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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda

Los avatares de la traición se entremezclan en aclaraciones que salvaguardan la presencia de un héroe inefable. Hanno es el subrogante de su padre Máximus (Russell Crowe en la película Gladiador), típico representante de la perfección, indeclinable valor funcional a filmes de aventuras y entretenimiento que traducen la historia a imágenes ideales. Hanno (Paul Mescal) es tomado por esclavo y forzado a convertirse en gladiador, el tiempo develará su real identidad; Roma deberá ser liberada de los tiranos.
La venganza anida en las ansias, rápidamente pasa a transformase en uno de los temas centrales. El paso del tiempo sacrifica asperezas para subordinarlas a intereses más caros a la acción de un héroe que cultiva la perfección sin saberlo. Consabida receta hollywoodense al servicio de un entretenimiento que funciona en medio de constantes luchas y batallas; maravilloso despliegue de imágenes que resucita las superproducciones de antaño.
El mal y la mezquindad adscriben a un trípode que asigna la perversidad a un estilo yacente en la degradación como oportunidad. Buena actuación de Denzel Washington; Macrinus se ofrece como variante, entronca en la resolución, pareja de posibles a partir de la adversidad, los trayectos del esclavo en clave de cruce de caminos. El hijo de Maximus hará honor a su ascendencia, la sangre azul triunfa, aunque no siempre, los emperadores Geta y Caracalla, teniendo todo a su favor, adolecen de la inteligencia y sensibilidad necesarias para congeniar con su pueblo.
El honor es fantasía difícil de asir; los dioses son refugio, sustento que alimenta la necesidad de argumentaciones contundentes
El honor es un componente del descuido, grieta que irrumpe ante la homogeneidad de un sistema necesitado de reafirmación popular. Hanno solventa una imagen ejemplar, “fuerza y honor” es la consigna, la adversidad jamás apela a los privilegios del origen. Macrinus es la laboriosidad del pasado sumida en una suerte de perseverancia destinada al ascenso con ayuda del dinero y la violencia; su inteligencia maquiavélica, cobijada en las desmedidas ambiciones de poder, neutraliza rispideces carentes del menor sentido de realidad. Caracalla y Geta experimentan la incondicional omnipotencia, resultado de un legado sin garantías. El poder sucumbe en la ausencia de espacios diagramados, lo siniestro hace gala de políticas que trascienden mentalidades infantiles. El honor es fantasía difícil de asir; los dioses son refugio, sustento que alimenta la necesidad de argumentaciones contundentes.
Al final, todo remite a la creencia de la archiconocida contienda entre el bien y el mal; el honor es mezcla de resistencia, persistencia y sangre azul; reconocimiento de una sabiduría interpretada por las masas. Lucius Verus ya era la dignidad en la piel de Hanno, su moral lo habilita a convertirse en líder con aspiraciones de libertador, mientras Macrius, su contraparte, se adueña de la escena para abrirse paso entre las arbitrariedades y el engaño. La barbarie se desplaza, asume intenciones y presencia en los humanos sin importar el legado patricio al que adscriban. Siempre queda la esperanza en el rebrote del acto civilizado cimentado en la “cordura” de acciones violentas necesarias. Lucius es la semilla que germina en valores romanos asumidos en el tiempo, la generosidad de la buena estirpe, el salvador de una clase social destinada a codearse con el poder de manera legítima. Mácrinus será vencido, “el bien” siempre triunfa.
La traición articula un conjunto de mojones, ejecuta virajes diversos en la trama; aclaraciones en progreso que van desenredando la madeja de intrigas imperiales. Aunque los posicionamientos resuenen un tanto forzados y banales, facilistas e inherentes a este tipo de producciones, suelen intentar resoluciones graduales tendientes al aumento de la tensión y el progreso del relato, el abrupto descubrimiento se inserta cual palanca de cara al desarrollo de la trama. Hanno es Lucius; pero no muy convencido al principio, su identificación emergerá de intercambios poco convincentes con Lucila, quien, con poco esfuerzo, logrará persuadirlo de su participación en el linaje.
La deslealtad transita gradaciones que la vuelven en mayor o menor medida aceptable. Es el motor de cambios, que sostienen la posibilidad de un desenlace armonioso, por fuera de rivalidades personales extremas cimentadas en modelos opuestos, alternativas que alimentan la ambición en grado sumo al resarcir falsos estereotipos acordes al origen de clase. Lucius ambiciona la justicia para su pueblo, Mácrinus quiere el mayor poder personal para sí. Patricios y plebeyos se entrecruzan en salvaguarda a la promoción de idiosincracias morales incluyentes. Pueden ser tan justos como injustos, según las circunstancias del destino lo deparen. Lucius, bárbaro y patricio, la escala social brinda oportunidades al azar, su captura aporta a esclarecer identidades, su moral nunca cambió. Mácrinus, originariamente bárbaro, logró su ascenso en la traición. Los emperadores, Geta y Caracalla, ambicionan la gloria a cualquier precio. Los valores no dependen del linaje, son hijos de circunstancias extremas; la necesidad, la gloria y el poder contaminan el ejercicio de las pasiones, ponen a prueba la guía hacia un resultado imprevisible desligado de apriorismos culturales.
Ridley Scott se caracteriza por violar la historia de forma permanente, ya lo hizo en Gladiador (2000), El reino de los cielos (2005), Napoleón (2023), ahora en Gladiador II (2024) y, seguramente, lo seguirá haciendo en aras de su legítima licencia creativa. No olvidar que el cine es ficción, no somos invitados a una clase acerca de los “hechos fidedignos” del pasado, sino a un evento recreativo que, con mucha suerte, puede aportar insumos a la profunda reflexión.
Paul Mescal interpreta a Lucius Verus, inicialmente presentado como Hanno, cuando su identidad aún no había sido rebelada. Las investigaciones históricas han determinado su deceso en la juventud, lo cual nos indica que no podría haber vivido los eventos tratados en el filme. La invasión a Numidia no concuerda con los datos oficiales que la dan como provincia romana conquistada varios siglos antes del momento en que se desarrolla la acción.
Otro punto en discusión es la posibilidad de una reproducción de la batalla de Salamina en el Coliseo, la presencia de tiburones es algo no comprobado y difícil de creer por los necesarios requerimientos para la conservación y manutención de depredadores tan peligrosos.
La cinta sabe istrar las intrigas durante 148 minutos donde la atención no decae un instante
No obstante, la recreación entretiene con un guion matizado, jamás decae la tensión; la expectativa se adereza con permanentes duelos y contiendas; la cinta sabe istrar las intrigas durante 148 minutos donde la atención no decae un instante.
La puesta en escena sesga aspectos que aumentan el realismo, facilita la comprensión en mínimos detalles. La destrucción de los remos irrumpe entre las especificidades que participan de un montaje preciso y clarificador; los eventos se suceden en necesaria correlación a la retina de la audiencia. Las imágenes lo dicen todo en su justa medida y momento, son concisas. Los excesos diagraman una lucha que evade explicaciones grandilocuentes e intensos momentos gore. La sangre brota en fracciones de segundo, el tiempo apremia, la batalla no puede detenerse en detalles que no aporten al relato más allá de señalamientos de una violencia asumida, acorde a una reconstrucción de época no ajena a públicos ávidos de acción y aventuras. Ridley Scott vuelve con todo, un espectáculo a pedir de boca para los apasionados del género.