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La franja de Gaza es la actualidad. Doble actualidad. Por la masacre a la que está siendo sometida por Israel desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y por la alucinante propuesta del nuevo presidente estadounidense Donald Trump de expulsar por las buenas (más bien, por las malas) a sus casi dos millones de habitantes a unos países, Egipto y Jordania, que no sólo no tienen capacidad para acogerlos, sino que además se han negado en redondo.
La franja de Gaza no es el auténtico problema de fondo del conflicto israelo-palestino desde la guerra de los Seis Días de 1967
Pero la franja de Gaza no es el auténtico problema de fondo del conflicto israelo-palestino desde la guerra de los Seis Días de 1967. De la cual salió ocupada por Israel, que empezó a colonizarla, es decir, a instalar en ella asentamientos (colonias) judíos en sus mejores tierras y ubicaciones, bien comunicados y protegidos por la Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Una colonización que se vio interrumpida por la conocida como segunda intifada o levantamiento palestino (2000-2005), que aconsejó a Israel desocupar el territorio y evacuar todos sus asentamientos en el mismo, dejando la Franja cercada por tierra, mar y aire en lo que el historiador e investigador israelí antisionista Ilan Pappé ha conceptualizado como “la cárcel a cielo abierto más grande jamás conocida” y castigada cada cierto tiempo con operaciones y represalias de bombardeos aéreos y artilleros e incursiones armadas.
Es decir, Israel no parece estar fundamentalmente interesado en el territorio de la Franja. Razón por la cual, no sólo no está presentando objeciones a que Estados Unidos haga con ella lo que quiera (ocuparla, quedársela, comprarla o convertirla en un gran resort), sino que lo celebra.
No es el caso de Cisjordania, ocupada, como Gaza, durante la Guerra de los Seis Días de 1967, pero de mucho mayor extensión y ribera del agua, tan necesaria en la zona, del río Jordán y del mar Muerto, y, sobre todo, territorio de las bíblicas Judea y Samaria, incluyendo la sagrada Jerusalén. Razón por la cual, según relata Ilan Pappé (1), a lo largo de los doce meses siguientes a la finalización de la Guerra de los Seis Días (1967) se elaboraron diversos planes para “dividir, colonizar y judaizar” paulatinamente Cisjordania, para convertirla en “una parte más del Gran Israel”, del Israel bíblico.
Se empezó por la planificación urbanística de Jerusalén y sus alrededores, incluyendo los cinco kilómetros cuadrados del Jerusalén Este palestino, que con el tiempo ha incluido sesenta y cinco kilómetros cuadrados más de campo abierto donde existían aldeas palestinas, utilizando arteramente, según conviniera en cada momento, una combinación de viejas leyes del Imperio Otomano, del Mandato británico y del periodo jordano y las propias leyes de Israel para la confiscación y expropiación de tierras, hasta llegar al actual (desde1993) término municipal del Gran Jerusalén, prácticamente vacío de palestinos (la conocida como “desarabización”) excepto en el Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas (Jerusalén Viejo), donde se ubican los lugares santos del Islam.
Simultáneamente a esta usurpación se empezó a llevar a cabo otra similar en el resto del territorio de Cisjordania conocida como el Plan de Cuñas de Alón (en su momento ministro de Trabajo), pergeñado en su informe “El futuro de los territorios y de los refugiados”. La idea básica contenida en él y luego desarrollada sobre el terreno consistía en establecer asentamientos judíos (algunos de ellos, kibutzim) en lugares adecuados (expropiados) procurando evitar áreas densamente pobladas por palestinos y, a continuación, determinar cómo exclusivamente judía toda la zona comprendida entre Israel y el nuevo asentamiento (colonia), así como las carreteras, ya existentes o por crear, que condujesen a él. Áreas judaizadas para cuya protección se construían campamentos militares en terrenos también expropiados.

La primera cuña (ver mapa adjunto) consiste en el conjunto de colonias que jalonan de norte a sur el valle del Jordán (frontera con Jordania) y las alturas que suben hacia el centro de Cisjordania desde el este. La segunda penetra en el corazón de Cisjordania partiendo de la anterior hasta la ciudad de Nablus y continúa hasta la Línea Verde que delimita Cisjordania de Israel. La tercera conecta el extremo septentrional del mar Muerto y el área de Jericó con el Gran Jerusalén y, por tanto, con Israel. Y la cuarta se introduce en el sur de Cisjordania, aislando las áreas palestinas densamente pobladas de Belén y las montañas de Hebrón. La palestina cisjordana queda así “cortada en rebanadas”.

Esta mutilación fáctica de Cisjordania quedaría completada y refrendada por los resultados del proceso de los Acuerdos de Oslo (1991-1994), según los cuales, Cisjordania quedaría parcelada en tres zonas istrativas no continuas (ver mapa adjunto): la A, 18% del territorio, la única bajo control político, istrativo y de seguridad de la Autoridad Nacional Palestina; la B, 25% del territorio, sólo bajo control político y istrativo de la Autoridad Nacional Palestina, pero con control militar y de seguridad israelí; y la C, 57% del territorio, bajo control exclusivo político, istrativo, militar y de seguridad israelí e incluyendo Jerusalén. En cualquiera de las tres, el tráfico palestino por sus carreteras está restringido, bien porque son de uso exclusivo israelí o bien debido a los frecuentes puestos de registro y de comprobación de documentación que pueden sufrir. Son asimismo frecuentes los castigos colectivos a familias, que incluyen la voladura de sus casas o la confiscación de sus medios de vida. O la confiscación de tierras por razones militares o de colonización israelí; las detenciones arbitrarias, incluso de menores de edad, o los registros sorpresa y allanamientos de viviendas o comercios.
Si, según el reparto establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1947 (Res. AG 181 de 28/11/1947), la responsabilidad de lo que hoy día es la Autoridad Nacional Palestina debía ejercerse en el 46% del Mandato británico, hoy está reducida al 18% y en las condiciones expuestas en el anterior párrafo.
No parece, por tanto, que pueda haber mucha duda de que los designios de la aspiración sionista de un Gran Israel basado en las fronteras biblícas no son lo mismos para Cisjordania que para Gaza. Gaza es prescindible, siempre y cuando no le suponga problemas de seguridad. De hecho, la abandonó y la descolonizó en 2005 sin excesivo trauma. No así Cisjordania, núcleo territorial, con Jerusalén incluido, del Israel bíblico y del ansiado Gran Israel moderno. De ahí, que Israel le esté cediendo, sin aparente dificultad, a Estados Unidos, la enmarañada y de dificilísima solución del problema de Gaza, mientras empieza a preparar la siguiente etapa de absorción total del territorio cisjordano, de la expulsión del mayor número posible de palestinos de él y de la anulación total de las ya muy mermadas capacidades gubernamentales y istrativas de la Autoridad Nacional Palestina. Etapa, de la que la actual Operación Muro de Hierro podría ser el primer paso.
(1) “La cárcel más grande de la Tierra. una historia de los territorios ocupados” (1917)