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“No soy cobarde, pero superaba en absoluto mi comprensión cómo entender a aquel granuja purpúreo que vendía cabezas. La ignorancia engendra al miedo, y yo, completamente abrumado y confundido sobre el recién llegado, confieso que le tenía ahora tanto miedo como si fuera el propio diablo que se hubiera metido así en mi cuarto en plena noche. Efectivamente, le tenía tanto miedo que no fui capaz de dirigirle la palabra para pedirle una respuesta satisfactoria respecto a lo que me parecía inexplicable en él. […] «¿A qué viene todo este estrépito que he hecho? —pensé para mí mismo—. Este hombre es un ser humano lo mismo que yo: tiene tantos motivos para tener miedo de mí, como yo para tener miedo de él. Más vale dormir con un caníbal despejado que con un cristiano borracho.»”.
(Ismael, refiriéndose a Queequeg, en la novela Moby Dick, de Herman Melville)
En el pasado otoño de 2024 estuvimos de viaje por Japón. En nuestra visita a los llamados Alpes japoneses, visitamos el precioso (aunque hoy muy democráticamente masificado) pueblo de Shirakawago, donde se ha preservado un modo de construcción (ver la foto de cabecera), que al instante nos recordó (por haberlas visitado de la amable y conocedora mano de un amigo, hijo del terruño) las viejas pallozas leonesas (1).
Para compartir el curioso hecho, le enviamos un par de fotos a través del grupo que compartimos con este gran cicerone de su tierra, y allí comentamos lo llamativo de encontrar una forma similar de construir techumbres allí, en Shirakawago, y aquí, en los Ancares. Construcciones con las que se buscaba protegerse del frío con lo que la naturaleza daba: paja.
Distintos, pensé, pero no diferentes.
La primera imagen que me trajo a la mente esta frase fue ¡cómo no! la famosa escena de la no menos famosa película To Be or Not to Be, película cómica Ernst Lubitsch del 1942, donde ante los nazis un actorcillo reclama su humanidad declamando a Shylock y su “warmed and cooled by the same winter and summer, as a Christian is?”.
El azar de haber escogido Moby Dick para distraer las horas de tren hizo que topara con la muy afortunada (y para mí olvidada, y así doblemente disfrutada) cita con la que inicio este fotorreportaje.
Aunque no fue del todo buscado, posiblemente un ánimo difuso pesaba sobre mi voluntad al hacer fotos, pues al volver y revisarlas encontré que de alguna manera muchas fotos parecían querer reflejar esa cotidianeidad que hace que no pueda ser más cierto aquello de que el calor a todos nos calienta, igual que el frío a todos congela, pues cualquier “hombre es un ser humano lo mismo que yo”.
Escenas de la vida japonesa

























Soy consciente de que quien lee este diario, no necesita que se le convenza contra la discriminación, cualquier discriminación, que nace de tratar igual a los distintos y diferente a los iguales. Pues si nacemos distintos, y como distintos se nos debe -y debemos- tratar, en dignidad y derechos no nacemos diferentes, y como iguales se nos debe -y debemos- tratar.
Por eso, distintos, pero no diferentes.
(1) Un artículo que explica sucintamente, aunque muy razonadamente, la historia de las pallozas leonesas se puede encontrar aquí: “Pallozas y casas de teito, patrimonio de la incertidumbre, Joaquín Alonso publica un libro sobre la pérdida de estas edificaciones tradicionales” Diario de León, N. G. Sabugal, 10 de abril de 2013.