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ANTONIO LÁZARO |
Crónica negra entre nosotros, nota roja en algunos países latinoamericanos, “faits divers” en Francia, sucesos meramente en tantos otros, la televisión y las series han amplificado un sector de la realidad que no decae: el crimen, en toda su amplia gama de modalidades. En España hubo un medio periodístico, El Caso, legendaria cabecera, que lideró el tratamiento y difusión del género hasta casi finales del siglo XX. Juan Rada, autor del libro que hoy presentamos, fue director de El Caso. Asiduo como experto criminalista en los principales medios radiofónicos y audiovisuales, ha publicado una quincena de libros antes del actual y forma parte del Comité de Expertos del Colegio de Criminólogos de Madrid. Voz, por consiguiente, de la máxima autoridad a la hora de realizar una propuesta editorial tan ambiciosa como es Sed de matar.

El libro, que cuenta con una espectacular portada de José Luis Matas, se subtitula “Exterminadores, serial killers y otros grandes asesinos” y su índice incluye 10, digamos, “especialidades”: de Rostros del mal a Criminales legendarios, pasando por Necrófilos, Viudas negras o Descuartizadores, entre otras. Un gran acierto es no seguir un orden cronológico convencional. Predominan sonados asuntos criminales de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos de XXI, que tampoco es manco, pero se recuperan personajes homicidas del pasado, por ejemplo el decimonónico Sacamantecas (al que se le adjudicó un nombre atemporal de nuestro folklore ancestral, algo así como el Hombre del Saco o el Coco). El intento analítico de Rada es fruto de décadas de experiencia, de cubrir casos y analizar procedimientos y psicologías perturbadas, capaces de saltar el tabú o frontera del NO MATAR.
Pero, inevitablemente, hay casos cruzados, donde la necrofilia, por ejemplo, se combina con la violación y/o el descuartizamiento. Los violadores que aparecen en este libro son, además, asesinos. Cada suceso y personaje criminal se analiza en un capítulo singularizado con un lenguaje conciso, preciso y directo, casi forense, pero que no excluye detalles estilísticos de veterano maestro del periodismo. La lectura es siempre amena y nos sorprende aunque aborde casos muy próximos y estudiados (Mataviejas, Asesino de la Baraja, Asesino de la Catana), pues recorre el caso del principio al final, en todo su desarrollo, desvelándonos detalles que desconocíamos. En la crónica mediática, el clímax de la noticia decae tras la identificación y captura del asesino, una vez esclarecidos los detalles escatológicos y el morbo que acompañan al suceso. Sed de matar incorpora antecedentes sociofamiliares, retratos psicológicos y, aspecto del mayor interés, el desenlace judicial del caso. Vemos trabajar con frecuencia a los verdugos encargados de accionar el terrible garrote vil, el procedimiento de aplicación de la pena de muerte en la justicia civil española hasta su abolición. Por cierto, que el último de ellos necesitaba estimularse con algunas buenas dosis de bebida espirituosa y no parece que fuera demasiado eficiente en su desempeño, retardándose el tiempo de agonía de los reos. Rafael Azcona y Luis García Berlanga en su obra maestra, El verdugo, se inspiraron en alguno de los últimos agarrotamientos para su recreación caricaturesca del oficio.
El deseo sexual desenfrenado o reprimido, el dinero y/o las drogas, suelen ser los móviles del acto de matar
El deseo sexual desenfrenado o reprimido, el dinero y/o las drogas, suelen ser los móviles del acto de matar, que en los casos más sonados o desastrados deriva en una adicción, una compulsión irrefrenable, que aboca en el asesinato en serie y, a veces, incluye episodios de asesinato múltiple. Sea cual sea el móvil desencadenante, antes o después, el placer de matar es consustancial al “serial killer”. En muchos casos, fronterizos con los trastornos psiquiátricos o inmersos en ellos, el asesino alega haber escuchado voces, satánicos reclamos que le ordenan matar (aunque no pocas veces, pueda ser esta una estrategia de su defensa). La necrofilia, el canibalismo y hasta el vampirismo también asoman en algunos de estos casos. Son recurrentes las relaciones sexuales con difuntos. Como el que mantuvo en un escondrijo costero a una asesinada, cuyo cadáver visitaba a diario para satisfacer su pervertido deseo, explicando a la policía que, de no haber sido detenido, seguiría haciéndolo.
Hubo también asesinos elegantes, dandis del crimen, como pudo ser Jarabo, un personaje de la noche madrileña, que vivió años de esplendor en los 50-60, con locales tan emblemáticos como la coctelería Chicote, Pasapoga y otras salas de fiesta o el restaurante Jockey. Toreros, famosos y famosas de Hollywood, aristócratas y personajes como Jarabo, aventurero de familia acomodada, alternaban con prostitutas, chulos y hampones de todos los pelajes. José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez-Moris, de distinguida familia, emparentado con un futuro ministro de Justicia, fue pilarista, colegio de la élite madrileña, e hizo las Américas, pues su madre era puertorriqueña. En Estados Unidos conoció la cárcel, tres años en Springfield, y estuvo vinculado a rodajes porno y tráfico de drogas. Fue expulsado y se plantó en Madrid con muchos dólares en sus cuentas y en sus bolsillos. Asiduo a los gimnasios, practicaba la halterofilia. “Hasta los chulos le temían”, escribe Rada. Durante ocho años fue el rey de la noche, en los locales ya citados, pero también en Florida Park, Morocco, Parsifal, Alazán y otros locales de moda. Se calcula que “quemó” unos 15 millones en “juergas, mujeres y en drogas”. De resultas de un accidente de coche que padeció en su juventud, arrastraba una adicción a la morfina, a la que añadió la de la cocaína, polvo blanco que circulaba profusamente en los círculos chic de la noche de Madrid en la década de los 50.
El caso Jarabo es bien conocido, a través de la recreación magistral que del personaje hizo Sancho Gracia en el episodio de Juan Antonio Bardem de la serie La Huella del crimen
El caso Jarabo es bien conocido, a través de la recreación magistral que del personaje hizo Sancho Gracia en el episodio de Juan Antonio Bardem de la serie La Huella del crimen. Ya sin dinero, frecuentaba a prestamistas y usureros de la peor calaña. Con los alias de Señor Morris, Mendoza o doctor Valmaseda sobrevivía a base de sablazos. Puede decirse que mató por amor. Habiendo empeñado una sortija de una amante inglesa, era extorsionado y chantajeado por unos prestamistas del barrio del Retiro de Madrid. Desesperado, temiendo comprometer el matrimonio de su amante, los mató a tiro limpio, a los dos socios, y a la esposa y a la criada de uno de ellos. Sin llegar a interrogarlos para recuperar la joya y la carta que lo incriminaban. Cometió además el descuido de llevar el traje ensangrentado a la lavandería. La policía tardó pocas horas en identificarlo y apresarlo. Fue un crimen muy sonado por la alta extracción social del asesino. Tras su agarrotamiento, que duró más de 20 minutos por su fuerte constitución y por la torpeza de El Corujo, su verdugo, que llegó bebido al parecer, hubo cierta polémica y se rumoreó que habían enterrado a un indigente y no a Jarabo, a quien no habían llegado a ejecutar y que habría sido visto más tarde en Puerto Rico. Lo cierto es que a la prensa no se le permitió el al cementerio de la Almudena.
A principios del siglo XX, se propagó junto a la peste blanca, la letal tuberculosis, la idea de que la sangre de los niños prevenía el contagio y curaba el mal. Durante años, se constató una oleada de desapariciones y asesinatos de menores en el medio rural de España, entonces una España para nada vaciada. Esta especie de vampirismo profiláctico sembró el terror en pueblos, aldeas y granjas de España. Como dijo Sherlock Holmes, y recuerda Juan Rada, los barrios más peligrosos de Londres podían ser más seguros que el campo, donde sucedían con cierta frecuencia los crímenes más horrendos.

Frente al glamúr decadente del caso Jarabo, asesinato múltiple, no en serie, y otros sucesos noir de clase alta, el mundo marginal y la mendicidad en particular han producido los episodios más espectaculares de serial killers españoles y, en general, de esta clase de sucesos criminales. No nos referimos a los ataques parafascistas a los sin techo, en que determinados elementos pretenden “limpiar las calles”, ensuciando sus conciencias y la convivencia. El caso del Matamendigos incluye alcoholismo, pastillas Rohypnol, violaciones, necrofilia y violencia extrema, incluido canibalismo. Estremece pensar las veces que uno pasó por delante de él, en su puesto preferente de trabajo, a las puertas de la iglesia de Covadonga, en la madrileña plaza de Manuel Becerra. Este individuo, criado como quien dice entre los nichos y tumbas del cementerio de la Almudena, mató a más de 10 indigentes, cometiendo toda clase de atrocidades con los occisos. Los restos descuartizados los arrojaba a un pozo. Su geografía vital y criminal se extiende en los aledaños de las Ventas, San Blas y el cementerio de la Almudena, en un Madrid entonces de descampados, secarrales y rodaderos, que conocía a la perfección. Cuando se aburría, sacaba un cuerpo de su nicho y lo violaba. Tal era el pánico que inspiraba que una mendiga que se libró por los pelos de su ataque, y lo denunció, pidió al ministro de Justicia que no se le aplicaran los beneficios penitenciarios que le correspondían y que iban a permitirle en pocos años salir de la reclusión psiquiátrica vitalicia, a que había sido condenado. Y es que incluso los monstruos, con apariencia humana, tienen pleno derecho a que se les aplique la Ley. Un hueso de ciruela que se le atragantó acabó con su vida.
Hay que decir que el boom del senderismo comporta el riesgo de toparse con predadores en descampado: otros senderistas, mentes criminales que residen en los aledaños de las rutas o caminos más transitados y una modalidad constatada, el mendigo itinerante. Ya se han producido casos. Es triste tener que tener en cuenta algo así cuando se trata de rutas de crecimiento personal y de salud, pero no es muy recomendable emprender estas aventuras en total soledad y, de hacerlo, sin un mínimo de prevenciones o estrategias defensivas. Puede que la vida nos vaya en ello.
Es muy amplio el catálogo criminal español. El trabajo de Rada es minucioso, descriptivo y muy plástico
El “Estripador”, El Sacamantecas alavés, diferentes envenenadoras (otra modalidad muy española), el Mataviejas, los violadores asesinos de polígonos y autopistas, las adolescentes góticas que mataron por saber qué se siente y por alcanzar notoriedad, las viudas negras o los barba azules… Es muy amplio el catálogo criminal español. El trabajo de Rada es minucioso, descriptivo y muy plástico. Son todos los que están aunque no estén todos los que son o han sido.
Por el número de sus asesinatos y su espectacularidad, destaca el Arropiero, Manuel Delgado Villegas. Tiene el triste honor de ser el Guinness de los criminales en serie españoles. Su apodo viene del oficio del padre, fabricante artesanal y vendedor ambulante de chuches. Estuvo en la Legión donde aprendió el temible “tragantón” o golpe del legionario, un golpe seco con el canto de la mano sobre la nuez, que puede romper la laringe y ser letal. Lo aplicó en varios de sus crímenes. Su carrera criminal arrancó en 1964 en la costa catalana e irradió a Ibiza, Madrid, Francia e Italia. Llegó a ser sicario para la mafia marsellesa. Su currículum: 8 crímenes probados, 14 investigados y 26 más confesados. De sexualidad compleja, actuaba como chapero pero despreciaba a los homosexuales, a los que asesinaba con frecuencia. Llegó a alternar con burgueses de doble vida y alguna dama de la alta sociedad de la Costa Azul. La necrofilia también le interesaba: en varias ocasiones preservó a buen recaudo cadáveres de mujeres a las que había matado, para tener sexo con ellos.

“Sed de matar” de Juan Rada constituye, en suma, un valioso documento actual para recapitular un género de renovado impacto popular. La reproducción de portadas de El Caso, medio que el autor del libro dirigió, viene a ser un reconocimiento y un homenaje a aquella legendaria cabecera, que llegó a batir records de tirada y seguimiento. El autor recoge también las principales versiones a cine y tv de los casos que trata. Aunque son muchos más los que siguen pendientes de su adaptación audiovisual. Este libro es una muy provechosa guía o herramienta para productores, guionistas y cineastas.
Universo Oculto, la editorial que dirige Luis Dévora, sigue creciendo y renovando su catálogo, donde coexisten el crimen (aparte de esta Sed de matar, los thrillers recientes de Antonio Reina y Carlos Dueñas) y la poesía, dos géneros no tan distantes como pudiera parecer de entrada. Aparte su exitoso La Oca de Toledo (un juego que ancla en los mágicos chakras patrimoniales de la ciudad del Tajo este juego ancestral) y su detectivesca reconstrucción de la fuga de prisión y el refugio en su noche toledana por parte de San Juan de la Cruz (El refugio de la noche oscura), ambos libros firmados por el propio Dévora, su innovadora concepción editora propone, desde el análisis del lenguaje y del alma humana y sus comportamientos, la exploración y el desvelamiento del otro lado de ese espejo, desconcertante y misterioso, que denominamos Realidad. Todos los géneros: narrativa, no ficción, poesía, ensayo, se incluyen en su catálogo. Y en el horizonte próximo, la posibilidad de una revista literaria muy especial.
Juan Rada, Sed de matar (Exterminadores, Serial killers y otros grandes asesinos), Madrid, Universo Oculto ediciones, 2023. ISBN.: 978-84-123578-6-8