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En este tiempo que hay una ofensiva ultraconservadora contra las identidades progresistas, descalificadas por las derechas extremas como woke, es imprescindible clarificar el sentido de las identidades, en particular la feminista, y su interacción multidimensional y relacional para reafirmar una dinámica igualitaria y emancipadora y superar el individualismo abstracto. Este texto trata del proceso de conformación de los sujetos sociales, con la combinación e interseccionalidad de sus identificaciones parciales, junto con el carácter sociopolítico de ciudadanía y el universalista como ser humano. Con similar enfoque, son interesantes las últimas aportaciones del catedrático Daniel Innerarity en El País, “Una defensa de las políticas de identidad” (5/02/2025) y “Contra el antiwokismo” (25/02/2025).
La identidad colectiva, inseparable del sujeto social
La identidad, personal y grupal, es inseparable de la posición social y su experiencia vital y relacional. Los procesos de identificación colectiva, de pertenencia compartida a un grupo social diferenciado, se vinculan con la conformación sociohistórica de los sujetos sociales, siempre en interacción y recomposición. Su configuración y su evolución no dependen solo de la transformación de la subjetividad, las mentalidades y el deseo, sino de la existencia de una voluntad de cambio, junto con el despliegue continuado e interactivo de su práctica social: sociopolítica, económica, cultural, étnico-nacional, de género-sexo. Se trata de superar, de forma realista y multilateral, la dicotomía convencional entre sujeto / objeto o bien necesidad / libertad, sin caer en determinismos ni en voluntarismos.
Por otro lado, la identidad es el resultado del pasado y el presente de la persona, de sus vivencias y relaciones sociales; pero también incorpora sus proyectos e ilusiones que modelan sus comportamientos inmediatos. No tiene razón Sartre cuando afirma que la identidad es solo expresión del pasado y que el futuro es libertad… luego sería conveniente no aferrarse a la identidad para poder ser más libre; es un enfoque individualista que infravalora el vínculo social como condición para la sociabilidad y la propia emancipación. La relación social, si es una relación desigualdad y de dominación / subordinación puede coartar la libertad individual y colectiva e imposibilitar la reciprocidad y el contrato social. Igualmente, la identidad es ambivalente, puede tener componentes positivos y negativos; refleja una pertenencia colectiva y un reconocimiento social de un estatus determinado, pero hay que contextualizar su sentido y su orientación, emancipadores o de subordinación relacional.
La mujer se hace, por su relación social experimentada, pensada y proyectada; no nace, pero tampoco depende solo del futuro y sus ilusiones
En todo caso, lo que somos no nos determina, la identidad no necesariamente es fija ni nos restringe, la vamos cambiando y regula nuestra libertad de acción y pensamiento. Tampoco es acertada la idea de que la identidad se construye hacia adelante, no hacia atrás; se priorizaría el criterio hegeliano, supuestamente inscrito en su ley histórica, del deseo o la aspiración a la plenitud humana (autorrealización) como base de la construcción identitaria. Parafraseando a Simone de Beauvoir, la mujer se hace, por su relación social experimentada, pensada y proyectada; no nace, pero tampoco depende solo del futuro y sus ilusiones. Su identidad forma parte de su devenir real y su interacción colectiva. Prima una perspectiva relacional o social e interactiva.
La combinación de identificaciones
Todo individuo y grupo social tiene diversas identidades, más o menos complementarias, desiguales en su importancia, asimétricas en su combinación y jerarquía interna y variables en su impacto expresivo en cada momento y circunstancia. O sea, se produce una suma, convergencia, equilibrio inestable o integración más o menos coherente de sus identidades, con el despliegue de variadas representaciones, subjetividades y funciones sociales, que no son especialmente identitarias. La identidad recoge los rasgos psicológicos de un individuo o colectividad, pero también las características posicionales y culturales que permiten el autorreconocimiento y el reconocimiento de los demás; es decir, expresa el sentido de pertenencia a un grupo social, hacia dentro y hacia fuera del mismo. Esa actuación prolongada, compartida y reconocida conforma el sujeto social.
Por último, la combinación de distintas identidades parciales, fuertes o débiles, y la expresión de cada combinación de ellas en el tiempo, en cada individuo y grupo social, ofrece unas características identitarias en el sentido más concreto: étnico-nacionales, de sexo/género y clase social, o de grupos específicos con distintas opciones y preferencias. Pero están ligadas a una situación e identificación más general en dos planos diferentes.
Uno, a la pertenencia sociopolítica a una comunidad política, desde el punto de vista de sus derechos y deberes cívicos, independientemente de sus características particulares: es el sentido de una ciudadanía política compartida, que puede ser multinivel, local, nacional o estatal, europea, mundial.
Otro, a la pertenencia a la humanidad, a nuestra especie, como rasgo común de las personas de todo el mundo, con unos derechos humanos fundamentales compartidos por toda la población y una identificación común como ser humano. Y, especialmente, en su ejercicio sociopolítico y cultural según los contextos. No se trata solo de cierto cosmopolitismo y un universalismo ético existente en todas las personas, sino que esos componentes se integran también junto con los demás en la identidad y el carácter del sujeto y pueden tener un mayor o menor impacto en su carácter, su comportamiento y sus aspiraciones.
Por tanto, la combinación en cada individuo y grupo social de esa multiplicidad identificadora, con el peso diferenciado de cada componente, positivo o negativo, según qué procesos, incluidos los más generales de la ciudadanía y la pertenencia humana, ofrece un panorama no estrictamente fragmentado de su identidad, como gran parte de las ciencias sociales asegura; ni tampoco unificado, como otra parte afirma al intentar meter la realidad diversa en supuestas categorías homogeneizadoras, insensibles a esa diversidad. El conjunto de identificaciones asimétricas, por la jerarquización de su importancia o su desarrollo en cada situación particular, configura distintas expresiones unitarias en (des)equilibrios diversos y en transformación.
El significado de la interseccionalidad
El concepto de interseccionalidad apunta a ese análisis, aunque hay que evitar quedarse en una simple descripción o una constatación formalista de la multiplicidad identitaria. Hay que comprender sus interrelaciones internas para explicar su impacto normativo, relacional o sociopolítico, es decir, su configuración como sujeto activo superador de cada actor particular, llámese pueblo, proletariado o movimiento popular de movimientos sociales.
Mi interés es poner el acento en la capacidad articuladora, conformadora o transformadora de los seres humanos y sus relaciones a través de su experiencia vital, multidimensional e interactiva. La sociedad es diversa. Las relaciones sociales, sin reducirlas a relaciones de poder o de dominación, también son ambivalentes; el sentido político o ético de las interacciones humanas expresa la pugna y la colaboración de proyectos individuales y colectivos en procesos relacionales multidimensionales y en diferentes niveles.
Las grandes identidades tradicionales, especialmente las derivadas de las relaciones machistas, la subordinación y precarización popular y los reajustes étnico-nacionales, con sus jerarquías valorativas, están en crisis y cambio
En definitiva, las grandes identidades tradicionales, especialmente las derivadas de las relaciones machistas, la subordinación y precarización popular y los reajustes étnico-nacionales, con sus jerarquías valorativas, están en crisis y cambio. Hay una nueva pugna por su nueva conformación, su interrelación interna y su papel: desde la reacción defensiva y fanática de las anteriores identidades tradicionales, a la reafirmación en identificaciones parciales o fragmentadas. La construcción de nuevas identidades y, sobre todo, de los nuevos equilibrios, personales y grupales, de su heterogeneidad, es lenta e incierta y exige realismo, reconocimiento, tolerancia, negociación, mestizaje y convivencia; en resumen, respeto al pluralismo, capacidad integradora y talante democrático.
Por tanto, hay que superar cierto pensamiento posmoderno, fragmentario e individualista, así como la rigidez unificadora y esencialista de algunas teorías modernas y premodernas, sean asimilacionistas ante la diversidad o prepotentes respecto de las minorías. En ese sentido, la identidad feminista es fundamental para las mujeres, como expresión de su situación específica de discriminación y su demanda de igualdad y emancipación, a integrar con sus otras identidades en una pertenencia diversa y conectada con una identidad cívica, más general, democrática, igualitaria y solidaria, así como en una conducta e interacción prologada de carácter emancipador que constituye la identidad sociopolítica y cultural feminista, más universalista.
Hay que superar la política basada en las emociones o en la simple racionalidad abstracta y, en particular, también un feminismo o una identidad de género solo emocional y/o solo racional
Hay que superar la política basada en las emociones o en la simple racionalidad abstracta y, en particular, también un feminismo o una identidad de género solo emocional y/o solo racional. La posición social y la experiencia relacional y cívica son fundamentales; las condiciones, intereses, trayectorias y necesidades sociales configuran un punto de partida para la emancipación. Los sujetos colectivos, en particular el movimiento feminista, expresan una particular combinación de emociones, razones, estatus social, experiencia relacional y proyectos de vida. La igualdad, la libertad y la solidaridad siguen siendo referencias universalistas y transformadoras.
En definitiva, el sentido del feminismo es combatir el sometimiento de las mujeres, superar su situación impuesta de desigualdad y opresión para que puedan ser personas libres. La situación y la identidad de género mujer conlleva una posición de subordinación derivada de la desigual división sexual del trabajo productivo y reproductivo, público y privado, que el feminismo pretende superar mediante un proceso igualitario y emancipatorio que configura la identidad feminista de las mujeres. Se replantean las feminidades y las masculinidades y su interacción.
La clave del feminismo es conseguir la igualdad de género o entre los géneros, superar las desventajas relativas y la discriminación de las mujeres.
Por tanto, la clave del feminismo es conseguir la igualdad de género o entre los géneros, superar las desventajas relativas y la discriminación de las mujeres. Dicho de otro modo, el objetivo es que la diferenciación de géneros y su construcción sociohistórica no supongan desigualdad real y de derechos y, por tanto, no tengan un peso sustantivo en la distribución y el reconocimiento de estatus y poder.
En ese sentido, se rompen los géneros como funciones sociales desiguales impuestas por el orden establecido, patriarcal capitalista, que se ve favorecido por esa segregación por sexo. Supone un largo y persistente proceso individual y colectivo para superar las profundas causas estructurales y de dominación en que se basan esa segmentación. Igualdad y emancipación están entrelazadas frente a una realidad de género ambivalente.