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En una universidad de Madrid, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho me fue solicitada cierta colaboración que consistía en aleccionar a profesores de dicha institución para que se instalaran en la carrera docente como practicantes de ciencia, si no contrastada, al menos asimilable a un estado de investigación en proceso. Habiendo puesto en marcha decenas de iniciativas en el ámbito de la investigación académica y del mundo de la empresa, alguien cercano al rectorado de dicha universidad ó conmigo para sintonizar los currículos departamentales a la investigación real. Se trataba de inculcar el método ciencia en una entidad no muy acostumbrada a ello.
Coincidía con los esfuerzos estatales a través de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad Universitaria (ANECA) que se estaba poniendo seria para impulsar la excelencia educativa acotando las prácticas innobles; una de sus más importantes apuestas fue la valoración del currículo de los profesores y aspirantes a docencia en las sedes públicas y privadas. La investigación contrastada por publicaciones y citas en su vertiente convencional, así como el reconocimiento de vías heterodoxas cubrían el espectro de las aportaciones científicas de cada universidad que la ANECA certificaba. Pero claro, era preciso estar metido en programas de investigación. Ésa era la principal debilidad de la universidad (privada) que me ó y supongo que la de otras de pelaje similar, porque ésta que anonimizo tiene muy buen cartel.
Paso a relatar. Lo primero, lógicamente, fue establecer un o directo para valorar en qué situación se hallaba el común de profesores y departamentos de la rama que me correspondía como experto, Comunicación. Así que fui invitado al campus. Sorpresa inicial, los edificios e instalaciones me impactan, pero resultan irreales, todo limpio, brillante, sin grafitis reivindicativos ni cartelones informativos, imagen que choca con mi visualización de una universidad viva, vibrante y confrontada con la realidad. Me dicen que todo está conectado por wifi y todo reside en la red institucional, pero ahí tampoco encuentro registros de vida intelectual de brega, más bien un acumulado de mensajería auto laudatoria sobre los logros marca de la universidad en cuestión y unas agendas de actividad que me recuerdan a la que mi hija me muestra elaborada por los profes de su cole.
Me encuentro con los docentes quienes, excepción aparte, jamás han realizado investigación alguna, y que hay que decir que con la carga lectiva que la universidad les impone, dudo que vayan a tener tiempo y energía para embarcarse en ello, ni ciencia de base ni desarrollos de aplicaciones. En cuanto a la formación de equipos para crear sinergias académicas, tengo mis reservas, la mayoría del personal se siente de paso hasta encontrar otro empleo de similar retribución y no tan alejado del centro de la ciudad. Una plaza de profe en secundaria está mejor pagada en ese momento. De mi conversación con unos y otros genero la hipótesis de que el personal no parece vocacionalmente universitario, su compromiso con la verdad y la búsqueda de las razones últimas no me parece que formen parte de sus expectativas, pero ¿quién sabe? Supongo que esto mismo ocurre en una parte sustancial de la universidad pública, pero yo relato un hecho verídico y verídica es la adscripción de la universidad del caso.
Esa institución educativa, como otros entes comerciales, se hallaba en medio de ciertas turbulencias económico-financieras. Capital inversor había entrado con sus propias ideas sobre qué es y para qué sirve una universidad, si para agrandar el circulo del conocimiento o si para fortalecer el círculo de conocidos que algún día forjaran elites. No me pareció que su activismo apuntase a lo primero, a participar en el mecanismo de ensanchamiento del conocimiento general de la humanidad, en cambio de lo segundo, en perfilar la imagen elitista del éxito futuro sí que me pareció que lo bordaban. Un paseo por el campus me mostró un escenario ideal, pulcro, más apto para enamorarse que para romperse los codos encima de los libros o de las mesas de laboratorio. Arbolitos trasplantados, lagunas artificiales, banquitos arrebujados, todo configuraba una imagen quizá algo irreal pero ¡qué bonito tío! Busqué las sedes de las hermandades donde la gente se desmanda, como en la pelis, pero no las encontré. Falta de tiempo supongo, porque requerían mi presencia en las zonas comunes, hall, cafetería, sala de exposiciones... Y ahí me remató la cosa, porque comencé a percibir la presencia de chicas florero repartidas estratégicamente por aquí y por allá, las reconocía muy bien por mi trabajo en comunicación comercial de eventos. Esas chicas, bien ligeras de ropa y repintadas como sioux, eran un reclamo para la matrícula que en esos momentos estaba en marcha.
Menos mal que me di cuenta que era un truco comercial, que esas bellezas eran un reclamo para atraer a estudiantes pudientes que no han podido acceder a la pública por falta de nota, quienes acompañados de papá, juraban y juraban que este era su sitio, que iban a empollar pero bien. Digo que menos mal porque ya comenzaba a pensar que me estaba convirtiendo en un viejo verde atraído por las lindezas de la juventud, cuando en realidad no era más que otra persona que responde positivamente a estímulos estrictamente comerciales.