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El comportamiento de Trump en sus primeros días como presidente responde a lo temido por los más pesimistas. Al menos en lo que se refiere al fuego de artificio: las amenazas, rociadas de bravatas del sheriff que se arroga competencias más allá de lo que le corresponde.
Trump no es un fenómeno completamente nuevo. Hemos visto a otros presidentes norteamericanos haciendo exhibiciones unilaterales de fuerza en las últimas décadas. Pero lo distintivo en su caso es que no discrimina entre aliados y adversarios. O peor aún, la ha emprendido sobre todo contra quienes son sus socios en distintos ámbitos internacionales.
Estos días se observa un regocijo expreso de las fuerzas de ultraderecha ante el impetuoso comienzo del inquilino de la Casa Blanca
En este comportamiento opuesto a los parámetros conocidos se basan los analistas liberales europeos para proponer dos líneas de actuación consecutiva. Primera, no dar por garantizada la “protección” de las últimas siete décadas. Y segunda inferida de la anterior, incrementar las inversiones en aquella parte de la división del trabajo que parecía corresponder al socio norteamericano: la defensa.
Lo primero, ya fue apuntado por Merkel durante el primer mandato de Trump y luego reafirmado por Macron en su muy particular estilo provocador. Nada se ha avanzado en lo sustancial. No es una cuestión de ideología o de fractura derecha/izquierda, con las correcciones que el centrismo pueda incorporar. Es una cuestión de intereses (1).
Ciertamente, estos días se observa un regocijo expreso de las fuerzas de ultraderecha ante el impetuoso comienzo del inquilino de la Casa Blanca. Meloni es la única jefa de gobierno europeo occidental que asistió a la bizarra toma de posesión de Trump. Nada más regresar a Roma dio orden de poner de nuevo en marcha su bochornoso proyecto de expulsión de emigrantes irregulares hacia la cooperativa Albania, desdeñando/desafiando las decisiones judiciales. O sea, una réplica de la conducta de Trump. Y algo más: dejó escapar a un antiguo jefe de la policía judicial libia acusado por el Tribunal Penal Internacional de haber torturado a los emigrantes. Un premio a las complicidades con el gobierno de Roma (2).
Otro secuaz político de Trump, el húngaro Orban amagó con bloquear nuevos paquetes de sanciones a Rusia. De esta forma, se convierte en complemento del nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, que ha dado una orden a sus diplomáticos y técnicos para detener momentáneamente las ayudas a Ucrania. Se supone que con esta medida se marca una pausa para favorecer la apertura de negociaciones, por primera vez en tres años. Pero no se moverá nada hasta que Trump y Putin escenifican la reunión más esperada de los últimos mil días: una cumbre que evocaría Múnich u otras citas de la ignominia histórica en el imaginario liberal occidental.
Un pronunciamiento solemne de Europa podría valer también para enviar un claro mensaje al otro lado del Atlántico del tipo “esas no son maneras”. No ocurrirá
Hasta aquí, lo esperado. ¿Pero qué pasa con el silencio de los aliados tras las bravatas sobre Groenlandia o la exhibición de palo tarifario ante Colombia? La línea oficial consiste en no entrar en provocaciones, mientras se pueda. Pero la primera ministra danesa y el presidente colombiano no han tenido más remedio que responder. La primera, poniéndose digna, lo que le ha valido la mofa del hombretón de Washington (3). El segundo, tirando de orgullo antiimperialista, para luego, al per o ir su soledad, dar marcha atrás y plegarse ante el peligro de daño económico notable para su país (4).
No entrar a los agarrones está bien, pero cuando uno siente las barbas pelar, no parece aconsejable sólo mirar para otro lado. En América Latina, México dejó oír su protesta por el cambio de nombre del Golfo de México, pero ha preferido no ir más allá hasta comprobar si realmente del otro lado de Río Grande soplan vientos ácidos.
Europa podría valer también para enviar un claro mensaje al otro lado del Atlántico del tipo “esas no son maneras”. No ocurrirá. Entre otras cosas, porque es muy improbable que se consiga un acuerdo sólido. Por citar el caso más importante. ¿Alguien espera que Alemania se pronuncia a tres semanas de las elecciones? El muy prudente Scholz huye de un desaire como el encajado por su correligionaria Frederiksen. Y el democristiano Merz no quiere arriesgar su ventaja en los sondeos a que Trump diga lo bien que trabajaría con los ultras de AfD.
Se le ha ocurrido impulsar nada menos que una “limpieza étnica” en Gaza; es decir, expulsar a los dos millones de palestinos e instar a egipcios y jordanos a buscarles acomodo
Otro elemento disuasivo es la posición de Londres. Por mucho que a los laboristas les repugne el nuevo estilo en Washington, es seguro que el muy convencional primer ministro Starmer no pondrá en peligro la “relación especial” por un entendimiento de escaso rédito con Europa. En premio, Trump ya le ha regalado algunos de sus elogios envenenados. Después de todo, tras medio año en el gobierno, el laborismo no tiene aún una política europea (5).
En la zona más hirviente del planeta, posición extremista a favor de Israel no puede sorprender a nadie, pero sus aireadas amistades con las repúblicas dictatoriales y las monarquías feudales árabes hicieron concebir a algunos incautos que se esforzaría en ser más prudente. Para acabar con esta ilusión, se le ha ocurrido impulsar nada menos que una “limpieza étnica” en Gaza; es decir, expulsar a los dos millones de palestinos e instar a egipcios y jordanos a buscarles acomodo. La cosa suena a esperpento, aunque en realidad, no es más que una cruel simpleza más. Grupo de derechos humanos y activistas palestinos han respondido con críticas acervas, calificando la propuesta de “impracticable, ilegal y peligrosa”. Desde El Cairo y Ammán se ha rechazado la ocurrencia, pero sin alharacas, para no irritar al gran amigo (6).
Así las cosas, ya se puede dibujar un patrón de conducta aliada. Silencio hasta que el pisotón duela, y cuando eso ocurra ya se verá: o marcha atrás, o paños calientes. Solo si las provocaciones rozan la humillación podría darse algún remedo de respuesta unitaria. El problema es que Trump puede sacar partido de lo que él mismo llamó “estrategia del hombre loco”, dispuesto a hacer lo que sea, cuando se refirió a sus argucias negociadoras con el norcoreano Kim, en 2018. Una profesora de la Universidad de Pensilvania ha dibujado los riesgos de ese juego (7). Sin duda que los hay: para Trump, pero también para el resto de dirigentes.
NOTAS
(1) “Défense: les raisons du grand blocage de l’Europe”. PHILIPPE RICARD y PHILIPPE JACQUÉ. LE MONDE, 25 de enero.
(2) “En Italie, le gouvernement de Giorgia Meloni libère un officiel libyen accusé de tortures sur des migrants par la Cour pénale internationale”. LE MONDE, 23 de enero.
(3) “Donald Trump says residents of Greenland want to be part of US”. JENNIFER RANKIN. THE GUARDIAN, 26 de enero.
(4) “Colombia Agrees to Accept Deportation Flights After Trump Threatens Tariffs”. THE NEW YORK TIMES, 26 de enero.
(5) “Britain’s government lacks a clear Europe policy”. THE ECONOMIST, 23 de enero.
(6) “Trump’s Gaza proposal rejected by allies and condemned as ethnic cleansing plan”. EMMA GRAHAM-HARRISON. THE GUARDIAN, 26 de enero.
(7) “The Limits of Man Theory. How Trump’s Unpredictability Could Hurt His Foreign Policy”. ROSEANNE MCMANUS. FOREIGN AFFAIRS, 24 de enero.