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Vicente I. Sánchez | @Snchez1Godotx
No es fácil abordar una obra tan profunda y emocional como Los nuestros, no solo por la complejidad y hondura de su narrativa, sino porque supone una auténtica bofetada moral para el espectador. Escribo estas líneas con cierta timidez, un día después de haber visto esta magnífica propuesta, escrita y dirigida por Lucía Carballal, que posiblemente sea una de las piezas más potentes y sorprendentes que ofrece el Centro Dramático Nacional esta temporada.
Sobre el papel, Los nuestros narra la historia de una familia de origen sefardí que se reúne en Madrid tras el reciente fallecimiento de la abuela. Siguiendo la tradición judía, celebran el avelut, un período de luto de siete días en el que la familia se aparta del mundo para vivir su duelo y honrar a su ser querido. Sin embargo, la obra trasciende el simple recuerdo de la abuela, quien simboliza el legado sefardí, una comunidad silenciada y olvidada en la historia de España. A través de esta historia, la pieza invita a una profunda reflexión sobre el significado de la familia y los lazos que nos unen.
Los nuestros es una obra de una belleza conmovedora, capaz de desestabilizar al espectador y recordarnos la grandeza del teatro. Imprescindible
"En Tánger ya no queda nada", le dice el hijo (Miki Esparbé) a su madre (Mona Martínez), recordándole que ese pasado sefardí que ella busca ya no existe. La única realidad que la familia debe afrontar es si su vínculo sigue teniendo vigencia, planteando cuestiones tan tangibles como la decisión de tener hijos o no.
¿Qué es la familia? Esta es la gran pregunta que impregna Los nuestros y con la que Lucía Carballal nos sumerge en un viaje de intensa belleza emocional. La obra ofrece múltiples respuestas: desde una visión nihilista y pragmática, que sostiene que la familia surgió para que el Estado no tuviera que hacerse cargo de los mayores y enfermos, hasta perspectivas más éticas, que la conciben como un lazo basado en el amor y el respeto a lo largo del tiempo. También se plantean enfoques más ligeros, que reducen su papel al simple hecho de ver a los hijos actuar y bailar, animándolos desde las gradas. Todas estas visiones son válidas, pero también insuficientes.
Lucía Carballal, a quien recientemente pudimos ver en el Centro Dramático Nacional con Los pálidos, nos habla de las heridas que arrastramos y de cómo el legado familiar puede convertirse en una carga. Así, sobre los hombros de esta familia sefardí, cuya madre odia a los Reyes Católicos y su pomposa tumba en la catedral de Granada, pesa el mismo peso que sobre cualquier otra familia. A pesar de que algunos de sus se sienten "judíos avergonzados", en su intento de normalidad inscriben a los niños en festivales internacionales de danza en Ávila o los hacen interpretar ángeles en belenes navideños. Son muchas las formas de alcanzar la normalidad, pero Carballal consigue que estas inseguridades sean universales y que no haya finales dulces posibles. En este sentido, resulta particularmente inteligente la presentación de cuatro o cinco desenlaces distintos, todos válidos y posibles.
Uno de los grandes aciertos de la obra es su reparto, encabezado por los espléndidos Mona Martínez, Manuela Paso, Marina Fantini y Gon Ramos, quienes construyen un mosaico de gran belleza y profundidad emocional
Los nuestros es una obra valiente y libre, creada por una autora talentosa que ha construido un auténtico monstruo narrativo. Carballal juega con la identidad y la herencia recibida, cuestionando la utilidad de las tradiciones en una sociedad donde el individualismo lo devora todo y uniformiza la vida, por más que religión y sueños sigan siendo espacios de libertad. Esto se ve reflejado en la pareja protagonista, interpretada por Miki Esparbé y Ana Polvorosa, que sueñan con un jardín donde crece un roble centenario, aunque, como se nos recuerda, ha sido trasplantado.
Uno de los grandes aciertos de la obra es su reparto, encabezado por los espléndidos Miki Esparbé, Ana Polvorosa, Mona Martínez, Manuela Paso, Marina Fantini y Gon Ramos, quienes construyen un mosaico de gran belleza y profundidad emocional. La historia alcanza momentos de altísima intensidad narrativa, como cuando Marina Fantini, que interpreta a una prima lejana que vive en Israel, expresa su sentir ante la situación de su país. Sin entrar en detalles sobre la masacre en Gaza en nombre de su pueblo, su testimonio, desde la perspectiva más íntima, detiene la obra por unos instantes y eleva la tensión hasta un punto álgido. Todo se quiebra en un golpe directo y muy inteligente al espectador.
Esa misma inteligencia se percibe en la escenografía diseñada por Pablo Chaves, que sitúa a los espectadores alrededor del escenario para convertirlos en testigos de la fractura de esta familia. En el centro, una especie de torre repleta de recuerdos y objetos, como un tótem que domina el espacio, simboliza el peso del legado y la tradición en sus vidas.
Los nuestros es una obra valiente y libre, creada por una autora talentosa que ha construido un auténtico monstruo narrativo
En definitiva, Los nuestros es una obra de una belleza conmovedora, capaz de desestabilizar al espectador y recordarnos la grandeza del teatro. Imprescindible.
Puede verse hasta el 6 de abril en el Teatro Valle-Inclán, Centro Dramático Nacional.
