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Muchos recordaréis que en la dorada década de los 90 un grupo británico conocido como Simple Minds obtuvo reconocidos éxitos en UK, aquí y en el resto del mundo. Lo expongo como tributo a la cultura popular que desde siempre ha intuido por donde soplan los vientos, que un grupo de pop rock eligiese el adjetivo ingenuos para autodefinirse es un gesto cargado de intención y de premonición: el mundo se estaba poblando de ingenuos, y no han parado de crecer desde entonces. Los datos de reveladoras encuestas de opinión muestran que una notable cantidad de votantes por la salida de Inglaterra de la UE (Brexit) consideran ahora que fue un error y estarían dispuestos a votar para revertir esa tonta decisión. Asimismo un número constatable de ciudadanos USA votantes del MAGA han expresado por distintos medios su preocupación por lo que pueda ser el segundo mandato de Trump, vistas sus primeras acciones al conformar equipo de gobierno; tanto que incluso inquieren sobre la posibilidad de variar el sentido de su voto.
Y es que el ingenuo no nace, se hace. El ingenuo es víctima, si, pero es víctima de sí mismo, de su desidia, de su desinterés, de su exasperante simplicidad
Cosa imposible, cosa de ingenuos. El Brexit se revertirá, pero será dentro de muchos, muchos años. Y lo de USA ya veremos, pues éstas han podido ser las últimas elecciones libres allí. El arrepentimiento es lícito, y hasta sacramental, pero inútil para algo que no sea mitigar el dolor interno de sentirse engañado, humillado. Es lo que tiene vender el alma al diablo, se cobra sus intereses hasta el último céntimo, sin piedad, sin misericordia, sin excepción y sin remordimientos. Quienes tienden las trampas para hacerse con la soberanía de las mentes sencillas no son ingenuos en absoluto, saben muy bien lo que hacen y lo practican de manera militar, siguiendo una estrategia llena de momentos tácticos con nombres para identificar la batalla de que se trate: Europa en el caso del Brexit, los inmigrantes en otros casos, el dominio de los medios de comunicación en todas, y siempre la victimización del ingenuo para provocar su euforia y recoger las burbujas desprendidas de su torpe reivindicación. El objetivo es cosechar enfado, el método es sembrar confusión.
Y es que el ingenuo no nace, se hace. El ingenuo es víctima, si, pero es víctima de sí mismo, de su desidia, de su desinterés, de su exasperante simplicidad. Desea una explicación sencilla de cuanto le ocurre y adora hasta la inmolación un relato en el que él mismo y sus pares ingenuos resulten ser héroes represaliados por los otros, una narración en la que su pasado atrapado en la ignorancia sea el resultado de fuerzas malignas que le han encadenado con palabras y con ideas que no acaban de tener ningún sentido para él, y de las que solo se benefician mujeres autónomas, personas ejerciendo la libertad sexual que son capaces de imaginar y hambrientos que buscan su cuscurro.
Los culpables son los diseñadores del algoritmo perverso de la desinformación, los medios, redes, influencers y creadores de contenido que se coaligan para desmontar el sentido crítico que es signo de identidad de la inteligencia humana
¿Esto significa que deberíamos despreciarles, que como mal dijo Biden son basura? Yo creo que no, en primer lugar porque el desdén no aporta beneficios para nadie e incluso aumenta la cerrazón del ingenuo. Un profesor de enseñanza media comprometido con el combate educativo a la desinformación lo decía recientemente, cuanto más desacreditas un bulo, más se aferran al mismo los afectados. En segundo lugar porque denostar por crédulos y pardillos a los creyentes en los bulos es una falta a la verdad. Las víctimas de la desinformación no son tarugos irredentos responsables de cuanto les ocurra y de lo que su actitud pueda provocar. Conozco muy de cerca a algunos de ellos y son personas dignas, honestas y comprometidas con causas nobles y actitudes respetuosas con la justicia social.
¿Qué ocurre entonces? Creo que en el interior de los ingenuos anida un algoritmo nefasto que tiende a priorizar respuestas sencillas y progresivamente simples a los problemas progresivamente complejos que les atañen. Ya sabéis que en la inteligencia artificial lo que resulta determinante es el proceso de autoaprendizaje que las máquinas inician y que no cesa de crecer y mejorar. En el caso de la credulidad, el automatismo tiende a favorecer respuestas sencillas no para mejorar sino para neutralizar la inquietud de todo ser humano ante lo que le resulta retador. Podemos decir que el algoritmo no se retroalimenta para mejorar y avanzar, si no para detenerse y olvidar. La Inteligencia artificial provoca un camino de superación del par hombre máquina, la Ingenuidad Artificial al contrario es como la arena en las ruedas del tranvía, favorece el frenado.
Y es claro que el retardo provocado por la Ingenuidad Artificial nos afecta a todos, pero no tiene ningún sentido culpar a los ingenuos, como no lo tiene culpar a los ordenadores cargados con ChatGPT de su competencia productiva.
Los culpables son los diseñadores del algoritmo perverso de la desinformación, los medios, redes, influencers y creadores de contenido que se coaligan para desmontar el sentido crítico que es signo de identidad de la inteligencia humana. Hace muy bien la UE [i] en generar legislación y trabas a la extensión malévola de algoritmo de la ingenuidad. Los responsables finales, los impulsores, los ingenieros de la perfidia no son tantos ni están tan escondidos. Hace falta contundencia contra ellos y conmiseración con los afectados.
[i] La búsqueda de información más abultada en los navegadores en USA es: Requisitos para residir en Europa