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sábado. 24.05.2025
CINE

Don Fanucci, ¿un hidalgo tapado en ‘El Padrino’?

Don Fanucci entiendo que es bastante más que un personaje episódico, como podría parecer. De hecho, representa nada menos que la transmisión, en su caso usurpación violenta, del poder a Vito.
Don Fanucci
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Antonio Lázaro

Es curioso que las películas que encabezan el canon de un arte todavía joven, aunque no nos lo parezca a veces, como el séptimo, el cine, las protagonicen magnates encumbrados por métodos no siempre transparentes (Ciudadano Kane) o directamente la saga de los Corleone, una recreación de Cosa Nostra, la célebre mafia italoamericana (El Padrino). La épica, el romance, la poesía se trasladan a historias ambientadas al margen de la ley o en sus ángulos y desvanes más sombríos.

Don Fanucci es uno de mis personajes favoritos de la trilogía El Padrino. Aparece en la segunda entrega, 1974, y es, en cierto modo, el antecesor en Little Italy de Don Vito Corleone.

Tanto la gran novela de Mario Puzo como la magistral versión de Ford Coppola fusionan ficción y realidad, con una gran base de vida transmitida oralmente, parcialmente vivida y, desde luego, bien documentada

Interpretado por el gran actor italiano Gastone Moschin, su imponente presencia, traje y sombrero blancos bajo capote oscuro, recorriendo las calles del barrio italiano de Nueva York, sonriendo a diestra y siniestra (luego descubriremos que, tal vez, a nadie) y ofreciendo su mano para ser besada, llena la pantalla y resume en su imagen toda una época: la de la masiva llegada de inmigrantes meridionales, su precario asentamiento en un entorno complejo y culturalmente extraño, cuando no hostil, el traslado de sus usos y costumbres ancestrales, de los códigos rurales de la lejana Sicilia, que fluían por sus venas.

Tanto la gran novela de Mario Puzo como la magistral versión de Ford Coppola fusionan ficción y realidad, con una gran base de vida transmitida oralmente, parcialmente vivida y, desde luego, bien documentada. Se ha hablado de os de los productores con clanes mafiosos previos al rodaje y de los límites que estos trataban de imponer a la mención directa, tan peyorativamente cargada, de términos explícitos, como mafia o cosa nostra. Lo que también ha trascendido es que algunos capos, tras el éxito mundial del film, trataban de imitar la gestualidad, indumentaria y apariencia de sus personajes. ¡Hasta tal punto les había gustado la peli!

Don Fanucci entiendo que es bastante más que un personaje episódico, como podría parecer. De hecho, representa nada menos que la transmisión, en su caso usurpación violenta, del poder a Vito. Su sola presencia resume décadas de asentamiento inmigrante y de ejercicio de la extorsión, a la manera tradicional, al pequeño comerciante, al inquilino humilde, por parte de la mafia pionera de las Américas. En cierto modo, evoca ese mundo que recreará en su opera magna Érase una vez América otro grande, Sergio Leone. 

Don Fanucci cobra el impuesto amablemente pero sin renunciar a la violencia si es preciso. Coloca a familiares: su sobrino en la tienda de ultramarinos, lo que ocasiona el despido de Vito y su dedicación al delito para sacar adelante a su creciente familia. Es mayor, casi diríamos viejo, y solitario. Pero con él camina el prestigio de pertenecer (¿quizá haber pertenecido?) a la Mano Negra, primitivo ramal de la mafia neoyorquina. Nadie cuestiona su poderío y todos se pliegan a su extorsión. Forma parte del paisaje urbano, como una autoridad local, un gobernador, un concejal o un magnate entregado a obras benéficas. En la fiesta, en medio de esa increíble procesión en que desfilan un Cristo y un pendón de billetes de cien dólares, es imprescindible su presencia y da gran realce al evento.

Don Fanucci es un farsante, como las marionetas del guiñol o los actores del teatro de bulevar, ha conseguido vivir de un prestigio ya prescrito, caducado

A mí me recuerda Don Fanucci en esta secuencia al enorme Fernando Rey, encarnando a Don Lope, caminando trajeado, solemne y libertino por el toledano paseo de Tránsito o por la plaza de Zocodover, en Tristana, otra obra maestra, esta de nuestro Luis Buñuel. Ambos son prototipos de hidalgo: ambos detestan el trabajo, consideran que la comunidad ha de recompensar su prestancia y su dandismo.

Don Fanucci, protagonista de uno de los episodios trágicos más relevantes de la trilogía, aparece salpicado al tiempo de tintes humorísticos, paródicos, como su presencia en el teatro donde se representa una opereta o escena de cabaret. Estos teatros de bulevar o por horas fueron decisivos para la cultura y el ocio urbano en las principales ciudades de ambos hemisferios hasta los años 40 y puede que después. Tuvieron mucho que ver con la difusión del cine como espectáculo popular y de masas. De hecho, si se repasan programas de mano de los años 10, 20 y 30 del siglo pasado, es común encontrarse con que alternan piezas teatrales breves, actuaciones musicales, humor, magia y vedettes (lo que se llamó “sicalipsis”) con proyecciones de cine.

Un gran acierto del gran Berlanga, a su paso por la dirección de Filmoteca Española, fue ubicar su sede de proyecciones públicas en uno de estos salones o teatros belle époque de Madrid: el Doré.

Don Fanucci, en la escena a que aludimos, muestra su lado lúdico y enseguida, el oscuro, presionando en el camerino a la actriz para que su padre pague el impuesto o pizzo que le debe.

En la fiesta procesional del barrio se intercala una función de marionetas a la que asiste Don Fanucci, retirándose enseguida, desagradado premonitoriamente por su violencia.

Estamos pues ante un personaje paródico, una caricatura del Don, al que la inercia de ciertas comunidades endogámicas permite seguir respetando y mantener sus abusivos privilegios.

Pero alguien está llamado a desenmascararlo, a descubrir el secreto que trata de ocultar detrás de un glamúr desfasado, émulo de la imagen de esos aristócratas meridionales que regresaban después de sus estadías lujosas y libertinas en París o en la Costa Azul y que, acaso, el propio Don Fanucci viera de lejos en su infancia en Palermo. Ese alguien es Vito Corleone joven, encarnado en este tramo de su biografía por Robert de Niro.

Habiendo sufrido en la liquidación de sus padres y en su precipitada fuga infantil, declarado en caza y captura por la vieja mafia, los rigores de los capos viejos, el despido de su empleo como dependiente, forzado por Don Fanucci, determina el paso a la delincuencia de Corleone. 

Pero ahí también se topará de nuevo con el obstáculo del viejo capo, que le exige parte del botín.

Aunque el reservado y gran observador Vito, con sus ojos de rapaz, ha percibido signos de debilidad y de aislamiento en Fanucci. Siempre camina solo, sin protección ni matones a su lado. Sabe de quitas y rebajas que hace, impropias de la Cosa nostra. Ante los que no quieren compartir sus botines, amenaza no con represalias directas sino con denuncias a la policía. Todo esto le hace dudar acerca de la solidez del personaje, de su verdadero poder, de su autenticidad. Pero además y ante todo…

Hay un subgénero que triunfa en youtube. Me refiero al comentario, glosa y reproducción de la trilogía, incluyendo secuencias filmadas por Coppola pero descartadas en el montaje final de la trilogía. Les recomiendo explorar ese campo pues en una obra, arquitrama, que recorre prácticamente todo el siglo XX y casi tres generaciones, tan coral y compleja como El Padrino, hay personajes y acciones que por fuerza han de verse omitidas o aligeradas. Se puede mejorar bastante por este medio la comprensión y disfrute de esta obra maestra.

En una de esas secuencias descartadas, vemos a Corleone, empleado todavía en la verdulería, cargando un saco de mercancía por un descampado o solar trasero, uno de esos agujeros de los centros urbanos por donde apenas transita nadie. A lo lejos divisa cómo tres jóvenes, casi adolescentes, atacan a Don Fanucci, que trata de quitárselos de encima como si fueran molestas moscas otoñales. Pero van en serio. No probablemente a matarlo pero sí a vengar alguna de sus maldades y extorsiones, a darle un buen escarmiento. Lo hieren de oreja a oreja y le fuerzan a huir, recogiendo en su icónico sombrero blanco la sangre que gotea.

… Ante todo, esta escena no editada marca un antes y un después en la trama. La identificación de la impostura de Don Fanucci y la decisión de Corleone de ocupar su rango y su espacio, eliminándolo: de hacerse gángster.

Vito Corleone acaba de certificar sus sospechas: ha descubierto el secreto de Don Fanucci. Es un farsante, como las marionetas del guiñol o los actores del teatro de bulevar, ha conseguido vivir de un prestigio ya prescrito, caducado. Quizá un día fue alguien en el complejo entramado del hampa neoyorquina, pero ya no es nadie, solo una supervivencia, una leyenda, mayormente una costumbre.

No es este el momento ni el espacio de ocuparnos de los posibles orígenes españoles del hampa meridional de Italia (la Garduña), que empieza a conocerse y reconocerse). Pero sí se advierten en Don Fanuccí elementos de la hidalguía española, por ejemplo en su caricatura en obras como el Lazarillo, a través de personajes como el del primer amo en Toledo del antihéroe, el escudero. Viviendo de las rentas imaginarias de un desmochado patrimonio en el Norte de Castilla, tiene que aparentar la opulencia de habitar un caserón desprovisto de toda comodidad, pero céntrico, se limpia los dientes para fingir que ha almorzado y asiste a misa cada día a la Catedral o pasea como un señor libre de trabajos mecánicos por las riberas del Tajo, cortejando damiselas que enseguida lo rechazan, percibiendo su miseria. Su necesidad llega a tal extremo que tiene que compartir los pedazos de pan y el plato de uña de vaca que limosnea Lázaro, su criado. Eso sí, acepta comer de la limosna de su criado siempre “que no sepan que vives conmigo, por lo que toca a mi honra.” Él se considera un grande: “a los más altos, como yo, no les han de hablar menos de beso las manos de Vuestra Merced o, por lo menos, besoós, señor las manos, si el que me habla es caballero”.

La apariencia es clave tanto para el Escudero como para Fanucci. Cuando Vito pone en ejecución su plan, el viejo Don acepta la quita de dinero, tal y como el sagaz Corleone había previsto y comunicado a sus socios, pero además ira la valentía del joven y le ofrece futuras colaboraciones y servicios, aunque tal vez intuyendo que pueda representar el comienzo de una nueva era que suceda y anule la suya, que puede encarnar (como así será) su propia Némesis.

La trepidante escena de la ejecución de Don Fanucci supongo que debe ser de obligado, y grato, visionado en todas las escuelas de cine. Esa acción paralela entre el parsimonioso recorrido en la calle del Don y el vertiginoso avance en paralelo por tejados y azoteas de De Niro hasta alcanzar la escalera de Fanucci. Y la realidad que apunta: un hombre viejo y caduco, que vive solo, sin familia, en una casa de gente trabajadora.

Le fue bien durante décadas explotando un prestigio y un terror antiguos: las historias de la Mano Negra entretuvieron las fantasías de los niños sicilianos en varias generaciones. Pero cayó la máscara y quedaron al descubierto sus debilidades y carencias, la impostura de Don Fanucci.

Amortiguando sus tres disparos con una toalla, Corleone deja el cadáver del viejo Fanucci tirado en su recibidor. Puede que estuviera ya muerto sin saberlo.

Allí nace don Vito Corleone, heredero de una impostura que nunca proclamará y que hará suya. Allí nace su leyenda.

Pero esta vez, en serio.

Don Fanucci, ¿un hidalgo tapado en ‘El Padrino’?