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Como bien señaló Rousseau en su Segundo discurso, tendemos a medir nuestra dicha en términos comparativos y otro tanto sucede con los infortunios. Esto último lo recoge nuestro sabio refranero con su “Mal de muchos, consuelo de tontos”, pero no deja de ser un paliativo bien acreditado, en definitiva. La desdicha compartida se hace más llevadera. “También contamos con refranes en sentido contrario: “Si la envidia fuera tiña, cuántos tiñosos habría”. Envidiar no tiene nada de malo, si nos hace apetecer un logro ajeno estimulándonos a conseguirlo por nuestros medios y sin arrebatarlo. Pero el problema es que nos tienta mucho rebajar la felicidad ajena para no sentirnos desgraciados al compararnos. E igualmente rehuimos al cenizo como si pudiera contagiarnos de su mala suerte.
No podemos compadecernos indefinidamente de una situación lamentable, por mucha empatía y solidaridad que nos guste mostrar de puertas a fuera, tal como hay un tope para compartir las alegrías de los demás cuando nos esquivan con saña. Estos umbrales dependerán del tamaño de nuestro grupo social. En el ámbito familiar y de amistad consolidada cabe mantener el tipo sin arrugarse, pero la intensidad merma según aumenta el tamaño del colectivo. Esto lo narra maravillosamente Juan Antonio Rivera en su magnífico libro Moral y Civilización, al distinguir entre la moral cálida originaria y el frío respeto que debería presidir vastas agrupaciones humanas. El problema es que ahora mismo está desapareciendo la primera y al mismo tiempo el segundo está muy de capa caída.
En el mundo del demoniaco libertarismo economicista no sobrevive nada ni nadie, como acaba de mostrar el presidente argentino
En su célebre Fábula de las abejas, Mandeville mantiene que al perseguir nuestros intereses particulares contribuimos a la prosperidad general y con ello se obtienen mayores dividendos que con un proceder bienintencionado cuyas consecuencias pueden ser catastróficas. El camino al infierno acaso pueda estar empedrado de buenas intenciones, pero ciertamente lo contrario no conduce a ningún paraíso terrenal. Al menos en el mundo del demoniaco libertarismo economicista no sobrevive nada ni nadie, como acaba de mostrar el presidente argentino. Primero tira la piedra, difundiendo una inversión especulativa que sería beneficiosa para el país, para intentar esconder la mano cuando se revela como una descomunal estafa que tiene unos pocos y avisados beneficiarios, culpables de haber seguido la corriente a su ídolo tecno-fanático.
Aunque cabe documentar lo que ha pasado, Milei piensa que podrá escapar de un kilombo jurídico, salvo que los afectados estadounidenses contraten buenos profesionales del ramo, y a nadie se le ocurre inhabilitarlo por utilizar su cargo para semejante jugada. Después de todo, Trump ha salido airoso de sus múltiples problemas con la justicia norteamericana y manda empresarios a los escenarios de conflictos bélicos para que puedan lucrarse construyendo en las ruinas. Para forzar la paz los europeos tendrán que gastar mucho más en armamento militar, como si esto tuviese alguna lógica comprensible. Kant advirtió en su Hacia la paz perpetua que los preparativos bélicos pueden resultar muy lesivos para las naciones concernidas. En lugar de fortalecer la esfera pública con servicios accesibles a los menos pudientes, la consigna ultra-neoliberal es privatizar lo público y abolir los impuestos, tildando al modelo socialdemócrata de pernicioso comunismo.
La consigna ultra-neoliberal es privatizar lo público y abolir los impuestos, tildando al modelo socialdemócrata de pernicioso comunismo
El próximo 23 de febrero en Alemania podría votarse masivamente a un partido que no esconde su simpatía por la ideología del nazismo, algo impensable hace solo una década. Tal como pasó en la República de Weimar, las fuerzas reaccionarias que reivindican rancios nacionalismos propios de otros tiempos, culpan a la democracia de todos los males posibles habidos y por haber. Este discurso cala muy hondo en medio de un malestar social en alza y una engañosa propaganda de corte neofascista. Se propagan medias verdades y nunca se reconocen las meteduras de pata, endosando al adversario el antagonismo propio del enemigo a muerte. No hay lugar para las matizaciones y obligan a comprar todo un lote ideológico, renegando de cuanto pueda verse adscrito a la otra trinchera.
Nos hacen habitar en un mundo de buenos y malos, donde tienes que asumir las barbaridades de tu equipo, sin reconocer los posibles aciertos del presunto rival, cuando lo suyo sería darnos cuenta de que navegamos en el mismo barco y que no podemos ir a pique si la nave del Estado hace aguas. Mostrarnos compasivos libera endorfinas y nos hace sentir mejor. Salirnos con la nuestra no tiene mucho recorrido, si para ello debemos arrollar a los demás, porque no dejarán de hacer otro tanto a la menor ocasión.
En la Casa Blanca suele dejarse fotografiar un tipo que debe tener serios problemas de autoestima, dada la enorme firma con que adorna sus decretos imperiales, con un mapa donde se lee lo que debe ser un mote del personaje, a saber, “Golfo de América”. Algunas veces le acompaña un tipo con gorra cuyo patrimonio pecuniario no tiene parangón, pone a sus hijos nombres de robots y se identifica con una X que haciéndola girar daría una cruz gamada.