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viernes. 06.06.2025
ANÁLISIS

El trumpismo internacional es un espejismo

Resulta muy forzado encontrar identidad ideológica, política y cultural entre el movimiento que ha colocado de nuevo a Trump en la Casa Blanca y las propuestas de la ultraderecha centroeuropea.

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De un tiempo a esta parte cualquier éxito electoral de la ultraderecha en el mundo (y especialmente en Europa) se vincula con la estela de Trump. Lo suelen hacer algunos medios liberales, no pocos políticos del consenso centrista (de los conservadores a los socialdemócratas) y, naturalmente, los propios interesados durante las campañas electorales, sabedores de que, hoy por hoy, el presidente norteamericano “vende” entre las masas descontentas.

Pero un análisis cuidadoso del auge -irregular y discontinuo- de este nacionalismo populista heterogéneo induce a pensar más en una convergencia de varias familias de pensamiento o de acción que en una suerte de Internacional Reaccionaria (1). Resulta muy forzado encontrar identidad ideológica, política y cultural entre el movimiento que ha colocado de nuevo a Trump en la Casa Blanca y las propuestas de la ultraderecha centroeuropea. Las causas que han llevado al poder a unos y otros son específicas. Pero, además, hay una cuestión cronológica definitiva. El ascenso de la ultraderecha húngara, polaca, eslovaca, checa, rumana o búlgara es anterior a Trump. Y, desde luego, los líderes nacionalistas conservadores en la Europa occidental ya estaban firmemente arraigados en las sociedades y sistemas políticos de sus países antes de la irrupción del empresario inmobiliario al otro lado del Atlántico.

Esta creencia está tan extendida que ya parece difícil, si no imposible, desmontarla, máxime cuando se proyecta desde América (2). Lo hemos visto de nuevo esta semana con el ajustadísimo triunfo del candidato nacionalista conservador polaco Karol Narowcki. En sus portadas y titulares, muchos medios europeos han vinculado su triunfo con el efecto Trump. Es cierto que, en los análisis más especializados, esta impresión ha quedado más matizada (3). Pero lo que le llega al gran público es la imparable influencia del gran perturbador norteamericano.

El ascenso de la ultraderecha húngara, polaca, eslovaca, checa, rumana o búlgara es anterior a Trump

Que el propio Trump se apunte como propios los triunfos de la ultraderecha europea y mundial contribuye a esta ceremonia de la confusión. Lo sorprendente es que, desde este lado, se le compre con tanta facilidad el relato. Es difícil de entender que se quiera meter en el mismo saco a tipos como Narowcki, o como el rumano Simion (éste frustrado en su intento por lograr el triunfo que los tribunales le regatearon al candidato anterior afín, Georgescu) o incluso al propio húngaro Orban. Estos dirigentes están sustentados en estructuras políticas de mayor fuste y responden a corrientes de ancladas en sus sociedades desde los primeros momentos del desencanto con el proceso democrático tras la caída del comunismo (4).

El presidente electo polaco está perfectamente alineado con un partido, Ley Justicia (PiS) que ya gobernaba Polonia antes de que Trump se pensara saltar a la arena política. Lo mismo cabe decir de Orban, un liberal trasmutado en ultraconservador. La ultraderecha rumana, menos precoz, lleva años recogiendo el malestar sembrado por la nueva alternancia política entre liberal-conservadores y socialdemócratas.

MANDAN LOS INTERESES

Si giramos el punto de mira hacia el Oeste, no hace falta ser un gran experto en política internacional para saber que los éxitos de la ultraderecha sa, italiana, alemana, holandesa, belga, austríaca (y hasta la española) tienen poco que ver con el tirón de Trump. Que sus dirigentes imposten simpatía con el norteamericano tiene que ver más con el oportunismo que con la identificación política o ideológica.

El asunto de los aranceles ha hecho que salten las costuras de esta relación ficticia. La italiana Meloni, que pretende jugar un papel de mediación -que nadie le ha pedido- en la disputa comercial transatlántica, no tiene, en realidad, una estrategia muy distinta de la que defienden la Presidenta de la Comisión Europea o los máximos dirigentes de los principales países de la UE. Trump no gusta, es evidente, pero se ha optado por aplacarlo o por dejarlo que se consuma en sus impetuosos caprichos. Cualquiera de los líderes ultras europeos saben que embarcarse con Trump en estrategias compartidas es un mal negocio, porque el inestable líder americano puede dejarlos en evidencia en cualquier momento.

Cualquiera de los líderes ultras europeos saben que embarcarse con Trump en estrategias compartidas es un mal negocio

Eso lo ha comprendido muy bien Putin, a quien medios, analistas y políticos del Orden liberal llevan años pintando como un firme aliado de Trump. Otra creencia más que discutible. Que el Presidente regresado le haya dedicado ciertos elogios por sus políticas autoritarias de hombre fuerte no avalaba una coincidencia de posiciones en la escena internacional. A la postre, cualquier Presidente de los Estados -incluido el anómalo actual- es preso de unos intereses que impiden la convergencia entre Washington y Moscú frente a los aliados europeos.

Una cosa es que Trump abronque públicamente a Zelensky en el Despacho Oval y otra muy distinta que el establishment político-militar estadounidense dejara caer a su aliado de Kiev, hoy por hoy imprescindible para la estrategia de debilitamiento de Moscú. Los medios han destacado, con cierta candidez, los mensajes de un “desengañado” Trump, que por fin se habría dado cuenta de que Putin no es de fiar.

Es evidente que a Trump le seduce poco la música de la Alianza Atlántica tal y como ha venido sonando en las últimas siete décadas y media, pero no es tan ingenuo como para pretender apagarla, como se ha llegado a escuchar y a leer incluso en medios de cierta solvencia. Más que la ruptura, lo que Trump ha sembrado es desconcierto.

Más que la ruptura, lo que Trump ha sembrado es desconcierto

El futuro de Polonia tiene más que ver con la respuesta que los partidos liberales y sobre todo conservadores arbitren contra la permanencia del nacionalismo extremo en la cúspide del Estado que con los alardes trumpistas. Es muy probable que, como presumen los dirigentes del PiS estos días, algunas de las formaciones de la derecha moderada que forman parte de la actual coalición de gobierno cedan a la tentación de cambiar de socio y se echen de nuevo en brazos de los ultranacionalistas (5).

Pronto se verá, si eso ocurre, que el actual apoyo (casi) incondicional que Varsovia brinda a Ucrania será cuestionado en la calle por este nuevo impulso a la ultraderecha y no por la alineación de posiciones entre Trump y Putin. Los nacionalistas polacos empiezan a capitalizar el malestar que la permanencia de los refugiados ucranianos y las ventajas otorgadas a los intereses agrarios del país vecino están provocando en los sectores sociales polacos más tradicionales. El anticomunismo visceral de los ultracatólicos siempre tuvo una base nacionalista tanto o más que ideológica. Rusia será para ellos una enemiga irreconciliable, gobierno quien gobierne en Moscú.

MODELOS PERIFÉRICOS AUTÓCTONOS

Si nos alejamos de Europa y ponemos el foco en otros lugares del mundo donde el movimiento reaccionario ha conseguido arraigarse y convertirse en el factor político hegemónico, podemos comprobar cómo Trump resulta un fenómeno secundario en una corriente nacionalista heterogénea (6).

India es el caso más notable. El partido Baratiya Janata (Unión India) llegó al poder, por segunda vez, antes de que Trump se convirtiera en candidato republicano. En estos años, Modi ha hecho de la necesidad de convivir con Trump  una virtud o una oportunidad de reforzar el viraje ultraconservador en su país. Pero esta India ultranacionalista no tuvo problemas en convivir con potencias liberales de primer orden como EE.UU, Japón y Australia en la plataforma (QUAD) de contención a China en Asia. En contraste, esa supuesta simpatía entre Modi y Trump ha chirriado. Por citar sólo el último episodio, al gobierno de Delhi le sentó muy mal que Trump presumiera de haber evitado ‘in extremis’ una escalada bélica entre India y Pakistán por el enquistado conflicto de Cachemira. Como orgulloso nacionalista, a Modi no le gusta que líderes de otros países se inmiscuyan en asuntos indios.

El nacionalismo exacerbado es el fenómeno político más vigoroso de nuestro tiempo. Sin duda. Pero Trump es un falso nacionalista

Japón -por resaltar otro ejemplo- había tomado un camino ultranacionalista en política exterior y de defensa antes de Trump. Y así sucesivamente. Incluso en América del sur, ese “patrio trasero” siempre sensible a los vaivenes del gigante del Norte, la emergencia de figurones como el argentino Milei, el ecuatoriano Noboa o el chileno Kast tienen poco que ver con Trump. Son causas de orden interno y no un puro mimetismo lo que explica la corriente ultraderechista en la región. Por eso, la agresividad de la actual istración norteamericana en materia comercial ha hecho que supuestos afines ideológicos se desmarquen de la Casa Blanca.

El nacionalismo exacerbado es el fenómeno político más vigoroso de nuestro tiempo. Sin duda. Pero Trump es un falso nacionalista, como es un falso defensor de los perdedores de la globalización o de los obreros blancos. Aún más ridículo resulta contemplarlo en ceremonias piadosas con los  evangelistas reaccionarios. No tiene ideología, ni principios, ni programa más allá de sus ambiciones empresariales y personales. Lo que le ha llevado de nuevo a la cúspide del poder político no obedece a una corriente universal, sino a la frustración de un sistema social en profunda crisis.


NOTAS

(1) “L’internationale réactionnaire, ou comment trois familles de pensée se retrouvent dans leur détestation du progressisme”. NICOLAS TRUONG. LE MONDE, 29 de marzo.

(2) “Trump Is Leading a Global Surge to the Right. But not all of the leading conservative populist parties in the world are the same — in rhetoric or on policy”. THE NEW YORK TIMES, 23 de enero; “In the age of Trump, global authoritarianism continues its advance” ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 28 de febrero.

(3) “What Poland’s new hard-right president means for Europe”. THE ECONOMIST, 2 de junio; “Karol Nawrocki, du hooliganisme à la présidence de la Pologne”. ISABELLE MANDRAUD. LE MONDE, 2 junio.

(4) “He is the strongman who inspired Trump – but is Viktor Orbán losing his grip on power? ASHIFA KASSAM y FLORAN GARAMVOLGYI. THE GUARDIAN, 1 de junio.

(5) “Pologne: après l’élection du nouveau président, le premier ministre, Donald Tusk, va demander la confiance du Parlement”. LE MONDE, 3 junio

(6) “Indispensable Nations. The Fall and Rise of Nationalism”. PRATAP BAHNU METHA. FOREIGN AFFAIRS, 25 de febrero.

El trumpismo internacional es un espejismo