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Todavía no han pasado veinte días, y el mundo se ha llenado de palabras que llevaban proscritas casi cien años: deportaciones, persecución política, ley del más fuerte, la democracia más estable del mundo.
Este es uno de esos momentos en los que no aceptar como inevitable que se han roto los diques del estiércol puede ser decisivo
Todavía no han pasado veinte días, y los que afirmaban que todo quedaría en palabrería, que mucho ruido y pocas nueces, que al final no sería para tanto, contemplan atónitos la irrupción de una realidad negrísima que se extiende por el orbe como una mancha de petróleo.
Tomar conciencia de que esto es así es la primera condición, necesaria, para reaccionar. El mundo se enfrenta a un fanático viejo que tiene prisa por cambiar la historia, y cuanto antes se le oponga resistencia menos serán los daños que habrá que lamentar (que serán muchos, en cualquier caso). Lo han comprendido así algunas personas, pocas: algunos jueces que aún sirven a la Ley en los Estados Unidos -no sucede lo mismo en todas partes-, algunos funcionarios que no tendrán que decir más tarde que estaban obligados a la obediencia ciega, como dijeron tantos nazis después de la catástrofe. Pero parece que aún no lo han comprendido los gobernantes del resto del mundo, ni la opinión pública de los cada vez menos lugares en los que se puede votar libremente por las opciones que respetan las reglas. Todavía hay personas que creen que esto ocurre muy lejos mientras la ultraderecha se reúne en Madrid, y derrama su bilis sobre una población estupefacta que mira el telediario como si se tratara de un show nocturno.
Todavía hay personas que creen que esto ocurre muy lejos mientras la ultraderecha se reúne en Madrid, y derrama su bilis sobre una población estupefacta que mira el telediario como si se tratara de un show nocturno
Todavía no han pasado veinte días, y la seguridad con la que gritábamos “¡Nunca más!” se ha puesto seriamente en entredicho. Pero, ahora que el “nunca más” ha vuelto a convertirse en “otra vez”, no se puede asumir que el chapapote que viene del Atlántico va a cubrirnos de negro sin poder evitarlo. Muy al contrario, hay que tener conciencia de que, a pesar de todas las dificultades, es preciso frenar la invasión, como primer paso para rechazarla. Los alemanes lo tienen en su mano dentro de pocos días, y sí, que nadie mire para otro lado, los españoles también.
Este es uno de esos momentos en los que no aceptar como inevitable que se han roto los diques del estiércol puede ser decisivo. Hemos pasado ya demasiado tiempo desdeñando hablar de algunas cosas porque nos parecían teóricas cuestiones de principios. Pero las palabras principio y final están muy vinculadas. Cuando los principios se relativizan, siempre hay algún salvaje al que se le ocurre la solución final.