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Se dice que, detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer. Aunque, a veces, sirva para darle la lata.
Por ejemplo, la mujer del presidente del Gobierno. En lugar de mantenerse con la pata quebrada y en casa, cuidando el hogar, dedicada a las labores propias de su sexo, no se le ocurrió otra cosa que ponerse a trabajar. Si hubiera pasado por la nunca suficientemente bien ponderada Sección Femenina, no hubiera tenido ninguna duda sobre sus obligaciones en esta vida: ser buena esposa y mejor madre. Pero, porque, ya se sabe, siempre se van los mejores, la Sección Femenina hace tiempo que dejó de ser el crisol donde se forjaba la mujer española. Y Begoña Gómez se quedó al pairo de su libertad de decisión con el riesgo, siempre permanente, de caer en el libertinaje.
Alberto González Amador podría estar cobrando comisiones hasta por respirar, defraudar a hacienda a mansalva o hacer cualquier cosa independientemente de su legalidad, y nadie se enteraría
Lo peor, es que se puso a trabajar en España, de donde su marido llegó a ser presidente. Y no lo hizo en algún sector, como hostelería o servicio doméstico, ámbitos en los que difícilmente, pero no imposible, hubiera podido ser acusada de recibir la ayuda de su marido. No, lo hizo en las cercanías del sector público con el evidente riesgo de que pudiera comprometerle por el riesgo de ser acusado de ayudarla. Y, no importa la escasa cuantía económica en que se pueda valorar el fruto de esa presunta ayuda, ni la ausencia de lucro personal para la acusada. Lo que importa es la sombra de la sospecha y, eso, es suficiente para, como digo, reprochar a Begoña Gómez el que haya comido la fruta del árbol laboral. Pues, nada, a expulsarla del paraíso. Para que aprenda.
Otra cosa es lo de Sánchez, encuentra tiempo, y toda clase de medios, para defender a su hombre. Debe ser por su mala conciencia. Alberto González Amador (que bonito apellido para este 14 de febrero) podría estar cobrando comisiones hasta por respirar, defraudar a hacienda a mansalva o hacer cualquier cosa independientemente de su legalidad, y nadie se enteraría. Pero resulta que ahora toda España, bueno menos su Señoría, saben que se ha tenido que confesar delincuente fiscal. Y, esa fama le ha venido por la gran mujer que le acompaña. No ha hecho falta que haya ido a una terapia de grupo para decir: Hola, me llamo Amador y soy delincuente. No, de eso ya se han encargado los enemigos de su gran mujer. Porque, resulta, que es la presidenta de la Comunidad de Madrid y, eso, la proporciona muchos enemigos, menos, obviamente que amigos, pero muchos. Suficientes para que siempre haya gente que, en lugar de maldecir al fiscal general del Estado, como sería lo lógico, se dedican a decir que si doña Isabel miente, que si vive en una casa con irregularidades urbanísticas, que si no le disgusta la defraudación fiscal, etc. Y, todo eso, ¿a quién perjudica? Pues efectivamente, al gran hombre que, como digo va detrás de ella y, si no fuera por eso, podría haber ampliado su actividad económica sin tantas cortapisas como puede tener a partir de ahora.
Eva Cárdenas, no sé si con la pata quebrada, está en su casa de Moaña y tratando de ampliarla. Mientras su gran hombre está tratando de salvar a España, hasta ahora sin éxito, ella se dedica a ampliar el patrimonio familiar, como Trump
Capítulo aparte merece doña Eva Cárdenas, la pareja de don Alberto Núñez Feijóo. Esta señora, no sé si con la pata quebrada, está en su casa de Moaña y tratando de ampliarla. Mientras su gran hombre está tratando de salvar a España, hasta ahora sin éxito, ella se dedica a ampliar el patrimonio familiar, como Trump. Pero, como Groenlandia y Canadá le quedan lejos, sus intentos se limitan a un trozo de la costa de Galicia, y concretamente, en la playa de O Con. Bueno, algo es algo. El caso es que tenía una antigua concesión, de cuando Castilla era tan ancha que llegaba hasta Galicia, y al ver que se le acababa el chollo ha pedido una ampliación del mismo durante treinta años más. El problema es que se ha topado con la incomprensión de la istración de Costas. Estos señores, siguiendo, seguramente, órdenes directas del maligno, o sea de Sánchez, se niegan, por lo que la cosa puede acabar en algún juez comprensivo, de la estirpe de esos de lo que usted me habla, que sentencie pro domo sua, o sea de ella. Como Dios manda.
Como ven, no todos los casos de grandes mujeres son iguales.