<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
sábado. 24.05.2025
TRIBUNA POLÍTICA

¿Qué tiene usted en común con Elon Musk?

El fenómeno Trump representa una forma muy plástica de un ciclo ascendente de vertebración estructural del neoliberalismo en una inmersión autoritaria que trasciende a la caricatura de una individualidad soberbia y alocada.

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Iván, el personaje de “Los hermanos Karamazov” de Dostoyevski, inventa la parábola del Gran Inquisidor: Jesucristo vuelve a este mundo y aparece en la España del siglo XVI. El Gran Inquisidor ordena inmediatamente su detención y lo acusa de rechazar en nombre de la libertad los dones que el diablo ha hecho a los hombres: pan, maravillas y autoridad. Este rechazo sería causa de todo el sufrimiento de la humanidad. Ante Jesucristo, el Gran Inquisidor se presenta a sí mismo como el Anticristo: con su ayuda, el hombre podrá ser feliz en este mundo. Jesucristo calla, besa en la boca al Gran Inquisidor y se va.

Orwell predijo que la posibilidad de que un gobierno despótico fuera llamado “democrático” y una elección dirigida “libre”, llegaría a ser una forma lingüística -y política- familiar

Dostoyevski nos muestra como la decadencia de una civilización se manifiesta siempre en la transfiguración morbosa y torticera de la realidad: el diablo concede dones que evitan el sufrimiento de la humanidad y el Anticristo es su enviado para hacer felices a los hombres. Ello supone una nietzscheana transmutación de valores. El capitalismo tecnológico, especulativo, singularizado en una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia, ha conseguido hacer realidad el vaticinio del padre del neoliberalismo Milton Friedman que apelaba a la voluntad de conseguir que lo políticamente imposible fuera políticamente inevitable.

Toda esta revalorización de las propuestas fascistas, en sentido estricto como ideología y cosmovisión social, se vertebra desde la posverdad, el resultado es la aparición del conocido lenguaje orweliano: “paz es guerra” y “guerra es paz”, etc. (ya saben, Orwell, el autor de 1984, novela en la que crea el concepto de “gran hermano” que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia). Y este lenguaje no resulta menos orweliano si las contradicciones no se hacen explícitas en la frase, sino que se encierran en el sustantivo. Orwell predijo que la posibilidad de que un gobierno despótico fuera llamado “democrático” y una elección dirigida “libre”, llegaría a ser una forma lingüística -y política- familiar. Se trata de consagrar mediante el lenguaje el que las decisiones sobre la vida y la muerte, sobre la seguridad personal, se tomen en lugares sobre los que los individuos no tienen control. Como afirmaba François Perroux, la esclavitud está determinada “no por la obediencia, ni por la rudeza del trabajo, sino por el estatus de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa”.

El capitalismo tecnológico, especulativo, singularizado en una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia, ha conseguido hacer realidad el vaticinio del padre del neoliberalismo Milton Friedman 

El neofascismo que se va imponiendo concibe al ciudadano siempre como instrumento de intereses muy ajenos a su propia realidad vital y social y, como consecuencia, destinado a la terapéutica de Las democracias son hoy débiles porque el capitalismo ya nos la necesita y las ha superado, los billonarios dominan el mundo porque se han encargado de ridiculizar y abolir los valores, la ética y las actitudes cívicas.

El fenómeno Trump representa una forma muy plástica de un ciclo ascendente de vertebración estructural del neoliberalismo en una inmersión autoritaria que trasciende a la caricatura de una individualidad soberbia y alocada. La novedad del neofascismo de hogaño en comparación con el de las primeras décadas del siglo XX se enmarca en los referentes ideológicos. El fascismo como una determinada corriente ontopolítica del pasado siglo tiene sus antecedentes ideológicos en las confluencias con las filosofías de Nietzsche, Sorel, Mosca, Pareto, Michels, Le Bon y, sobre todo, Spengler.

El neofascismo que se va imponiendo concibe al ciudadano siempre como instrumento de intereses muy ajenos a su propia realidad vital y social y, como consecuencia, destinado a la terapéutica de la posverdad

Hoy los creadores ideológicos son los billonarios de Silicon Valley y su control de las redes sociales fomentadoras de la posverdad.

La democracia decae cuando el Estado se convierte en el instrumento de intereses privados muy definidos. Sobre la oligarquía tecnológica su tendencia autoritaria ya lo intuyó Herbert Marcuse hace casi setenta años cuando afirmaba que la sola idea de una civilización no represiva, concebida como posibilidad real en la civilización establecida parece frívola. Inclusive si uno ite esta posibilidad en un terreno teórico, como consecuencia de los logros de la ciencia y la técnica, debe tener en cuenta el hecho de que estos mismos logros están siendo usados para el propósito contrario, o sea: para servir los intereses de la dominación continua. La gran hazaña del capitalismo posmoderno ha sido la capacidad persuasiva de conseguir que la gente acepte aquello que la destruye. Ello conduce a lo que afirmaba Noam Chomsky de que entre las características de los estados fallidos figura el que no protegen a sus ciudadanos de la violencia –y tal vez incluso la destrucción- o que quienes toman las decisiones otorgan a esas inquietudes –de los ciudadanos- una prioridad inferior a la del poder y la riqueza a corto plazo de los sectores dominantes.

El fascismo adquiere su fuerza por algo ajeno a él, la debilidad de los otros. Las democracias son hoy débiles porque el capitalismo ya nos la necesita y las ha superado, los billonarios dominan el mundo

El más destacado filósofo social norteamericano del siglo XX, John Dewey, concluyó que “la política es la sombra que proyecta la gran empresa sobre la sociedad” y seguirá siéndolo mientras el poder resida en “la empresa para el beneficio privado a través del control privado de la banca, la tierra y la industria, reforzado por el dominio de la prensa, las agencias de noticias y otros medios de publicidad y propaganda.” Ya sentenció Bertrand Russell que la propiedad privada solo era aceptable si no se convertía en poder político. Por su parte, Veblen señaló hace tiempo que uno de los cometidos primordiales de la propaganda empresarial es la “fabricación de consumidores”, un mecanismo que ayuda a inducir “todos los síntomas clásicos del totalitarismo: atomización, apatía política e irracionalidad, el vaciado y la banalización de los procesos políticos supuestamente democráticos. 

¿Qué tiene usted en común con Elon Musk?