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Aleix Sales | @Aleix_Sales

La hibridación entre documental y ficción ha dado pie a numerosas posibilidades narrativas a lo largo de la vasta historia del cine, estableciendo siempre un juego con el espectador con el que plantear qué es lo verdaderamente genuino de las imágenes y situaciones que se representan en pantalla y qué ha sido deliberadamente motivado para servir a las necesidades dramáticas del film. La línea entre la realidad y la ficción es fina y el hecho que el público trate de trazarla desde los tiempos de Nanook, el esquimal (Robert J. Flaherty, 1922) da muy buena fe de la efectividad de este dispositivo tan lleno de misterio como de verdad.
Hay mucho mimo, respeto y nada de condescendencia en La flor del Burití, con lo cual todos aquellos ávidos de conocer otras realidades pueden trepar tranquilos y seguros por este bello árbol ancestral
Siguiendo el camino que otros cineastas iberoamericanos han planteado en distintos puntos de sus filmografías como Ciro Guerra o Jayro Bustamante, siempre con Werner Herzog como faro que marca el camino, los portugueses João Salaviza y Renée Nader Messora se sumergen en la comunidad de los Krahô, ubicados en el oeste central brasileño. En la misma línea que su film precedente conjunto, El canto de la selva (2018), la dupla de cineastas firman una obra con alto valor etnográfico visto desde el seno de la comunidad en cuestión, y no desde un punto de vista externo, al cual cabe sumarle un valor transversal al abarcar distintas generaciones con las que exponer, con mayor o menor sutileza –es en el tramo final de la película donde se llega a lo explicito-, los diferentes abusos a los que se ha enfrentado este pueblo desde que empezara la salvaje colonización europea en el siglo XV.
Nos encontramos, pues, ante un retrato muy naturalista de una pequeña y desconocida parte del mundo que, frente a la globalización, lucha por mantenerse fiel y arraigada a su estructura y cultura. Asimismo, funciona como ejemplo de resistencia ante un poder opresor homogeneizador que abarca desde los primeros genocidios hasta el mandato de un terrorista de lo ecológico como Jair Bolsonaro. La capacidad de sacar a la luz esta comunidad y ponerla en relación a su historia es el gran hallazgo de un film más que interesante en su descripción pero que no reinventa nada respecto a otros referentes precedentes y al que un recorte en el montaje le favorecería para no recrearse en vano en muchas situaciones que aletargan su ritmo. A pesar de ello, hay mucho mimo, respeto y nada de condescendencia en La flor del Burití, con lo cual todos aquellos ávidos de conocer otras realidades pueden trepar tranquilos y seguros por este bello árbol ancestral.