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domingo. 25.05.2025
CINE

Jean Claude Carrière y una caricatura inédita de Luis Buñuel

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Antonio Lázaro 

Nos salen los cánones y preferencias por las orejas, en cuanto a mejores películas, directores, series, de este siglo y del anterior. ¿Será realmente Tarantino ese oráculo infalible o algo o alguien que dice llamarse Tarantino? Conste que uno aprende siempre y a veces encuentra gemas impensadas refulgiendo imprevistas en el arenal. Si reparan, raramente osamos establecer ese tipo de comparativas en lo relativo al cine español. 

Subyace, entre nosotros, el debate alfabético: la A almodovariana o las tres Bés (ya saben, Buñuel, Bardem y Berlanga), en relación con el canon hispano. Yo me decanto por la triple B. Reconociendo, claro, la universal proyección de Pedro Almodóvar y su cine, y que en su filmografía hay, al menos, dos grandes películas: Volver y Mujeres al borde del ataque de nervios. Un drama y una comedia. Y dos Óscar, que no es algo baladí. El propio Berlanga nos confesó a mi padre, que era su abogado en temas forestales, y a mí, en el Togar, en Cuenca, como a finales de los 80, tras una visita a una Universidad USA donde le habían rendido homenaje, que a él, cómo a Bardem, Saura o Buñuel los conocían los hispanistas, que el realmente famoso, entre público “moderno”, crítica y “celebritis” de Hollywood, era Almodóvar. Así sucedía en los 80 y 90 y así, me parece, sigue siendo.

Toledo fue ciudad-fetiche creativa para Buñuel. Representaba su juventud y su impulso creativo, la esencia de las viejas ciudades de España y también el espacio de la transgresión, de la vanguardia

Jean Claude Carrière, fallecido hace poco tiempo, en 2021, con 90 años a sus espaldas, es uno de los grandes nombres del cine mundial. Fue uno de los más reconocidos, y puede que solicitados, guionistas en los años 70 y 80. El guionista paneuropeo. Gozaba ya de cierto prestigio en los 60 tras haber novelizado, a posteriori, películas exitosas del gran Tati (Mi tío, las vacaciones del señor Hulot). Había ganado un Oscar a mejor corto, en 1962, con una deliciosa pieza protagonizada por Pierre Etaix y codirigida por ambos, Feliz aniversario. Una joven esposa aguarda con todo dispuesto para una cena especial la llegada de su esposo, atrapado por mil y un percances de tráfico en un París atascado. Cuando este llega al fin, se la encuentra dormida sobre el mantel y la botella de Burdeos vaciada. El humor siempre lo caracterizó, aunque junto a Buñuel se hizo más sutil, sombrío y complejo.

Buñuel, tras su magnífica etapa mexicana, está dando el salto a la escena internacional, a base de coproducciones (USA, Francia, España) y empieza a obtener el reconocimiento de los grandes festivales, con títulos como Los olvidados, El ángel exterminador o Viridiana. Su principal productor es francés y su carrera parece querer cerrar el círculo (o acaso, cuadrarlo) con un retorno al país de sus orígenes cinematográficos, la , 40 años después. Pero está mayor, necesita energía, camaradería, un entorno creativo renovado. Cuando le presentan a Carrière, le pregunta:

- ¿Bebe usted vino?

Cobertizo toledano
Cobertizo toledano

No solo lo bebía, sino que procedía de una familia de viticultores con bodega. La respuesta encanta al de Calanda. Necesita divertirse, un estímulo para seguir haciendo cine. Conectarán hasta compartir miles de almuerzos y escribir juntos seis largometrajes. Recluidos en el Paular o en el Parador de Toledo, trabajarán en la película, desarrollarán la secuencia que toque. Y después, cada uno contará un cuento. Sintonizan hasta un punto tal que Carrière propone y transcribe las memorias de Buñuel, su célebre último suspiro.

Creo exagerada la frase de Octavio Paz, tan lapidario en ocasiones: “Las memorias de Buñuel son su mejor película”. En la filmografía del aragonés, desde Un perro andaluz a El fantasma de la libertad, pasando por Tierra sin pan, Él, Los olvidados, El ángel exterminador, Viridiana o Tristana, son tantas las grandes películas que un día de noviembre de 1972, en casa de Cukor, en el célebre “banquete de los genios”, Hollywood le rindió tributo y homenaje: Wilder, Wyler, Wise, Ford, Hitchcock, Fritz Lang… Sus memorias son, sin duda, un texto palpitante, transgresor y sumamente entretenido, gracias fundamentalmente al toque de Carrière, pero en ningún caso su mejor película, amigo Octavio.

Cartel de el último guión
Cartel de el último guión

En enero de 2008 tuve el gran privilegio de conocer, en persona, a Jean Claude. Y además, en un sitio tan emblemático como el Parador de Toledo. Se grababa esos días, con dirección de Gaizka Urresti y Javier Espada, un documental sobre las ciudades de Buñuel, que finalmente se estrenó en 2008 bajo el título de El último guión.

Tristana, película que vi en el desaparecido cine Xúcar de Cuenca, me enganchó poco más que adolescente al cine y a Buñuel, y prefiguró mi destino, vital y profesional, muy vinculado a Toledo. Trabajando en gestión cultural y promoción del cine, tuve ocasión de evaluar y apoyar este rodaje, que inicialmente pasaba por Toledo como de puntillas. En la geografía espiritual, vital y creativa buñueliana, Toledo fue lo que había sido para otros dos genios, renovadores estos de nuestras letras, Bécquer y Galdós: un foco de permanente inspiración. Buñuel accede a Toledo, donde funda su Orden y rueda una de sus obras maestras, más por influjo del segundo que del primero.

En el Madrid efervescente de entreguerras y de la Residencia de Estudiantes, al que Buñuel llegó en 1917 y que vivió y protagonizó a fondo, una de las cosas que más le impactó, según JC, fue el encuentro con don Benito Pérez Galdós

Toledo fue ciudad-fetiche creativa para Buñuel. Representaba su juventud y su impulso creativo, la esencia de las viejas ciudades de España y también el espacio de la transgresión, de la vanguardia, donde generó su revalorizada Orden de Toledo (junto a los Dalí, Pepín Bello, Lorca y tantos otros), un movimiento lúdico (gamberro, se ha llegado a decir), que sintonizaba con el dadaísmo, con el futurismo, el creacionismo y ante todo con el surrealismo. Si Buñuel había trasladado la acción de la novela galdosiana Tristana a Toledo no fue por algo prosaico o por temas de producción, sino por razones creativas: en ella integró elementos de su gran proyecto irrealizado, el Ángel Guerra, una monumental novela de don Benito, de unas mil páginas, localizada en un 90% en la ciudad del Tajo, que nunca podría adaptar, ni por presupuesto ni por duración. Urresti y Espada asumieron que Toledo merecía un amplio espacio, equiparable al de otras grandes metrópolis decisivas en la vida de don Luis, en las que había residido largos periodos (Zaragoza, Madrid, París, Nueva York, Ciudad de Méjico). Carlos Saura, en su incomprendida La mesa de Salomón, refleja muy bien esa conexión casi umbilical entre Buñuel y Toledo cuando, encarnado por el Gran Wyoming, el cineasta tiene una ensoñación crepuscular en su apartamento de la Torre de Madrid que lo transporta a Toledo. En sus semiclandestinos retornos a España bajo el franquismo, se perdía por el laberinto de Toledo armado de su cámara, reviviendo los espacios de sus noches toledanas de juventud, en las que involucró a casi toda la generación del 27 (Moreno Villa, Alberti, Garfias, las hermanas González, María Teresa de León, Georges Sadoul). Pero de todo esto hablaremos pronto, a propósito de la inolvidable experiencia, recogida en el libro La Orden de Toledo, un recorrido vanguardista 1923-1936, liderada en 2004 por Miguel Molina, en la que participamos.

caricatura de Buñuel
caricatura de Buñuel

Con presencia de Juan Luis Buñuel y de los dos promotores del film, en aquella inolvidable tertulia en el restaurante del Parador, que tantos recuerdos le traía de sesiones de trabajo y de conversaciones con don Luis entre humo y dry martinis, Carrière fue mi interlocutor, ya no recuerdo si frontal o lateral. Hablamos de esa especial vinculación y fervor toledanos de Buñuel. La compartió y matizó, y sintonizamos bastante. Fruto de esa sintonía, surgió una mutua corriente de simpatía (pleonasmo: toda simpatía o es mutua o no es) y, de ella, esta caricatura de Buñuel saludándome, que guardo como un tesoro y que ahora me complace dar a conocer y compartir.

Hombre poliédrico, fue también dramaturgo, novelista y viajero infatigable, con dos destinos quizá preferidos, además de España: México y la India. Al país asiático, donde casi todo comenzó, dedicó un apasionante libro que está accesible en Internet. Y colaboró con Peter Brook en su ambiciosa adaptación del Mahabharata. Sobre México, publicó un Diccionario amoroso (2009). Son incontables sus trabajos para los mejores directores: Forman, Tati, Wajda, Oshima, Schlondorf, Saura. Pero quiero recordar rarezas acaso mal conocidas como que fue coguionista de Miss Muerte (1966) de Jess Franco, de Sauve qui peut la vie, una de los más sonados títulos de Godard, después de la nouvelle vague, y dialoguista francés del berlanguiano Tamaño natural. Entre los proyectos en que trabajó con don Luis y que no salieron, figuran la adaptación de El monje, de Lewis, o Allá abajo, la novela mayor del gran Huysmans. Carrière dio muestras de su gran versatilidad, tanto como guionista o coguionista original como en la adaptación de obras preexistentes. La genialidad de Buñuel, en muchas de sus grandes obras, parte de novelas y argumentos preexistentes (Tristana, Viridiana, inspirada en la galdosiana Alma, Robinson Crusoe, Cumbres borrascosas o Abismos de pasión, entre muchas otras, y varias de las exitosas películas de la etapa sa, incluida Belle de jour, ya con Carrière).

La película de Javier Espada, que dirigía por entonces el magnífico CBC (Centro Buñuel de Calanda), y Gaizka Urresti, productor y director que ha ganado hace poco el Goya al mejor documental, traza un recorrido vital y fílmico, reconstruyendo la gran aventura buñueliana desde las ciudades donde vivió: Calanda/Zaragoza, Madrid, Toledo, París, Hollywood, Ciudad de Méjico. Con el eje de un largo diálogo entre Jean Claude y Juan Luis, hijo de Buñuel, se alternan las ciudades de don Luis e imágenes de sus películas más emblemáticas. Un retrato humano y artístico muy completo. Para ambos, en palabras de JC, “Buñuel era cineasta de nacimiento”. Inclinado a la creación, no sabía dibujar ni dominaba la escritura. Le quedaba el cine. Surrealista, con El perro andaluz, antes de ingresar, junto a Dalí, en el movimiento surrealista, duró solo dos años en aquella magnífica logia. Pero aplicó siempre “la moralidad” surrealista y fue, para Carrière, su miembro más fiel: “para toda la vida”.

En el Madrid efervescente de entreguerras y de la Residencia de Estudiantes, al que Buñuel llegó en 1917 y que vivió y protagonizó a fondo, una de las cosas que más le impactó, según JC, fue el encuentro con don Benito Pérez Galdós, ya muy mayor, el autor más decisivo para su cine y el que, desde su Ángel Guerra, lo vinculó a Toledo para siempre.

Sobre la colaboración de Dalí y Buñuel en el guion de Un chien, según ellos, “echaban ideas”, todas procedentes de sueños, y tenían mutuo derecho de veto. Por mencionar dos secuencias muy célebres e icónicas, la de las hormigas en la palma de la mano era de Dalí y la del ojo cortado (excelsa y repetida como la escalera de Odessa en Potemkin), de Buñuel.

Varias veces nominado a los Oscar, además de ganarlo por su corto de los 60, obtuvo el Oscar honorífico en 2015. El Surrealismo, incluso como movimiento y desde luego como praxis artística, perduró en Francia durante décadas. Carrière se manifestó a menudo próximo al mismo, buceando siempre en el lado oscuro de los personajes y dejando que fluyera el inconsciente en sus relaciones. Luis Buñuel, en el conjunto de su carrera, no solo la inicial, es considerado como el máximo exponente del surrealismo en el cine. Sin duda, esta gran afinidad favoreció su fructífera colaboración.

Ya no recuerdo si iban o venían de París, Los Ángeles o Madrid, pero navegamos dialécticamente por todas esas ciudades de Buñuel en aquella escala en Toledo, ciudad a la que una y otra vez volvía para recargar pilas creativas. Esa cena inolvidable en el Parador (donde se fraguó entre mí ya nuevo amigo y don Luis una parte importante de su filmografía y sus impagables memorias) pasa a engrosar mi lista de momentos maravillosos, junto a un tipo tan genial y a la vez tan cordial, catálogo humano de 50 años de gran cine internacional, coguionista, confidente, discípulo y fraternal amigo del cineasta español más universal, como Jean Claude Carrière. ¡Solo faltó, quizá, un brindis con vino clarete de uva malvar de Yepes, el preferido del genio de Calanda!

A los postres, sin haberme dado yo cuenta de lo que había estado haciendo con su bolígrafo, Jean Claude me regaló la caricatura de Buñuel que acompaña a este artículo, en la que me hermana emotivamente con dos personajes tan geniales.

¡Salut Carrière, salut don Luis!

Jean Claude Carrière y una caricatura inédita de Luis Buñuel