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sábado. 24.05.2025
TRIBUNA GEOPOLÍTICA

El rearme de Europa y la política de poder

En el pasado, siempre que los Estados europeos tomaron ese mismo camino, inevitablemente una conflagración general se desató y asoló a la mayor parte de la región, con saldos humanos elevadísimos.

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El pasado 19 de marzo del 2025, con la presentación conjunta del Libro Blanco sobre la preparación para la defensa europea–Preparación para 2030 y del Plan ReArm Europe/Readiness 2030, por parte de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y de la actual alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, el bloque comunitario por fin comenzó a darle forma y contenido programáticos a una serie de preocupaciones sobre múltiples y muy diversos temas (aunque todos ellos gravitando alrededor de nociones como crisisdisuasióndefensa y seguridad) que de hecho ya habían sido señalados como problemas prioritarios para el futuro de la Unión desde octubre de 2024, cuando Sauli Niinistö, antiguo presidente de la República de Finlandia y hoy asesor especial de la presidenta de la Comisión, hizo público un extenso informe en el que puso de manifiesto los que, a su consideración, serían los principales desafíos existenciales de la Unión y, al mismo tiempo, adelanta, a amanera de recomendaciones, las que podrían ser las más importantes medidas que el bloque regional podría tomar en el corto plazo para aminorar las incertidumbres a las que se enfrentaría a mediano y largo plazos.

Foto: Comisión Europea

Desde entonces, el tema que quizá más atención ha acaparado en la agenda pública y de los medios de comunicación en el viejo continente (pero no sólo) es aquel que tiene que ver con lo que significa ahora mismo, pero también lo que implicaría en los años por venir, el que grandes potencias por igual— tomaron ese mismo camino, inevitablemente una conflagración general se desató y asoló a la mayor parte de la región, con saldos humanos elevadísimos y, como no podía ser de otro modo, con consecuencias a menudo onerosas para muchas otras poblaciones alrededor del mundo (lo mismo por haber sido arrastradas a la guerra en virtud de los nexos coloniales e imperiales que les ataban a uno o más Estados europeos que por los efectos que la guerra en y por  misma fue capaz de introducir en el seno y la dinámica propia de las relaciones internacionales). 

En los términos en los que se ha desarrollado la nueva iniciativa de seguridad europeas, de lo que no parece quedar duda es de que este proyecto está animado por una renovada ambición imperial

Muchas han sido ya, pues, las cosas que se han dicho y escrito a propósito de esta temática a lo largo de las últimas dos semanas. Sin embargo, a pesar de lo numerosas que ya empiezan a ser las reflexiones públicas que se han hecho acerca de las causas a las que responde el rearme de Europa y, por supuesto, sobre las posibles consecuencias que esta dinámica podría acarrear consigo tanto para el continente como para el resto del mundo, el tono general de la conversación (por lo menos a ambos lados del Atlántico), tanto entre círculos intelectuales de izquierda como de derecha, ha tendido a presentarse bajo el dominio de tres valoraciones compartidas que, sin estar equivocadas en sus pretensiones, no terminan de exponer en toda su complejidad muchas de las líneas de tensión que atraviesan al problema del inminente rearme europeo y que, precisamente porque los acontecimientos se están desarrollando en tiempo real, aún resultan difíciles de asir y de transparentar intelectual y políticamente. 

A saber: en primer lugar, sin dudas, entre las principales discusiones a las que ha dado lugar la preocupación por la posibilidad de que Europa, al tomar estas medidas, se esté encaminando a una nueva guerra mundial (o por lo menos continental), importando poco si ésta se produce en un futuro inmediato o en uno relativamente lejano, tiene que ver con la discrecionalidad de la que parece haber brotado la decisión de que el financiamiento destinado al rearme ronde los €800,000 millones (650 mil millones de los cuales corresponderían a gasto presupuestal y 150 mil millones a financiamiento vía endeudamiento). Y lo cierto es que no es para menos: hasta el momento no se ha ofrecido un desglose detallado de la que sería la estructura del gasto final (armamento, tecnología, equipo, operaciones, entrenamiento, infraestructura primaria y secundaria, etcétera), lo que en última instancia justificaría el monto presupuestado, pero también posibilitaría el que, en el debate público dentro y fuera de Europa, se discuta con mucho mayor rigor y precisión la distribución de los recursos destinados a cada concepto de conformidad con unas necesidades y una orientación concretas y bien definidas. 

Ahora bien, izquierdas y derechas no procesan de la misma forma este vacío de información: para las izquierdas, naturalmente, del esclarecimiento de este rubro depende (además de su posicionamiento en referencia a la reasignación de recursos que se haría al interior de cada Estado, afectando la política y los programas sociales o el financiamiento de los servicios públicos), el que cuenten con la oportunidad de ejercer presiones intelectuales y políticas más certeras buscando que una parte mayoritaria (o por lo menos sustancial) del gasto se emplee no tanto en aquello que colocaría a cualquiera de los Estados europeos o a todos ellos en el camino directo de una escalada o de una espiral armamentista indefinida y peligrosa sino, antes bien, en infraestructura y rubros que sí, en efecto, permitirían a Europa cubrir algunos de sus más importantes déficits actuales como, por ejemplo, los concernientes al desarrollo tecnológico que facilitaría a los integrantes de la Unión hacer frente a contingencias naturales de forma más eficiente, antes de que se conviertan en catástrofes sociales y naturales. Para las derechas (en sus versiones de centro y extremistas), por lo contrario, lo que parece ser fundamental de este tópico tiene que ver con el dilucidar, entre otras cosas, los grados de soberanía/autonomía con los que gozará cada Estado ante el bloque comunitario para definir, con base en sus particularidades históricas y geográficas, los rubros prioritarios a los que se asignarían los dineros y, en consonancia con ello, con aclarar los niveles de participación a los que se comprometería cada economía nacional para no repetir experiencias como las de los años post-crisis de 2008.

En segunda instancia, la conversación también ha estado dominada por las discusiones alrededor del interés nacional empeñado por cada Estado de la Unión en la promesa de que esta estrategia de seguridad y de defensa del bloque regional sea, en verdad, capaz de conseguir lo que dice que quiere conseguir en sus distintas escalas geográficas y en sus diferentes plazos temporales. Más concretamente, el meollo de esta discusión se halla en la disputa, entre posicionamientos de izquierda y de derecha, por el sentido que, en última instancia, debería de asumir la efervescencia de pasiones nacionalistas y patrióticas que ebullen por debajo del debate que atañe no sólo a la estrategia de seguridad y de defensa de la Unión Europea o de la decisión del bloque de optar por el rearme como salida privilegiada a muchas de sus incertidumbres presentes y sobre el futuro, sino, asimismo, al lugar histórico que tendría que ocupar y al rol geopolítico que debería de jugar Europa en estos momentos y en las décadas por venir. De ahí la —quizá no tan— extraña coincidencia entre izquierdas y derechas que apoyan por igual, en sus trazos fundamentales, la vía armada como respuesta a los desafíos de Europa: extraña coincidencia, sí, por lo menos para las izquierdas que tienen aquí una afinidad electiva con sus opuestos, toda vez que, aunque la guerra nunca ha sido un tema o una necesidad ajena a su tradición política a lo largo de su historia (por lo menos desde la Revolución sa), las guerras a las que nunca han sido ajenas las izquierdas no son aquellas en las que las grandes potencias y los grandes imperios se juegan su emergencia, ascenso y/o consolidación como grandes potencias y como grandes imperios, el reparto colonial/imperial del mundo o la reestructuración de la explotación la dominación y la marginación globales. ¡Extravagante excepción es hoy la izquierda antibélica/pacifista frente a la pragmática y realista que ve al mundo como es y no como le gustaría que fuese!

Un tercer gran debate dominante en la agenda pública y de los medios tiene que ver con la percepción y/o el convencimiento de que Europa realmente se encuentra en riesgo de ser invadida por alguna gran potencia. Y aunque aquí los matices son más y, a menudo, también más marcados, en general el consenso mejor logrado es el que apunta a Rusia como la principal amenaza territorial, en gran medida tomando como antecedente la anexión que hizo de Crimea, en 2014; y, en febrero de 2022, la invasión que hizo de Ucrania. Algunos posicionamientos también apuntan a China y otros más a Estados Unidos (con o sin Trump), aunque estos son los menos. Sea como fuere, aquí el caso es que, en línea con la disputa por el sentido histórico que habrá de asumir la efervescencia nacionalista/patriótica renaciente, en este supuesto también se parte de la idea de que la integridad europea (y en mayor medida la de algunos de los integrantes de la Unión) está en juego y hay que defenderla. Izquierdas y derechas aquí también tienen más puntos en común de los que se habría esperado en un contexto distinto. 

Finalmente, para no cometer un acto de injusticia, también habría que anotar que, en un espectro más amplio de la discusión general sobre el rearme de Europa, la izquierda ha buscado colocar como tópico fundamental de la polémica en curso, asimismo, el reconocimiento de que esta estrategia de seguridad y de defensa es un proyecto de clase (de las burguesías industriales, financieras y comerciales europeas) que busca hacer de la economía de guerra un antídoto a los males que aquejan a muchas de las economías nacionales europeas, pero, sobre todo, que esperan incrementar su participación en el ingreso nacional o, en términos mucho más claros: incrementar sus márgenes de ganancia.

El rearme europeo también implica una aspiración de liderazgo global, sustentado en la ejecución de una política de poder con y contra otras grandes potencias

Ahora bien, expuesto lo anterior, si se presta atención a las líneas comunes en las que parece estarse definiendo el examen del rearme europeo, lo primero que sale a relucir es que, salvo por los posicionamientos antibelicistas/pacifistas que ciertos sectores minoritarios de la izquierda han intentado visibilizar y colocar en el centro de la discusión como punto de partida (antes de adentrarse en cualquier otro aspecto concreto de los detalles programáticos y operativos), en general, la mayor parte de lo dicho y de lo escrito no se detiene, siquiera, a cuestionar la necesidad del rearme en y por  mismo, sino que, antes bien, ese dato se da por descontado y se lo asume como un presupuesto desde el cual hay que partir para, entonces sí, proceder a disputar la definición de los detalles concretos en los que éste se materializará y se manifestará. Es decir: son, hasta el momento, muy pocos los análisis que se han detenido a preguntar, en primera instancia: a) si es, de entrada, necesario apelar a un rearme (ya no se diga si quiera como primera opción, sino, antes bien, como una de otras tantas alternativas); b) contra qué enemigo o enemigos se propone el rearme del continente y, sobre todo, c) qué es lo que se busca defender, en última instancia, con su consecución, en el corto, el mediano y el largo plazos, en el bloque comunitario, en el continente y en el resto del mundo.

De ahí, en consecuencia, que parezca pertinente el esbozar, por lo menos, un par de líneas de reflexión que ayuden a dimensionar en su complejidad el rumbo que este marzo ha decidido tomar Europa. Dando por descontada la racionalidad económica y el proyecto de clase que hunden sus nervios más profundos en la economía de guerra, las ganancias corporativas proyectadas y los réditos políticos en los que se podría traducir, en cada país, la instauración de un régimen industrial de guerra en la Unión, quizá lo primero que valdría la pena problematizar sean las causas políticas en las que parece estar sustentada la decisión de rearmar a Europa, más allá o al margen de las consideraciones económicas. Y es que, en efecto, aunque el cálculo capitalista sin duda late en el corazón de la nueva estrategia de seguridad y de defensa del bloque regional, el problema con hacer comenzar, hacer transitar y agotar ahí la discusión es que se pierden de vista muchos de los motivos y de los intereses políticos que las élites europeas están poniendo en juego (en algunos casos, inclusive, involucrando su propia supervivencia como las élites políticas que son).

¿Cuál es el fundamento, pues, que subyace al rearme? De acuerdo con lo expresado por von der Leyen, Kallas y la mayoría de jefes y jefas de Estado y de gobierno que hacen parte de la Unión, el motivante originario del rearme del bloque es la necesidad de hacerle frente al expansionismo ruso. Sin embargo, ni para la presidenta ni para la alta Representante ni para el grueso de las y los jefes de Estado y de gobierno del bloque comunitario esa es la única razón (y, en algunos casos, esa ni siquiera es la principal o la más importante). Adyacente a ella también se halla el imperativo de ganar mayores grados de autonomía política, militar, económica, estratégica, cultural, industrial, etc., relativa respecto de un Estados Unidos que, con o sin Donald J. Trump en la presidencia del país, parece ser cada vez más errático en su comportamiento y estar cada vez más dispuesto a recuperar su dominio global por la fuerza; así como también se hallan la exigencia de contrarrestar la influencia de China en el continente (sí, por presiones de Estados Unidos, pero no sólo por ello), particularmente en materia comercial y tecnológica. Si se presta atención, además, a lo dicho por presidentes como el de España, Pedro Sánchez, o a lo expuesto en el informe Niinistö, en el Libro Blanco y en el Plan ReArm Europe, resulta ser que, en realidad, las amenazas a las que se pretende hacer frente con esta nueva estrategia abarcan un amplio universo de problemáticas que, en principio ni son ellas mismas de carácter militar ni requieren ser abordadas bajo esa perspectiva: el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos a él asociados, las pandemias, la hambruna, riesgos cibernéticos, campañas mediáticas, sabotaje de infraestructura crítica, innovaciones tecnológicas disruptivas, fluctuaciones cada vez más recurrentes y pronunciadas en la economía global, la falta de compromiso y de participación ciudadana con los objetivos estratégicos de la Unión, etcétera.

Para las izquierdas del Viejo Continente, implica la responsabilidad de no ser cómplices de una nueva reestructuración imperial/colonial del mundo legitimada por su nacionalismo/patriotismo

¿Cómo interpretar, entonces, esta diversidad de argumentos? Algunas posibles respuestas a esta pregunta podrían ser: a) que todos ellos sean parte de una gran mentira que tenga por propósito el ocultar las verdaderas intenciones que, en lo individual y conjuntamente, tienen las élites políticas y corporativas europeas; b) que sean el reflejo de que, en el fondo, ni siquiera las élites que promueven el rearme de Europa sepan a cabalidad qué es lo que quieren conseguir, para qué y cómo hacerlo; o, c) que sean parte de una campaña informativa orientada a ocultar problemas mucho más acuciantes y profundos, desviando la atención de los pueblos del continente hacia un enemigo difuso, valiéndose de su creciente hervor patriótico/nacionalista. 

No negando la probabilidad de que en casos muy concretos los fenómenos mediáticos causados por la nueva estrategia de seguridad y de defensa de la Unión en verdad sean producto de alguna de las opciones aquí enlistadas, una aproximación mucho más precisa al fondo del asunto parecería apuntar en la dirección del reconocimiento, por un lado, de que cada Estado europeo está buscando privilegiar la atención de sus incertidumbres más inmediatas y significativas (de ahí que para Europa del Este Rusia sea un desafío territorial prioritario, pero para la península ibérica no); y, por el otro, de que ahora mismo, ni siquiera a nivel comunitario ha sido posible definir lo que sería un mínimo común denominador, en gran medida debido a que cada actor involucrado en la iniciativa en cuestión está buscando aprovechar la indefinición ahora mismo reinante para obtener muchas más prerrogativas, un mejor posicionamiento de sus intereses y una mayor capacidad de influencia en el destino que ésta tenga en los años por venir.

Si se atiende, además, a lo expuesto por los documentos rectores de la estrategia que hasta ahora se han dado a conocer públicamente, lo que también se alcanza a apreciar en esta diversidad de argumentos esgrimidos para justificar el rearme del continente es que la diversidad y la pluralidad de causas blandidas por las élites europeas en realidad no es azarosa: según lo disponen dichos textos, Europa ha decidido abrazar la noción de que el mundo se encuentra atravesando por una crisis multidimensional (sanitaria, económica, energética, política, climática, alimentaria, bélica, etc.), con causas y consecuencias interseccionales y multifacéticas, alimentada por multiplicadores de riesgos de muy diversa naturaleza que, en última instancia, demandaría de la Unión la implementación de una estrategia multidominio (término que en la doctrina militar estadounidense vino a suceder al de Dominación de Espectro Completo, hace ya casi tres lustros). Es decir, que en la agenda pública y de los medios cada actor involucrado en la estrategia de defensa y seguridad europea hacia el 2030 se valga de distintas razones para apoyar la iniciativa tiene que ver menos con ignorancia e indefinición, con falta de consensos mínimos, con pantallas de humo o actos de prestidigitación político-ideológicos, que con la aceptación tácita de un proyecto a largo plazo de militarización y securitización de la totalidad del mundo de la vida. Esto es: el abordaje de todo aquello que sea susceptible de ser concebido como una fuente de inseguridad y de incertidumbre a partir de una racionalidad castrense en el más amplio y estricto sentido del término.

Por otra parte, tampoco habría que perder de vista que, así como la indefinición de los mínimos comunes denominadores entre los integrantes del bloque europeo en realidad sirve a los objetivos generales de la iniciativa, permitiendo su adopción mediante las instrumentalizaciones concretas que en cada caso nacional se hagan, de acuerdo con las necesidades históricas y geográficas particulares de cada Estado, dicha indefinición también está atravesada por la confrontación, en su seno, de, por lo menos, tres proyectos geopolíticos distintos y claramente identificable. A saber: el encabezado por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, orientado a hacer de la Unión la plataforma de proyección de un renovado liderazgo regional e internacional alemán (con miras a convertir a Alemania —siempre dentro del bloque— en un competidor serio por la hegemonía global ante China y Estados Unidos); el que pretende liderar Francia, hoy personificado por su presidente, Emmanuel Macron, que por un lado aspira a sustituir a Alemania en el liderazgo del bloque y, por el otro, ensaya la posibilidad de que Francia pueda consolidarse como un competidor global sin que dicha condición tenga que depender tanto de su lugar en la Unión; y, finalmente, el que todavía de manera caótica tantean articular los Estados menores del bloque regional, ansiando no quedar atrapados en nuevas relaciones de subordinación y dependencia respecto de las grandes potencias del continente.

Sea como fuere, ahora mismo, en los términos en los que hasta el momento se ha desarrollado la nueva iniciativa de defensa y de seguridad europeas, de lo que no parece quedar duda es de que, en lo más profundo de su ser, este proyecto está animado por una renovada ambición imperial, explicitada tanto en sus documentos rectores como en los discursos pronunciados por sus principales paladines, en las reiteraciones hechas a propósito de la necesidad en la que se halla el bloque comunitario de pasar de la reacción y la gestión de las crisis y los problemas a ser uno que actúe anticipada y preventivamente, con efectos disuasorios, a nivel global y no sólo dentro de las fronteras del continente. En última instancia, si de lo que se trata es de anticiparprevenir y disuadir amenazas e incertidumbres a lo largo y a lo ancho del mundo, lo que Europa parece querer jugarse con esta iniciativa no es únicamente su defensa ante los abusos de los que pueda ser objeto por parte de un Estados Unidos cada vez más hostil e impredecible, de una Rusia que en reiteradas ocasiones ha demostrado no sólo no tener las capacidades para expandirse por Europa más allá de su cinturón geográfico de seguridad sino, tampoco, la voluntad de hacerlo; o de una China que, acorralada, pueda asumir posturas cada vez más agresivas en el futuro. No, el rearme europeo también implica una aspiración de liderazgo global, sustentado en la ejecución de una política de poder con y contra otras grandes potencias. Lo que, por supuesto, para las periferias globales supone un nuevo desafío. Y, para las izquierdas del Viejo Continente, implica la responsabilidad de no ser cómplices de una nueva reestructuración imperial/colonial del mundo legitimada por su nacionalismo/patriotismo. No debe obviarse, después de todo, que la iniciativa contempla la participación voluntaria de las ciudadanas y los ciudadanos de Europa en su implementación, pero también su involucramiento obligatorio en un proyecto que hace de la colaboración cívico-militar su piedra de toque.

El rearme de Europa y la política de poder