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Hace una semana cerca de la medianoche del sábado 26 de octubre un escueto mensaje de whatsapp decía: “Acaba de fallecer Ana”. La noticia señalaba el inapelable desenlace de unas semanas de tensa situación con Ana Messuti deshauciada en una clínica madrileña, por la gravedad de su cáncer, con ya su avanzado grado de Parkinson. Estaban en Madrid los dos hijos de Ana de su matrimonio anterior, el mayor, director de cine que vive en Roma, el menor, Doctor en Filosofía que vive en Barcelona. Pocas horas antes habían vuelto a Ginebra la hija y el hijo del anterior matrimonio de Pablo Cardoso, esposo de Ana, que habían acompañado al padre, durante toda la semana en esta trágica situación clínica.
Toda persona que uno conoce en su paso por este mundo tiene una vida anterior que uno desconoce, hasta que se entera, porque le interesa averiguar o porque se la cuentan. Yo tuve esa oportunidad personalmente con Ana Messuti. Y también a través de la íntima amistad, debería decir hermandad, que tenía y tengo con su actual esposo y viudo, desde que él y yo éramos veinteañeros en Londres. Pero, tal vez, lo más curioso aún es que Ana iba a tener una vida de gran trascendencia para la memoria histórica de España, cuando la conocí en España a mediados de 2004, precisamente por el hecho de que era la nueva pareja ese gran amigo mío de juventud, el uruguayo Pablo Cardoso. Ambos jubilados, de la Organización de las Naciones Unidas habían venido a retirarse a España, donde nacieron a una nueva vida de notoriedad como resultado de una decidida lucha por la justicia universal, y en defensa de los familiares de los miles de muertos enterrados en cunetas por la represión franquista, principalmente por la labor de Ana, pero indiscutiblemente asistida por Pablo.
En Viena, Ana Messuti se fue haciendo una distinguida carrera como traductora, con la ventaja de sus conocimientos jurídicos, a la vez que establecía vínculos con distintos especialistas en criminología, asilo, derechos humanos, refugio, etc
Ana Messuti nació en Buenos Ares en diciembre de 1946, es decir que dentro de menos de dos meses cumplía 78 años. Hija de un destacado médico argentino de gran aporte a la política sanitaria de los primeros gobiernos de Perón, cuando estudiaba en la universidad durante épocas de sucesivos gobiernos militares contrarios al peronismo, se integró en grupos de izquierda estudiantiles en la clandestinidad. Se casó joven, con apenas 19 años con un artista plástico algo mayor que ella, que estudiaba arquitectura. Y a mediados de la década del setenta con dos hijos se vio obligada a exiliarse en Italia, con su marido, dado el riesgo que corrían ante la desaparición sucesiva de sus compañeros del movimiento de Montoneros. Dotada de gran inteligencia y de una gran capacidad de trabajo, en Italia decidió entrenarse como traductora por sus conocimientos de lenguas y un título de profesora de inglés. Tras intensos estudios pero relativamente en poco tiempo dio examen como traductora y consiguió trabajo nada menos que en las oficinas de la ONU en Viena, lo que ayudaba considerablemente a mantener a su familia, mientras su marido continuaba sus intentos de creación artística, que no siempre eran económicamente rentables.
En Viena, Ana Messuti se fue haciendo una distinguida carrera como traductora, con la ventaja de sus conocimientos jurídicos, a la vez que establecía vínculos con distintos especialistas en criminología, asilo, derechos humanos, refugio, etc. que hicieron que se ganara un nombre en distintas universidades, en los seminarios que se presentaba, como por ejemplo en el Instituto de Criminología, de la Universidad de San Sebastián, en Donostia. Por otro lado, su capacidad de trabajo le permitió ampliar sus estudios en la Universidad La Sapienza, de Roma, donde obtuvo su diploma de post grado, en temas que abordaban filosóficamente la relación entre el tiempo y la pena en criminología. Contaba con la experiencia, al principio de su carrera en Buenos Aires, donde se había dedicado a la docencia en Filosofía del Derecho.
Ana contaba que estaba muy a gusto en Viena, no sólo con su vida profesional si no también con los os que se producían a través de los seminarios en que participaba no sólo con especialistas em temas jurídicos, sino también con personalidades de la filosofía y la literatura. Por ejemplo, su o con el famoso poeta compatriota, Juan Gelman, que tenía relación con la capital austríaca desde 1978, cuando se creara el Instituto Español de Cultura, predecesor del Instituto Cervantes. Sin embargo, su entonces marido tenía especial preferencia por Ginebra y su ambiente, lo que hizo que ella gestionara y consiguiera pasar a trabajar en el entonces GATT- Tratado de Tarifas y Comercio de las Naciones Unidas en Ginebra.
Su especialización en derecho mercantil internacional le permitió acceder a principios de los años noventa al Departamento de Traducciones de este organismo, que dirigía mi amigo Pablo Cardoso.
Hasta aquí lo que yo he llegado a conocer a partir de que Ana y Pablo se instalan en España, principalmente cuando lo hicieron en Madrid y bastante cerca de mi casa familiar. Pero, ahora quiero contar lo más brevemente que pueda mi relación con Pablo, que va a hacer que se produzca ese encuentro inicial con ella que mencionaba al principio, en el año 2004.

Mi amistad con Pablo nació en Londres en 1966, cuando ambos éramos veinteañeros, como dije antes, y trabajábamos como locutores-traductores de la célebre BBC en su Departamento Latinoamericano. Por lógica consecuencia se extendió a su mujer uruguaya, cuando al poco tiempo de llegar Pablo, se casaron por poder, él en Londres y ella en Montevideo, con una pequeña celebración de los más íntimos en su entonces apartamento de soltero londinens. Pablo en Uruguay, además de locutor de una conocida emisora estatal de radio, también era conocido por ser hijo de Don Pedro Cardoso, médico y líder histórico del partido Socialista. Mi amistad con Pablo y su entonces esposa fue tal que ambos en el año 1971 él fueron testigos de mi casamiento civil con mi esposa, hasta ahora 53 años después. No habían transcurrido dos semanas de mi boda, y nacía en Londres el primer hijo de la pareja de mis amigos.
Pablo Cardoso, un destacado profesional especializado en la traducción con el conocimiento de varios idiomas, que era su fuerte, pasó a trabajar en Londres en la Organización Internacional del Café, en un puesto mucho mejor que el de la BBC. A los pocos años decidieron volverse a Uruguay, con su hijo, y en Montevideo nació la hija de ese matrimonio. Pasan unos años y la familia Cardoso volvió a emprender viaje a Europa, cuando Pablo fue contratado como traductor en el GATT de la ONU, en Ginebra, Suiza, donde su excelencia profesional lo llevará a ocupar el puesto más alto en el Departamento de Traducciones.
Ana al principio de su llegada a Madrid, integró el equipo de abogados conducido por otro amigo mío de muchos años, que se ocupaba de la querella argentina interpuesta en el 2010 por las víctimas del franquismo
Siempre habíamos estado en o, con una amistad que la distancia nunca afectó. Y la familia Cardoso vino de Ginebra a mi casa de Londres a pasar unas fiestas, con mi familia, también ya con dos hijos. Los niños ya pasaron a quererse como primos. Hasta que yo también decidí cambiar aires y en busca de mi propia lengua como actor y periodista vine con mi familia a vivir a Madrid, en 1978.
Hasta los años 90, tengo que decir que los Cardoso cuando no viajaban a Uruguay, pasaban las vacaciones en España, así aquí compartimos vacaciones en más de una ocasión. Nosotros, a su vez, los visitamos en Ginebra. Pero, pasada la mitad de los años 90, cuando mi amigo Pablo tenía ya cumplidos los 56 años me confiesa que definitivamente estaba decidido a romper la vida en común con su mujer, también hermanada con nosotros.
En Ginebra, Pablo Cardoso había hecho amistad con su empleada Ana Messuti y esa amistad se extendió entre las familias de ambos. Y por esos imponderables de la vida, coinciden que, a partir de 1995, Ana y su marido rompen su relación matrimonial, igualmente, y ella permanece trabajando en Ginebra, mientras él con el hijo menor que iba entrar en la universidad se trasladan a vivir a Italia, donde el padre tenía la ventaja de haber adquirido la nacionalidad italiana. Hasta entonces esta situación se producía sin que tuviera ninguna relación de causa y efecto con la vida matrimonial de Pablo. Ana y Pablo, como he dicho, eran sí amigos, pero en torno a 1996, esa amistad se convirtió en amor, después de un viaje a Uruguay de toda la familia Cardoso a pasar las fiestas de fin de año de 1995, que según me confesó mi amigo, no acabó bien para su relación matrimonial.
Ya en este siglo veintiuno la nueva pareja de Pablo Cardoso y Ana Messuti acceden a la jubilación como funcionarios de las Naciones Unidas y deciden trasladarse a España, concretamente a Salamanca donde Ana Messuti, con gran perseverancia y más de 50 años de edad, reemprende sus estudios y consigue el título de Doctora en Derecho de la histórica Universidad de esa ciudad, con un brillante “premio extraordinario de doctorado”.
Por esa época, en junio de 2004, mi esposa, estadounidense, organiza un almuerzo con su hermano y cuñada en un conocido restaurante de Segovia, con el que tenía o por su cargo ejecutivo en el Hotel Villa Magna de Madrid. Se lo menciono a Pablo por teléfono, y decide trasladarse de Salamanca a almorzar con nosotros a Segovia, donde conocemos a Ana Messuti por primera vez.

Terminado el doctorado en Salamanca, Ana y Pablo se trasladan a Madrid, y buscan residencia hasta encontrarla en la misma Calle Arturo Soria donde vivo desde hace 45 años, a menos de 30 minutos andando con toda normalidad. En los casos de urgencia por enfermedades que nos ha tocado acudir, a poco más de 5 minutos en coche.
Es decir, ya comenzamos a vernos con frecuencia, especialmente a principios de la década del 2010, cuando éramos algo más jóvenes y menos golpeados por achaques y enfermedades. La pobre Ana ha sido en ese aspecto siempre la más sufrida, siendo diagnosticada con Parkinson, agravada su discapacidad auditiva, hasta un 80 % en uno de sus oídos, y el otro superando el 50 %, con varias operaciones dentales, un mal que sufría desde bastante tiempo antes, lo que causó cierta insensibilidad facial por operaciones en los huesos de su cara, una caída con ruptura de cadera, y varias otras dolencias, que pusieron a prueba su resistencia física para siempre salir de ellas, y que nunca mermaron su dedicación a la querella argentina que la hizo famosa, su participación en seminarios y conferencias por España, y hasta su presencia junto a Pablo en la exhumación de los restos de Timoteo Mendieta, junto a otros 22 cadáveres identificados en el cementerio de Guadalajara. Todo esto figura registrado hasta en un documental.
Con su quebrantada salud Ana siguió en la brecha y logró que se abrieran causas en juzgados del País Vasco y de Granada por la desaparición de los restos de García Lorca
Curiosamente, Ana al principio de su llegada a Madrid, integró el equipo de abogados conducido por otro amigo mío de muchos años, que se ocupaba de la querella argentina interpuesta en el 2010 por las víctimas del franquismo en España, después que el juez Garzón iniciara la causa de la busca de cadáveres en las cunetas, que prácticamente acabó con su carrera judicial. Me refiero al abogado argentino Carlos Slepoy, cuyo despacho de Vergara 25, había ejercido temporalmente la asesoría legal en lo laboral del sindicato de la Unión de Actores de Madrid durante los años en que fui secretario general. Es decir, los vínculos con Ana Messuti se extendieron.
A la vez de centenares de querellas Ana encontró tiempo para escribir además de artículos y conferencias, un tercer libro como autora, un deber ineludible, la obligación del Estado de perseguir penalmente los crímenes internacionales, que presentó con gran afluencia de público en un aula de la Universidad Complutense de Madrid.
Poco después, como es sabido públicamente, fallece Carlos Slepoy tras el agravamiento de su dolencia provocada por un balazo accidental de la policía en este Madrid, donde había venido como exiliado, y al que tanto entregó en su labor no sólo como abogado laboralista, si no también en su denodada dedicación a la recuperación de la memoria histórica. Después de la caída en su brillante carrera de jurisprudencia, incluso internacional, del juez Baltazar Garzón, ahora la lucha por esa reapertura de la memoria histórica española, enterrada por la dictadura franquista, se cobraba la vida del letrado Carlos Slepoy.
Esto significó que sobre Ana caía la principal responsabilidad de una causa que se había hecho famosa universalmente cuando la jueza argentina María Servini aceptó la presentación de la querella, prestando declaración a un elevado número de descendientes de los muertos por el franquismo. Descendientes que luchaban, algunos también ya fallecidos, y otros que siguen sin ser escuchados por la justicia española, luchando por recuperar los cadáveres de sus padres o abuelos, enterrados en cunetas o fosas comunes en rincones escondidos de cementerios regionales.
Con su quebrantada salud Ana siguió en la brecha y logró que se abrieran causas en juzgados del País Vasco y de Granada por la desaparición de los restos de García Lorca. En medio de todo esto, en septiembre de 2017 es su compañero y mi amigo Pablo Cardoso, quien en medio de lo que era una operación de by sufrió un infarto que hizo que los cirujanos provocaran su coma durante cerca de una semana antes de poder recuperarlo. En esos duros días de hospital en que compartimos cuidados con Ana, y los hijos de Pablo, venidos de Suiza, en la esperanza de que todo llegara a buen fin, intimé más con Ana, que me hizo partícipe de muchas de las cosas que cuento en exclusiva para esta publicación, así como su propio terror de perder a Pablo, y quedarse sola, con sus propias dolencias en esta lucha que ha ido cobrando sus propias víctimas.
Como pueden imaginar, mis palabras terminaban conque en el caso de Ana y Pablo, se demostraba también que siempre detrás de una gran mujer, como Ana Messuti, hay un gran hombre como Pablo Cardoso
Recuperado Pablo, y con altibajos en la salud de Ana, logran ambos sobrepasar la terrible pandemia, y en octubre de 2022, tras 25 años juntos deciden casarse en Madrid, concediéndome el honor Pablo de ser elegido su testigo de esa boda, lo que en las bodas por iglesia o coloquialmente se denomina “padrino” en España, junto con la testigo elegida por Ana, su nuera, esposa del hijo mayor, la actriz italiana Rossana Fedele que, trágicamente, moría poco tiempo después, víctima de la misma enfermedad que se llevó la vida finalmente a Ana, hace ahora una semana. Es decir, un día después que Ana y Pablo cumplieran los dos años de casados en Madrid.

Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria histórica ha dicho acertadamente tras el fallecimiento, que Ana Messuti, en su domicilio de la calle Arturo Soria, había erigido la oficina de víctimas del franquismo que no existe oficialmente en la España democrática en que vivimos. No podía ser más cierto. He visto pasar por su casa a cantidad de víctimas, agradecidas, a profesionales del derecho especialmente internacional y derechos humanos, a los distintos dirigentes de las asociaciones de víctimas y de memoria histórica, como el mismo Silva, y hasta la mismísima jueza argentina, María Servini.
Afortunadamente, el 23 de mayo de este año las organizaciones representantes de víctimas, lograron organizar un homenaje a Ana Messuti en vida. A la cantidad de disertantes en el homenaje celebrado en el auditorio Marcelino Camacho de Comisiones Obreras, fui invitado junto con mi mujer a decir unas palabras dedicadas a nuestra amiga Ana. Mi única condición fue que como en este homenaje en su memoria que escribo hablara de mi amistad con ambos, Pablo y Ana, cosa que fue naturalmente aceptada. Yo no pude asistir finalmente afectado por uno de esos virus que nos acechan tan a menudo cuanto mayor nos hacemos. Pero, escribí unas palabras, que tuvo la oportunidad de leer en el escenario, mi mujer Mary Lynn Cox, a la sazón tan amiga de Ana y Pablo como yo mismo. En ese mensaje de reconocimiento me permití parafrasear la conocida frase de que siempre detrás de un gran hombre, se encuentra una gran mujer. Como pueden imaginar, mis palabras terminaban conque en el caso de Ana y Pablo, se demostraba también que siempre detrás de una gran mujer, como Ana Messuti, hay un gran hombre como Pablo Cardoso.