<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
viernes. 06.06.2025
TRIBUNA

Los bufidos del Minotauro

Nos encontramos inmersos en crisis ecológicas y sociales de dimensiones colosales que demandarían soluciones urgentes para que no sigamos traspasando, uno tras otro, los puntos de no retorno.
unnamed (6)
Nicolás García Uriburu, Basta de contaminar, Riachuelo, 1999. Fotografía de la acción de denuncia en el Riachuelo, que incluyó un telón de 5 x 10 mts y la coloración de las aguas realizada en colaboración con Greenpeace. Cortesía Azul García Uriburu (*).

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Si el ser humano requiere de la Naturaleza, ella puede prescindir completamente de nosotros. Es pródiga a la hora de brindarnos alimentos y belleza, satisfacer nuestras necesidades básicas –las únicas verdaderas– y alentar la vida de los cinco reinos y sus millones de especies, incluida la que insiste en creerse racional. Pero esto no autoriza a considerarla pura bondad, sustituto material de la ilusión teológica. La Naturaleza no es ni buena ni mala, simplemente es. Y seguirá siendo cuando nosotros –y me refiero al homo sapiens– ya no estemos aquí. La devastación provocada por las agresiones humanas no bastará para aniquilarla. Las que sí se quedarán por el camino son multitudes innumerables de especies (ya están desapareciendo por miles) y, a relativamente corto plazo, la nuestra –que, a pesar de su petulancia, es una más–.

Si el ser humano requiere de la Naturaleza, ella puede prescindir completamente de nosotros

Si no se reacciona ya, ese es el destino que nos aguarda, pues a Gaia la inteligencia le viene a dar lo mismo. Somos nosotros quienes debemos demostrar que sirve de algo. Y será difícil mientras veamos a individuos pagados de sí enorgullecerse de su habilidad para la demolición. Pero su megalomanía tiene los pies de barro. El planeta durará hasta que llegue su hora, que no depende de la voluntad de sus huéspedes. Las tropelías cometidas día tras día tienen más oportunidades de acabar con nosotros que con la Naturaleza.

Aunque la decadencia y ruina de nuestra especie arrastre a millones de otras, habrá supervivientes. Mares y montañas, ríos y valles, tal vez deteriorados o transformados, seguirán ahí, y albergarán vida. Ya cohabitan con nosotros bacterias y arqueas, aptas para subsistir en los ambientes más terroríficos. Y no todos los extremófilos son seres microscópicos o simples. Los tardígrados son micrometazoos, o sea, animalículos pluricelulares, no protistas ni bacterias, más feos que Picio, pero campeones de la poliextremofilia, una suerte de triatlón de resistencia en entornos brutales. Soportan temperaturas de más de 100 ºC y también de -200 ºC, presiones atmosféricas de 6000 atmósferas y radiaciones de 5700 grays. Es casi superfluo añadir que pueden vivir décadas sin agua. Cuando la desmesura humana se estima en condiciones de generar un apagón total, peca gravemente de soberbia. Aun en las peores circunstancias, todo volverá a empezar, solo que quizás no se parecerá a lo que conocemos.

Cuando la desmesura humana se estima en condiciones de generar un apagón total, peca gravemente de soberbia

El problema no es el intento de adaptar la Naturaleza a nuestras necesidades esenciales, ni menos el de protegernos de sus prontos. Los hombres llevan milenios tendiendo puentes sobre abismos, encauzando ríos, horadando túneles, roturando suelos, quemando madera o construyendo diques. El camino se extravía con la sed de riquezas materiales, la furia contra la superficie de la tierra y la hybris extractiva en sus entrañas o el envenenamiento del aire y el agua. Entonces ella sufre, y de rebote los seres vivos –y no en último término nosotros mismos–. La quimera de los combustibles fósiles, el ataque a la capa de ozono, la deforestación de selvas y bosques, la aceleradísima pérdida de suelo fértil por obra y gracia del agrobusiness ponen al planeta al borde de la UCI.

Pero todo eso, con la agravación del cambio climático, el incesante incremento de los gases de efecto invernadero o fenómenos como las lluvias ácidas, recae sobre nuestras espaldas, por más que finjamos no darnos por aludidos. Las sequías y las inundaciones inusitadas son el prólogo del hambre y la desertización, de las migraciones económicas y climáticas. El mar, las playas, los ríos, los bosques o los parques urbanos son testigos mudos de la contaminación debida a nuestros hábitos de producción, consumo y despilfarro desmesurados.  

Se ha definido esta especie de nueva era geológica en la cual nuestra huella ecológica ha pasado a ser actor principal como el antropoceno, que seguiría a un periodo holoceno ya clausurado por nuestra mayoría de edad. Sin embargo, tal etiqueta no parece la más adecuada. Las secuelas de la acción humana solo han comenzado a ser decisivas a partir de la Revolución industrial. Cabría denominar esta oscura época Capitaloceno. La codicia está sumergiendo al orbe bajo toneladas de basura sólida, líquida y gaseosa. Si la avaricia es conocida por su capacidad de romper el saco, mucho más grave es lo que puede hacer con los ecosistemas.

Los bufidos del minotauro, al que adivinamos cara de pocos amigos, resuenan cada vez más cerca

Nos encontramos inmersos en crisis ecológicas y sociales de dimensiones colosales que demandarían soluciones urgentes para que no sigamos traspasando, uno tras otro, los puntos de no retorno. Pero tomar las decisiones necesarias a fin de evitar o al menos paliar la catástrofe es imposible con la actual correlación de fuerzas en los campos político y cultural. Estamos en pleno centro de un intrincado laberinto, sin Ariadna alguna dispuesta a echarnos un cable. Los bufidos del minotauro, al que adivinamos cara de pocos amigos, resuenan cada vez más cerca. Sería cuestión de ir espabilando. Ayer ya era demasiado tarde.

(*) Imagen. Museo Moderno

Los bufidos del Minotauro