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sábado. 24.05.2025

Pero, ¿qué le pasa al mundo?

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Esta es una pregunta que se hacen millones de personas en cualquier rincón de este carbónico planeta, qué le pasa al mundo, a sus habitantes y a sus instituciones para que hayan caído en la desesperación y la locura de arrearse porrazos unos a otros sin ton ni son, qué le pasa al mundo para que la búsqueda de una oportunidad para unas personas se haya convertido en una amenaza para otras, qué le pasa al mundo para que las mentiras hayan dejado de ser una herramienta de la piedad o del entretenimiento para convertirse en el puñal con el que la inquina quiere herir mortalmente, qué le pasa al mundo que arroja cuanta porquería puede sobre las mujeres y sobre toda disidencia sexual. En fin, qué le pasa al mundo que parece que se ha vuelto loco.

El entramado institucional con el que el mundo ha llegado hasta este siglo XXI ya no ofrece garantía alguna de funcionamiento

Pues tampoco pasa nada excepcional, según mi punto de vista. Ocurre como en todo cambio de siglo (y de milenio de paso) que las vías y guardaraíles sobre los que ha transitado la vida han crujido por obsolescencia, los carriles por los que evoluciona la sociedad y todas sus aportaciones no encajan correctamente con los anchos de las mismas, con sus puntos de cruce y sus cambios de aguja. O lo que es lo mismo, el entramado institucional con el que el mundo ha llegado hasta este siglo XXI ya no ofrece garantía alguna de funcionamiento. Y no es que siempre hayan cumplido bien, pero han resultado de una utilidad razonable. Desequilibrado e inadecuado, el mundo parecía disponer de una red de amortiguamiento para lo peor que iba desde el derecho internacional para resolver los conflictos más acerados hasta la escuela universal para abrir las posibilidades de ascenso social a los más desfavorecidos. Esto, y cientos de instrumentos interpuestos (extensión de la democracia pj.), han pilotado la evolución y desarrollo de un mundo que desigual e injusto parecía ir acercándose a formas aceptables. Todo esto petó a finales del siglo pasado con la emergencia del neoliberalismo y con la meada sobre el derecho internacional que supuso la injustificable guerra en Iraq por parte de los gobiernos sanguinarios de Bush, Blair y Aznar.

La arrogancia y la mendacidad de esta acción de pormishuevismo (gracias Harley) es el pistoletazo de salida para la desorganización estructural que nos acompaña hoy y que anda convirtiendo en campos de batalla territorios físicos y morales. Las ideas y proposiciones que han polarizado la intervención de países y ciudadanos en el devenir de la humanidad han colapsado ante la más que verosímil interrupción de los sueños vía guerras, vía mentiras, vía intervención judicial esotérica o de una combinación diabólica de todas ellas.

Y eso es lo que le pasa al mundo, que es difícil creer en él tal y como lo conocimos y por eso se imponen propuestas delirantes cuanto más alejadas del discurrir histórico mejor aceptadas. Por eso las gentes y sociedades peor preparadas para entender qué nos pasa y cómo salir de este atolladero abrazan con mayor fe las sandeces con las que los beneficiarios del río revuelto en que se ha convertido este decadente mundo pretenden convencernos a todos para ganancia propia. Por eso, cualquier resquicio de autoridad se utiliza como arma de sojuzgamiento, de hombres sobre mujeres, de pequeños jerarcas sobre indefensos ciudadanos, de plutócratas sobre empobrecidos fans, de autócratas sobre inanes súbditos. Un pistón reforzado de poder, dinero y estatus empuja hacia abajo a inermes personas que se mueven locas de un lado para otro como las bielas de un vapor.

La ciencia, la política, el arte están poblados de cimas bajo las cuales se hallan las aportaciones de miles y miles de silenciosos protagonistas

No soy el primero en preguntarse qué se puede hacer en esta tesitura de arquitectura social débil. La respuesta es bien tirar la casa por la ventana y acabar de una vez por todas con todo, bien reforzar los cimientos para construir algo más sólido, más estético, más funcional. Lo que disponemos como herencia del pasado es el resultado de cientos de batallas por el progreso de la humanidad en el que el protagonismo ha sido siempre y en todo lugar el deseo de emancipación y la mejora de las condiciones de vida para sí y para la prole. Innumerables batallas dadas por personas anónimas que son quienes han abonado con su esfuerzo lo que se consideran avances sociales, tantas veces capitalizados por los más beneficiados o lo más audaces. Y siempre el activismo ha sido la piedra sobre la que se han construido los desarrollos que reseña la historia. La ciencia, la política, el arte están poblados de cimas bajo las cuales se hallan las aportaciones de miles y miles de silenciosos protagonistas.

Por eso no tiene nada de extraño que en la interpretación histórica avanzada se produzca un clamor para revisar algunas de las situaciones dadas como ciertas e invariantes. El movimiento woke se ha hecho con esta clave historiográfica heurística que no da por válido nada por principio y promueve el activismo, causa por causa, para enderezar e impulsar el rumbo correcto de lo que le pasa a este mundo torcido y cruel.

Pero, ¿qué le pasa al mundo?