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Con su lamentable actitud, que denota una patológica crueldad totalmente falta de la menor empatía, inhumana negligencia.
El desprestigio de la política genera una inmensa desconfianza en un quehacer que debería ser meritorio y ejemplar por definición. Hay varios factores que contribuyen a ese menoscabo y cuya confluencia resulta sencillamente letal para el respeto hacia quienes ejercen actividades políticas. La falta de auto crítica, el apostarlo todo a la propaganda y las corrupciones económicas o de cualquier otro tipo suelen ser los más frecuentes.
Sus payasadas podrían tener cierta gracia, si no resultasen tan lesivas para la ciudadanía en general y quienes padecieron directamente la tragedia en particular
Como tantas otras veces, acaban pagando justos por pecadores. Toda esa gente honrada y abnegada que son legión, acostumbradas a detraer tiempo personal en aras de gestionar lo común, asumen sin merecerlo una mala fama cultivada con saña por un determinado porcentaje de personas desaprensivas y oportunistas. Usualmente son además de una ineptitud proverbial e incapaces de tener ocupaciones alternativas que resulten mínimamente útiles a la sociedad.
Este grupo puede pasar desapercibido, salvo si casualmente acceden a encargos de primera línea o una enorme relevancia, como por otra parte sucede asimismo en sentido contrario. Las grandes responsabilidades nos hacen conocer a personas discretas que asumen sus obligaciones con absoluta probidad y que hubieran sobrevolado por encima del radar sin exponerse a los medios de comunicación, al igual que no se rastrean por debajo quienes arrastran su ignominia consigo. Cuanto más alta sea la responsabilidad detentada u ostentada, tanto mayor será su incidencia en la opinión pública y los anales del descrédito, respectivamente.
Cuando proliferan los escándalos, cuesta mucho subir al podio del deshonor a quienes hacen méritos para ello. Resulta difícil elegir entre comisionistas desvergonzados, mentiras compulsivas y contradicciones flagrantes. Pero a todo hay quien gane. Carlos Mazón merece una distinción muy especial, por su tenacidad en “sostenella y no enmendalla”, persistiendo con empecinamiento en errores garrafales a sabiendas por mantener las apariencias aunque causen un daño incalculable.
Hubiera sido sencillo dimitir en un primer momento, porque cualquiera puede cometer un error o incurrir en una negligencia. Pero el echar balones fuera culpando a las circunstancias, a parte de tu equipo más cercano y a quienes intentaron cumplir con sus tareas en medio de una colosal emergencia, retrata moralmente al personaje, salpicando de paso a quienes apoyan e ignoran tan detestable soberbia, particularmente lesiva para quienes padecieron las tristes consecuencias de su desmesurada frivolidad.
Solo le falta decir que los empresarios desaparecidos al salir de una comida fueron imprudentes, al igual que quienes fueron arrastrados por las aguas o quedaron atrapados en un sótano
Sus payasadas podrían tener cierta gracia, si no resultasen tan lesivas para la ciudadanía en general y quienes padecieron directamente la tragedia en particular. Borró un mensaje donde quitaba hierro a una eventual emergencia, pese a que otras instancias habían tomado buena nota de los avisos que circulaban desde horas antes. Nos ha contado mil versiones que van desautorizándose mutuamente de su asombrosa desaparición en un momento tan delicado y por lo tanto ha faltado a la verdad en muy diferentes foros.
A nadie le importa una higa que coma o deje de hacerlo con quien guste. Sin embargo, él mismo ha convertido en una cuestión primordial su interminable almuerzo, que primero fue privado, luego institucional y finalmente misterioso. No aporta la factura de evento, ni el registro de sus llamadas o cualquier otra evidencia que pudiera documentar al menos algunos aspectos de sus incontables versiones. Obviamente, no parece muy orgulloso de lo que hizo, quizá porque su conciencia le censure desde dentro y le musite consideraciones que reprueban su conducta. Pues de lo contrario, no tendría ningún problema en dar una sola explicación razonable y bien acreditada.
Se perdieron vidas por el retraso en las alarmas y tampoco se adoptaron medidas que hubieran podido paliar el desastre. Solo le falta decir que los empresarios desaparecidos al salir de una comida fueron imprudentes, al igual que quienes fueron arrastrados por las aguas o quedaron atrapados en un sótano. Aunque a este paso tampoco hay que descartarlo. Tiene la desvergüenza de presentarse como una víctima, homologándose con quienes han perdido a familiares, amigos o vecinos, domicilios y enseres, negocios y proyectos vitales.
Ahí sigue adjudicando contratos a personas poco fiables y sin tomar en cuenta la revisión de los planes urbanísticos que ignoraban peligros ya contrastados
Entiende que hay una confabulación en su contra, sin advertir que, de haberla, estaría liderada por él mismo y quienes deciden respaldar su continuidad por motivaciones tan mezquinas como reprobables. Ahí sigue adjudicando contratos a personas poco fiables y sin tomar en cuenta la revisión de los planes urbanísticos que ignoraban peligros ya contrastados. Pretende representar al pueblo valenciano que le otorgó su confianza, desoyendo las manifestaciones que le piden hacerse a un lado. Eso le permitiría prepararse para las causas penales que se ven agravadas por su actitud.
El espectáculo no puede ser más bochornoso y execrable. Debe dimitir y perder sus apoyos por motivos humanitarios, para impedir que siga dañando al auditorio con sus alambicados y asombrosos embustes. Las víctimas no merecen sumar a su desgracia esta inconmensurable villanía.