidad el que nos hace sentirnos inermes.
En estas circunstancias, es fácil sucumbir a la tentación de pensar que la era de la razón ha terminado, y perder la conciencia de su eficacia como herramienta de la libertad. Pero esa sí sería la definitiva victoria del odio.
Por eso, la respuesta a esta ola de irracionalidad no puede ser otra que la reafirmación consciente de la razón. La determinación de quienes creemos en ella a seguir destilando nuestra convicción frente al absurdo.
La respuesta a esta ola de irracionalidad no puede ser otra que la reafirmación consciente de la razón. La determinación de quienes creemos en ella a seguir destilando nuestra convicción frente al absurdo
La razón es una planta prevalente. Sus raíces están en lo más hondo de la conciencia humana, y sus reservas son inagotables. Pervive en cada uno de nosotros cuando nos escandalizamos ante el cinismo de los que colaboran con la caverna creyendo que podrán cabalgar el tigre, cuando nos desespera ver que de verdad hay personas, conciudadanos nuestros, capaces de dar crédito a mentiras tan burdas como las que podemos leer todos los días en ese último invento del poder económico que recibe el nombre de redes sociales, las redes con las que nos han pescado a todos.
Pero la razón se reivindica en cada destello de la verdad. En cada persona que la practica. Como ese chico que ha escrito una novela en la que pone negro sobre blanco lo que ocurrió aquí el siglo pasado, o esa mujer que rueda para el cine la verdad escondida en las casas donde habita el silencio, o ese vecino que dice en voz alta “qué barbaridad” cuando oye en la tele del bar a Carlos Mazón decir la última insensatez tras la que trata de esconder su culpa. Sus nombres no importan en este momento, lo que importa es su condición de representantes de la pervivencia de la razón. Gracias a todos ellos y a quienes se les unan, aún podemos decir que la verdad prevalecerá, a despecho y desprecio de los embusteros y de los violentos, de los ignorantes y hasta de los ingenuos.
Y a pesar del desánimo.