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miércoles. 28.05.2025

De espaldas a un futuro inquietante

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Imagen de Ismael Herrero. (Foto cedida por la Agencia EFE)

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En un viaje de trabajo reciente, coincidente con la tragedia que asola Valencia en estos tristes días, coincidí con compañeros y compañeras de aquella provincia. La gente del Mediterráneo estamos acostumbrados a hablar de las gotas frías, de las lluvias torrenciales y de sus efectos, pero vivimos de espaldas a esos ríos y ramblas que de repente crecen de la nada al infinito, desbordan sus cauces y arrasan con lo que se encuentran. En realidad, vivimos de espaldas a un futuro inquietante, negándolo con cada vez más insistencia. Nos negamos a creer que, subidos a las ilusiones rutilantes de la Ilustración, ningún futuro será peor que el presente.

La historia posiblemente nos habla, si supiéramos o quisiéramos leerla sin prejuicios, de periodos históricos condicionados por los cambios de la naturaleza, de retrocesos en el desarrollo humano que pueden durar cientos de años. Pensemos en “Plagas y pueblos” de McNeill, o de “El fatal destino de Roma: cambio climático y enfermedad en el fin de un imperio", de Harper, por citar solo dos obras que están influyendo en las líneas de investigación actual. Seguramente, se argumentará, el género humano ha dado muestras también de su capacidad de destrucción, de errar continuamente, de tomar malas decisiones.

La destrucción provocada por la gota fría en Valencia está dando alas a los que cuestionan que las istraciones puedan actuar eficazmente contra catástrofes

Vivimos además tiempos de impugnación de valores cimentados sobre las ruinas de la Europa de la postguerra mundial. El apoyo a las democracias liberales se está desmoronando allí donde siempre fue mayoritario, la confianza en el estado como proveedor de servicios y protección está cada vez más erosionada. La destrucción provocada por la gota fría en Valencia está dando alas a los que cuestionan que las istraciones públicas puedan actuar eficazmente contra catástrofes de una magnitud desconocida. El rechazo a cualquier capacidad de dirección del estado sobre la economía, la expansión del mercado a actividades anteriormente prestadas directamente por aquel, la desconfianza absoluta en los agentes políticos, y su renuncia a políticas de largo alcance más allá de los escrutinios electorales cada cuatro años, nos está llevando a la inoperancia social y al deterioro progresivo, cada vez más perceptible, de todo aquello que nos enorgullece como nación.  A cambio, como escribiera Eco en “Contra el fascismo” considera el más vulgar de los privilegios de los individuos: haber nacido en el mismo país. Las redes sociales, el populismo de derechas, la irresponsabilidad de diversos medios de comunicación que alimentan la confrontación sobre la negociación y el diálogo, está detrás del irracionalismo, del rechazo del método científico, de la desconfianza en la acción directiva de los poderes públicos.

La magnitud del desastre, inimaginable durante su desarrollo, y su respuesta, con algunos errores clamorosos, ha alentado de nuevo la bestia que llevamos dentro que, desatada, transmite desesperación, duda sobre la eticidad de los actos humanos, cuestiona la capacidad de respuesta de los actores, humanos y organizativos, que tienen como competencia luchar contra los desastres naturales y paliar sus consecuencias.

Toda la basura que emerge desde el anonimato de las redes sociales y desde determinados medios de comunicación, socava la confianza en la democracia y en la gestión de lo colectivo, emergiendo la idea de que el estado es inservible, incapaz de proteger la vida de su ciudadanía. Lo que antes eran errores cometidos en situaciones inéditas y descomunales ante los que prevalecía la unidad de acción y la solidaridad, ahora son un campo de batalla, en el que germinan las más detestables teorías de la conspiración y crecen los antisistemas herederos de las ideologías fascistas del siglo XX. El PP no tiene nada que ganar con declaraciones como las de Feijóo cuestionando en tiempo y forma equivocada la actuación del Gobierno Central, lo quiera itir o no. Más prudente ha sido Mazón, que ni aspira al gobierno de la nación ni tiene que aparentar ser hombre de estado.

Llegado a este punto, tengo que recordar que estuve dos días con compañeros de Valencia, que me explicaron que lo primero que hizo el gobierno valenciano de Mazón fue eliminar la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE). En realidad, no es extraño que lo hiciera. Lo raro era que Ximo Puig la creara, o que Zapatero en una decisión de rara avis de la política del Siglo XXI pusiera en marcha la Unidad Militar de Emergencias (UME). Desde el Consenso de Washington, o desde que Thatcher dijera que no existe la sociedad, existen los individuos, imaginar el futuro desde una perspectiva estatal perdió todo sentido. Cualquier intención de dirigir la economía o la sociedad para conseguir unos objetivos, aunque estos sean plenamente democráticos y deseables, es totalitarismo. Los gobiernos abjuraron de cualquier tipo de planificación. Se trata de mantener en pie unos servicios sociosanitarios y educativos suficientes para no provocar estallidos sociales. Todo lo demás era prescindible. El problema es conjugar ese estado mínimo con las exigencias de la Agenda 2030, por ejemplo.

Esto no es culpa de Mazón o de Sánchez, es de una forma de organizar la economía y la sociedad que antepone lo individual a lo colectivo

De la experiencia de la tragedia de Valencia aprenderemos mucho y haremos poco o nada. Concluiremos que las medidas adoptadas contra el cambio climático son generalmente cosméticas, que no hay ningún gobierno con capacidad de actuar que lo quiera hacer, que la agenda neoliberal constriñe las actuaciones de los gobiernos que realmente quieran ser ejecutivos, y no meros gestores de los designios del llamado Mercado. En pocas palabras, que esto no es culpa de Mazón o de Sánchez, es de una forma de organizar la economía y la sociedad que antepone lo individual a lo colectivo. Estoy convencido que la tragedia provocada por la DANA servirá para alimentar aún más a la serpiente y a su camada que expande la idea de que el hombre es un lobo para el hombre.

Hace unos años las cosas hubieran sido diferentes. Hubiera existido un clamor social a favor de profundizar en la mejora de los servicios que prestan los distintos niveles de Protección Civil, lo que redundaría, al menos, en un menor número de muertos y heridos en caso de catástrofes de este tipo. Eso antes, ahora lo que se divulga es la objeción a pagar impuestos porque estos son malgastados, o robados, por la clase política y no servirán para organizar un sistema eficaz de protección civil.

Los compañeras y compañeros valencianos con los que estuve desde el lunes, son defensores de lo público, gente de izquierdas que creen en lo colectivo y en la actuación ejecutiva de las istraciones públicas para favorecer sociedades más igualitarias, inclusivas y amables. Hemos hablado muchas veces, con cierta amargura, que los bosques arden o se secan, que las aguas están contaminadas, que no se adoptan medidas para el cambio climático que se acelera, que los gobiernos, central, autonómicos y locales, viven suspirando para que durante su gobernanza no ocurran tragedias tan inabordables como la de Valencia. Mientras tanto van laminando derechos y sistemas de protección ciudadana, gestionando lo que hay con recursos menguantes. Y no se percibe un cambio: el horizonte tiene cada vez más nubarrones y menos certezas.

De espaldas a un futuro inquietante