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viernes. 23.05.2025
ANÁLISIS ECONÓMICO

Las negociaciones arancelarias y la salida del laberinto

Las medidas arancelarias de Trump violan reglas comerciales internacionales que llevaban décadas en vigor, deshacen acuerdos que habían tardado años en negociarse y ningunean la autoridad de la Organización Mundial de Comercio.

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A Trump le han bastado los 100 primeros días de mandato para poner el mundo patas arriba. Tal machada se explica por su irresponsable ejercicio del poder en el contexto de la crisis multidimensional que caracteriza esta última fase de decaimiento del orden liberal que ha regido el mundo en los últimos 80 años. 

Extraña la vertiginosidad de los acontecimientos, pero no hubo sorpresas sustanciales, nada que no se pudiera deducir de la primera presidencia de Trump (2016-2020) o de la campaña electoral que le aupó a su segundo mandato presidencial.

El gran superávit comercial de China con EEUU y la dependencia del aparato productivo de EEUU respecto a materias primas estratégicas permitirán que China encaje mejor que EEUU las nuevas tasas arancelarias

los conflictos comerciales.

  1. El acuerdo arancelario entre EEUU y Reino Unido 
  2. El preacuerdo o trato arancelario entre EEUU y China 
  3. Más allá de la sombra de los acuerdos arancelarios en curso

El impacto de la avalancha de amenazas, órdenes ejecutivas y pasos adelante y atrás fue tan grave como inesperado. Sembrar el caos está en la naturaleza de la actuación de Trump, pero no es un objetivo de su acción política. La prueba está en que ante las caóticas consecuencias provocadas por la ola arancelaria anunciada el 2 de abril, al que bautizó con estúpido ingenio como “Día de la Liberación”, rectificó y ordenó una pausa de 90 días en su aplicación, hasta el 8 de julio, para negociar nuevos aranceles mientras mantiene una tasa mínima cuasiuniversal del 10% como hito y advertencia.

No fue la reacción de los países afectados la que forzó esa pausa arancelaria, sino las presiones de los mercados bursátiles, sus oligarcas y las organizaciones patronales estadounidenses. Trump acertó al encajar esas presiones y transformarlas en tregua negociadora que mitiga la incertidumbre y los problemas creados por su decisión. Se ha visto obligado a negociar y redimensionar a la baja sus aranceles, pero no es un presidente derrotado. Cuenta con 4 años por delante y seguirá dando mucha guerra. 

La pretensión de levantar un muro arancelario no responde a una pulsión aislacionista ni a un plan para desentenderse de los problemas que genera el desmoronamiento del orden mundial, sino todo lo contrario, su pretensión es reforzar la posición de EEUU en la construcción de un nuevo orden mundial en el que los intereses estadounidenses estén a salvo de las presiones que puedan ejercer socios y rivales.

Lo sucedido con los aranceles ilumina un escenario global de confrontación en el que se dirime, además de un nuevo régimen comercial internacional por definir, el nuevo modelo de orden mundial que sustentará las relaciones de poder internacionales. Aunque aún es prematuro, porque hace falta más tiempo para que las decisiones tomadas y las negociaciones en marcha aclaren el panorama, ya se puede echar una primera mirada precavida sobre los dos acuerdos arancelarios alcanzados hasta ahora, sin que la propaganda y el ruido nublen la vista o ahoguen toda posibilidad de análisis.

El acuerdo arancelario entre EEUU y Reino Unido 

Mientras EEUU sigue negociando, bilateralmente y a la carta (en función de las contrapartidas que ofrece a cambio cada país interlocutor) recortes arancelarios, Trump celebró el pasado 8 de mayo su primer triunfo: un acuerdo arancelario con el RU que, en lo fundamental, sirve de farfolla a la propaganda trumpista. Y poco más, porque su influencia en la cuantía total del intercambio comercial de bienes entre ambos países o en sus respectivos saldos comerciales será muy pequeña. 

La mayoría de los productos británicos soportará el arancel universal del 10% anunciado a principios de abril, muy por encima de la tasa media existente en 2024, pero RU consigue reducir hasta el 10% las tasas del 25% que afectaban al aluminio o el acero y a los primeros 100.000 coches británicos exportados a EEUU, cantidad que coincide con los vendidos en 2024. 

EEUU obtiene el al mercado británico para el etanol, la carne vacuna y algunos productos agrícolas, gracias a un vago compromiso de someterse a las normas sanitarias vigentes en el RU, y un mejor tratamiento de sus productos industriales exportados a RU, sin concretar en qué consistirá esa mejora, salvo la reducción al 2,5% del arancel aplicado a los coches estadounidenses al entrar en el mercado británico. 

Por lo visto en el mínimo resumen anterior, no se trata tanto de un acuerdo comercial como de un impreciso marco de relaciones arancelarias con pequeñas consecuencias económicas. ¿Por qué tanta prisa en publicitar el acuerdo? ¿Qué ganan ambas partes?

Trump consagra el 10% como tope mínimo de sus rebajas arancelaria, regala a su público un ejemplo de la utilidad de su método negociador y dicta una lección al mundo sobre la conveniencia de aceptar su chantaje y encajar algunos costes para evitar los grandes riesgos de iniciar una confrontación que puede resultar mucho más cara.

Por su parte, el primer ministro Starmer despeja incertidumbres, demuestra capacidad negociadora, da la impresión de que retoma el control de las relaciones preferentes con EEUU y obtiene una interesante ventaja respecto a la UE. Logros relativos que no suponen menoscabo en la autonomía de la política exterior del RU ni la desvían de su línea de aproximación a la UE en materia de seguridad y defensa, ya que RU sigue llevando a cabo iniciativas conjuntas con los países de la UE que defienden la soberanía de Ucrania frente a la agresión del régimen de Putin, pese a la connivencia de Trump con Putin en la guerra de agresión a Ucrania y con el relato que la justifica. 

El preacuerdo o trato arancelario entre EEUU y China 

Una semana después de ese primer acuerdo arancelario con RU, EEUU y China daban a conocer la firma de una tregua en su escalada arancelaria que implicaba el recorte de los aranceles en vigor de 115 puntos porcentuales durante 90 días, en los que tratarán de negociar algún tipo de acuerdo.

Hasta mediados de agosto, los aranceles que aplicará China se reducen desde el 125% al 10% y, en sentido inverso, la mayoría de los productos chinos soportará una carga arancelaria del 30% frente a la tasa previa del 145%. Los desbocados aranceles anteriores habrían supuesto el hundimiento del comercio entre ambos países, pero las nuevas tasas tendrán repercusiones negativas sobre el comercio mutuo y la inflación, la capacidad adquisitiva de los hogares, la actividad productiva, el empleo o el tejido empresarial de ambas economías. 

El preacuerdo desatasca parcialmente los canales comerciales entre ambos países y reduce incertidumbres hasta nueva orden, pero no afecta a los factores internos que en ambas economías provocan sus enormes desequilibrios comerciales.  

El gran superávit comercial de China con EEUU y la dependencia del aparato productivo de EEUU respecto a materias primas estratégicas, bienes de alta tecnología y productos industriales chinos permitirán que China encaje mejor que EEUU las nuevas tasas arancelarias, a pesar de ser mucho más altas, 30% frente al 10%. Con esa concesión, los gobernantes chinos demuestran su buena voluntad negociadora y ganan tiempo para impulsar un modelo de desarrollo económico menos dependiente de las exportaciones y más sustentado en la demanda interna.

Los impactos de la desescalada arancelaria y la tregua negociadora entre ambas superpotencias van más allá de los daños económicos que evitan. Trump acepta implícitamente que su método negociador, sustentado en la bravuconería y las amenazas, no siempre es eficaz. Y comienza una nueva y difícil vía de negociación basada en la búsqueda compartida de menores desequilibrios en los saldos comerciales de ambas economías. No es poca cosa y la positiva reacción de los mercados bursátiles respalda esa vía negociadora que reduce los riesgos de una ingobernable recesión global a corto plazo, aunque tal amenaza no desaparece. 

Hay que esperar y ver qué pasa en estos 90 días de tregua, que podrían prolongarse hasta que se logre un acuerdo comercial real. Sin que se pueda descartar que la reducción temporal de las tasas arancelarias acabe en pocas semanas como el rosario de la aurora o que, a falta de algo mejor, se prolongue en una distensión que permita unos intercambios comerciales mínimamente predecibles y estables. 

Más allá de la sombra de los acuerdos arancelarios en curso

Visto el panorama general de la disputa arancelaria es el momento de intentar una respuesta inicial a una pregunta clave: ¿Se pueden solucionar mediante acuerdos arancelarios los desequilibrios comerciales que sufren China y EEUU?

Ambas superpotencias tienen el mayor peso económico y comercial del mundo y cuentan con los más grandes desequilibrios en sus balanzas comerciales de bienes. 

China es el país con el más alto superávit comercial del mundo, mientras EEUU tiene el mayor déficit. Ambos desequilibrios se retroalimentan, se complementan y no pueden entenderse por separado ni ser resueltos sin la puesta en acción por sus respectivos gobiernos de políticas económicas orientadas a reducir sus graves desequilibrios internos. Son esos desequilibrios internos los que están en la base de los desequilibrados saldos de sus cuentas exteriores. Y los que se proyectan en sus intercambios comerciales y en sus movimientos de capital internacionales.

Poco pueden hacer los aranceles para reducir el enorme superávit comercial de China. Las herramientas apropiadas tendrían que buscarlas en políticas económicas destinadas a incrementar la demanda interna china, para que pueda absorber parte de la producción destinada al mercado global. Se trataría de aumentar la capacidad de compra de los hogares chinos, con aumentos salariales y mayor participación de las rentas del trabajo en el PIB. Y de favorecer la inversión destinada a incrementar la muy insuficiente protección social y los bienes públicos, en lugar de seguir promoviendo la producción de bienes exportables.

En el caso de EEUU, los desequilibrios internos son completamente diferentes: debe resolver los excesos del consumo interno respecto al PIB, de la mucha inversión respecto al escaso ahorro interno y del gasto público con relación a los bajos ingresos tributarios. Su alto déficit comercial de bienes y su notable déficit público sólo pueden sostenerse captando financiación externa. Lo que hasta ahora podía conseguir gracias a que su moneda, el dólar, es la moneda de reserva global y a que su banco central, la Fed, juega un decisivo papel de prestamista mundial de última instancia que ofrece financiación en dólares a los bancos centrales del resto del mundo cuando tienen problemas de liquidez. Poco pueden hacer los aranceles para solucionar esos desequilibrios internos. 

En todo caso, las negociaciones arancelarias van a seguir un duro y largo curso más allá de los 90 días que Trump ha establecido. Después del verano habrá que examinar qué han alumbrado y los primeros impactos. 

Aunque no está solo (Putin, Netanyahu y extremas derechas europeas lo cortejan), Trump es el primer y principal obstáculo de cualquier negociación que apunte a un cambio del régimen comercial global que sea acordado y aplicado conjuntamente por la comunidad internacional. Y seguirá siendo un obstáculo en los próximos 4 años, mientras dure su presidencia. Y no sólo en los temas comerciales y arancelarios, sino en terrenos tanto o más decisivos, como el asalto al Estado de derecho de EEUU, el apoyo al régimen de Putin en la guerra de agresión a Ucrania y al gobierno Netanyahu en el genocidio que lleva a cabo contra la población gazatí o el derrumbe del orden mundial liberal sustentado en reglas e instituciones multilaterales.  

La humanidad está situada en medio de un laberinto del que nadie sabe si podrá salir. Sólo la política democrática y la más amplia unidad de las fuerzas democráticas y progresistas pueden ayudar a construir espacios flexibles y abiertos de participación y colaboración de la ciudadanía y experiencias de cooperación gubernamental entre países voluntarios que permitan una vía de salida.

Las negociaciones arancelarias y la salida del laberinto