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lunes. 02.06.2025

Por orden

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EFE/Kai Försterling.

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Lo primero son los muertos. Personas de toda índole que el martes salieron a hacer su vida porque no sabían que era peligroso y porque esa vida, mantenerla, implica obligaciones que, de no cumplirse, tienen graves consecuencias. Por eso la mayoría estaba trabajando; porque una no elige si trabaja: o trabaja o es despedida, o trabaja o no se paga la hipoteca, o trabaja o no se hace la compra, o trabaja o llega la pobreza energética y, con ella, llegan el frío, el hambre, la enfermedad. Lo primero son los muertos y respetarlos en ese salir a hacer la vida, porque ni sabían, ni les dejaron hacer otra cosa.

Lo primero son los muertos y respetarlos en ese salir a hacer la vida, porque ni sabían, ni les dejaron hacer otra cosa

Lo segundo sería preguntarse por qué, si la AEMET ya había avisado del peligro y la excepcionalidad de este fenómeno meteorológico -y está claro que lo hizo, con suficiente antelación-, esas personas no fueron avisadas de que no era seguro vivir como siempre. Me aventuro a decir que al poder le da miedo parar la máquina económica y aquí cabe distinguir dos tipos de poder: el económico, que se alimenta de una lógica de crecimiento constante e insostenible; y el político, que, aun legitimado en las urnas, se ve lastrado por el clientelismo y el dinero del poder económico que lo ha encumbrado. Porque ambos poderes están viciados y no responden a una dinámica de servicio, sino de ejercicio del poder, de imposición de la voluntad y de enriquecimiento sin asunción de responsabilidades ni prevención de riesgos, salvo para el mismo poder. Más claro: porque al modelo capitalista solo le importan los beneficios.

Lo tercero es plantearse cómo contribuimos todas y todos, en nuestra vida diaria, a este modelo. Cómo tratamos a quienes trabajan con nosotras, a nuestro cargo o en nuestra dirección; cómo consumimos, dónde y qué elegimos comprar; dónde elegimos educar a nuestros hijos e hijas. Qué votamos. Y así una larga lista de decisiones cotidianas que, habitualmente, nos parecen poco importantes, pero que configuran el mundo en que vivimos. Porque las empresas que no cerraron el día de los aluviones de agua, o no estaban informadas o, si lo estuvieron o cuando lo estuvieran, tomaron en muchos casos decisiones en las que sus trabajadores no eran la prioridad. Está en nuestra mano de consumidores seguir sosteniendo esas empresas o presionarlas para que cambien esos protocolos que no ponen la vida en el centro.

Es nuestra obligación estar informados y no quedarnos en los falsos dilemas, los bulos, y las frases bonitas pero simplistas

Lo cuarto es nuestra obligación de estar informados y no quedarnos en los falsos dilemas, los bulos, y las frases bonitas pero excesivamente simplistas. Está calando en redes sociales esto de que sólo el pueblo salva al pueblo. En primer lugar, en muchos de los vídeos en los que se introduce esta máxima o su espíritu, se habla del Estado como si se identificara con el Gobierno de la nación, lo cual es falso. El Estado está formado por múltiples instituciones, jerarquizadas y con una serie de competencias que deben asumir, en el orden y espacio adecuado, para ser eficientes, eficaces y no detentar unos el legítimo poder de los otros. Por eso el Gobierno central no puede pasar por encima de Mazón, lo cual tendría terribles consecuencias para nuestra conciencia del sistema democrático, socavando el derecho que nos hemos dado a nosotros mismos. No se trata de desconfiar sistemáticamente de las instituciones isistrativas, de los medios de información, de los cuerpos de seguridad o de emergencias, sino de sacar de la ecuación a quienes no saben gestionarlas o lo hacen con actitud depredadora, a cualquier nivel de responsabilidad.

Por eso hay que tratar de no caer en la tentación del scroll de vídeos de voluntarios superados de forma muy comprensible por las circunstancias; de difamadores y conspiranoicos antisistema; de negacionistas de la evidencia científica; de personas que pueden no entender todas las motivaciones de algunas medidas que a priori parecen controvertidas, como la limitación y coordinación del voluntariado, probablemente para protegerlos de un ambiente insalubre para el que no pueden no estar preparados. Quienes ven una mano negra detrás de todo o difunden esa imagen curiosamente nos consuelan, porque eso nos deja al margen de cualquier responsabilidad, pasada, presente o futura. Quién puede hacer nada contra la oscuridad sin rostro.

Lo quinto es la esperanza. Todos esos actos de solidaridad en forma de trabajo desinteresado, de productos necesarios para la higiene, de alimentos y agua que se están recogiendo por toda España, de personas que arriesgaron su seguridad u ofrecieron sus hogares. Lo quinto es la vida de los supervivientes y sus necesidades físicas, psicológicas y económicas; las ayudas no pueden de nuevo estancarse. Lo quinto necesita de todo lo anterior: del respeto a los fallecidos para que todo lo que se restaure, reconstruya o aliente se haga sobre la conciencia de que sus vidas importan y de que las vidas que vendrán necesitan de esta memoria; de que los responsables de no avisar a tiempo y istrar la respuesta al desastre tan negligentemente sean apartados de sus puestos y respondan ante la justicia; de nuestro ejercicio como ciudadanas informadas, para no sucumbir a la desinformación, a la rabia dirigida siempre en el mismo sentido torticero de lo patriótico, al enfrentamiento partidista y desleal con ese pueblo al que se dice querer representar.

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