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viernes. 23.05.2025
ANÁLISIS POLÍTICO

Crisis y recomposición de la izquierda alternativa

Frente al declive representativo y de influencia de la izquierda alternativa, la solución vendrá de abajo, y los liderazgos deberán demostrar su capacidad para articular una dinámica transformadora y democrática.

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En esta etapa de transición por el declive y la fragilidad estructural de la izquierda alternativa, con la hipótesis de su prolongación en la siguiente legislatura, existe un obstáculo a remontar: la polarización sectaria por intereses corporativos de las élites dirigentes respectivas, el fanatismo político particular, en una trayectoria competitiva y destructiva. Es decir, la incapacidad de las actuales élites partidistas para resistir un proceso de mayor fragmentación y destrucción de fuerzas organizadas y la profundización de una crisis representativa, de influencia social y de liderazgo público, mayor si ganan las derechas el poder institucional. Al estancamiento de la acción gubernamental progresista y los límites de la capacidad transformadora de las izquierdas, se añaden sus dificultades articulatorias y representativas.

  1. Enseñanzas históricas y pugna competitiva 
  2. El camino hacia la recomposición
  3. Bases para la renovación y la remontada

Enseñanzas históricas y pugna competitiva 

Para sacar enseñanzas, se pueden citar las otras dos grandes experiencias de recomposición de la izquierda del Partido Socialista, tras su fracaso representativo, sus pugnas corporativas y las dificultades políticas y sociales para una trayectoria transformadora

La apuesta deseada en la izquierda alternativa, particularmente en la dirección de Podemos, es la conformación de otro proceso de movilización general, más o menos similar al del origen de este ciclo, el 15M

La primera experiencia, tras la crisis del PCE y la izquierda radical, con el ‘desencanto’ por los límites de la transición política, de finales de los años setenta y primeros ochenta, se produjo la reactivación de la movilización popular en los años ochenta, con el movimiento pacifista -campañas anti-OTAN-, el sindical -desde la resistencia frente a la reconversión industrial hasta la gran huelga general del 14-D-1988 contra la precariedad y por el giro social- y, en menor medida aunque significativos, el feminista y el ecologista, aparte de la persistencia de los movimientos nacionalistas periféricos. Esa activación cívica se tradujo en el refuerzo de un campo sociopolítico diferenciado de la socialdemocracia, con una gestión gubernamental regresiva en muchos aspectos, y la formación de Izquierda Unida, cuyo mayor influjo político y electoral, desde la oposición, pervivió una década, hasta mitad de los años noventa, junto con el declive socialista. 

La segunda etapa, tras un reflujo alternativo pronunciado de tres lustros -con movilizaciones significativas como contra la guerra de Irak en 2003 y la renovación socialista con Zapatero, en su primera legislatura-, se reinició con un gran proceso de protesta cívica (2010/14), con la movilización e indignación popular progresista simbolizada por el movimiento 15-M, frente a la austeridad y la prepotencia del bipartidismo y por la justicia social y la democracia. Se amplió y conformó un nuevo campo sociopolítico y electoral a la izquierda del PSOE, representado por Podemos y sus alianzas y convergencias, en el marco de Unidas Podemos, luego debilitado y fragmentado entre Podemos y Sumar, que pretendía sustituirlo y reorientarlo, en una operación, finalmente, fallida en parte.

Ahora, si se mantiene la trayectoria divisiva actual de la izquierda alternativa, se aventura otra crisis de su capacidad orgánica, representativa y de influencia institucional y transformadora, aunque está por ver el grado de asimetría entre los dos bloques actuales y su impacto comparativo para los distintos grupos políticos. 

La dificultad adicional para un marco constructivo conjunto e influyente es, aparte de las diferencias políticas y estratégicas, los propios intereses corporativos y cierta inclinación sectaria existente entre formaciones democráticas o progresistas, con mucha tradición entre las izquierdas en estos dos siglos. Consiste en trazar una línea rígida entre dos bloques incompatibles, defensores de su específico patrimonio político y orgánico, apropiándose de una identidad embellecida y descalificando la identidad contraria: amigos/enemigos. 

Frente a los poderosos no habría un campo popular-progresista, amplio y plural, sino que, para unos, las corrientes moderadas o posibilistas forman parte del poder establecido, no son izquierda; y, para otros, las corrientes radicales o transformadoras son ‘izquierdistas’, marginales y perjudiciales para el avance social y democrático. Todo ello, a pesar de que el grueso de sus bases electorales, esa izquierda social -o progresismo rojo, verde y violeta-, tiene ideas, posiciones y valores de izquierda bastante similares y todavía suman unos dos millones y medio de personas. 

Existen dos versiones. La justificación moderada de Sumar, despreciando o marginando a Podemos como grupo radical, minoritario o contraproducente. La explicación radical de la dirección morada, aventurando la descomposición de Sumar, por su política contemporizadora con el PSOE y su política de rearme, que favorecería a las derechas. En la situación actual, estos últimos esquematizan una polarización entre la llamada ‘izquierda’ (Podemos y sus aliados políticos y de la sociedad civil) y las fuerzas del ‘régimen de guerra’ (incluido PSOE/Sumar).

Los puentes entre las direcciones partidistas se rompen. El riesgo es caer en el doctrinarismo y la descalificación discursiva, estéril para la reactivación popular y la articulación de un frente común, social y partidario, diferenciado de la socialdemocracia. Su prioridad es otra, la primacía particular de cada liderazgo alternativo. 

En esa situación defensiva y de división, se acentúan los relatos sobre las responsabilidades por el declive y por la legitimación de nuevos liderazgos y estrategias. Cobra virulencia y gravedad la pugna sectaria y corporativa, por su carácter destructivo y la ausencia de acumulación -unitaria- de experiencias de lucha cívica, activación democrática y articulación político-orgánica y electoral. No hay escucha ni diálogo con argumentos, predomina la descalificación; se resiente el talante democrático. 

Aparte del reparto de las responsabilidades de las direcciones partidistas, se produce el desgaste adicional de su crédito político y moral ante la ciudadanía, por su impotencia o incapacidad transformadora y articuladora. Se añade la posibilidad de la travesía del desierto para la recomposición de la izquierda social y política en el siguiente ciclo político, con la agudización de las tensiones internas que pueden profundizar dinámicas destructivas, sin perspectivas de una estrategia efectiva de resistencia cívica y cooperación partidaria. 

La perspectiva explícita en la dirección de Podemos parece que es la de resistir como minoría parlamentaria, en la oposición y sin mucha capacidad institucional de influencia transformadora, ante un amplio bloque de poder derechista y belicista, y acumular fuerzas sociales y culturales para ampliar electorados y contrapoder social e ideológico, a medio plazo. Su expectativa es la de un relanzamiento de la movilización social por la paz y contra el rearme que desborde la denominada representación moderada o posibilista de la coalición Sumar.

En el caso de Sumar, casi todo lo fía al impacto social y mediático de su gestión gubernamental reformadora, bastante constreñida, principalmente en el campo sociolaboral, con la ley de la reducción de jornada en primer plano, hoy todavía en el aire.

En unas circunstancias desfavorables, con limitados arraigo social, contrapoder asociativo, influencia cultural y legitimidad cívica, ¿aguantará una estructura de cuadros políticos, con poco arrope institucional y difícil arraigo popular? ¿o se prolongará y agudizará la crisis orgánica y la necesidad de una renovación profunda y la recomposición de las élites y plataformas partidistas?

El camino hacia la recomposición

Ante una salida difícil hay que prevenir la inercia autocomplaciente de unos diagnósticos embellecidos para adecuarlos a una subjetividad voluntariosa, pero, a veces, irrealista, que vuelva a generar desilusión. Como decía Gramsci, hay que combinar el pesimismo de la inteligencia -del análisis- con el optimismo de la voluntad -transformadora-.

La apuesta deseada en la izquierda alternativa, particularmente en la dirección de Podemos, es la conformación de otro proceso de movilización general, más o menos similar al del origen de este ciclo, el 15M, en una versión, a veces, idealizada. Así, en este periodo de transición se pueden extremar las expectativas subjetivas de la resistencia y movilización popular progresista (aparte del nacionalismo) para dar verosimilitud al deseo del ascenso de la radicalización sociopolítica y cultural, para conseguir una nueva hegemonía en torno a esa estrategia radical contra el ‘régimen de guerra’ y el apoyo a ese liderazgo discursivo. 

La cuestión es que hay que ser realistas respecto de las contradicciones, tendencias y fuerzas presentes para diagnosticar la trayectoria movilizadora y articuladora de la izquierda social, especialmente juvenil. Hay que valorar la experiencia, con las diferencias de los contextos de otras épocas históricas en los procesos de conformación de los sujetos sociales, sin paralelismos forzosos, y profundizar el análisis concreto de la situación concreta. 

En particular, como se decía, hay que explicar, aparte de los nacionalismos, los procesos de movilización colectiva progresista. Singularmente, como enseñanzas articuladoras, el movimiento antifranquista -1968/78-, el anti-OTAN y sindical -1981/85/88-, el de ‘No a la guerra’ -2003- y el movimiento feminista -2018/25-; y, especialmente, el simbolizado por el más reciente y masivo movimiento 15M -2010/14-. 

Igualmente, hay que valorar los campos de desafección política, deslegitimación social y pugna cultural, especialmente entre la gente joven, para empujar, articular y orientar la movilización cívica, reconstruir una base social progresista y de izquierdas y fortalecer la capacidad vertebradora del activismo social y político. Hay motivos graves para el descontento público, cierta conciencia social y algunas movilizaciones relevantes sobre: la vivienda, la sanidad pública, Palestina, la violencia machista… y ahora la oposición contra el rearme. 

La orientación está clara, fortalecer esa activación cívica y participativa, no solo ni principalmente discursiva, aunque también con una pugna ideológica y una teoría crítica. Y realizar el análisis concreto de la situación concreta, para elaborar la línea política y una plataforma político-electoral compartida, la convencional acumulación de fuerzas sociopolíticas transformadoras o, si se quiere, la articulación de tejido asociativo y de base, así como movimientos sociales, incluido el sindicalismo, con capacidades articuladoras y contractuales. 

Al mismo tiempo que el declive y el desconcierto en las izquierdas alternativas, con una fuerte ofensiva derechista, se abre la oportunidad para otro ciclo de reactivación cívica y recomposición sociopolítica y partidista. La otra cara, es que también se genera una fuerte pugna política y discursiva por la primacía en el reconocimiento, el estatus y la colocación para influir en su nueva dimensión, sus características y su liderazgo.

El reto alternativo es fortalecer una confrontación popular democratizadora, con arraigo social, frente al poder establecido, y rearticular una dinámica colaborativa de base y de proyecto transformador, que constituya el fundamento para ensanchar ese campo sociopolítico y electoral diferenciado del centrismo socio liberal y frente a la involución derechista. 

Consiste en promover la participación democrática y la pugna ideológica y discursiva por la vertebración y la hegemonía legítimas con procedimientos organizativos desde el respeto a la pluralidad, la democracia y la negociación de acuerdos y políticas comunes en beneficio de las mayorías populares.

Al mantener la vocación de articular a las mayorías sociales y las expectativas de estatus e influencia institucional, la cohesión partidista se busca en la convicción colectiva del -seguro- a esa posición de poder, la confianza en el camino a recorrer y las condiciones de liderazgo a establecer. Sin embargo, está por ver la capacidad de las actuales élites partidistas de las izquierdas para afrontar ese desafío semi constituyente, así como su renovación y recomposición. 

Bases para la renovación y la remontada

Podemos resumir los fundamentos para impulsar la recomposición político-organizativa y su remontada electoral y de influencia transformadora.

En primer lugar, la activación cívica en el campo sociopolítico, en los movimientos sociales, ante los graves problemas de regresión social y democrática (feminismo, vivienda, servicios públicos como sanidad y educación, desigualdad y capacidad adquisitiva, solidaridad con Palestina, oposición al rearme…). O sea, la colaboración por abajo, el impulso a la actividad reivindicativa, crítica y solidaria, con una perspectiva global.

En segundo lugar, potenciar las posibilidades de acuerdos parciales en territorios (Andalucía, Navarra, Extremadura) y sectores, así como en iniciativas políticas y legislativas compartidas. Y evitar mayor división.

En tercer lugar, una reflexión y renovación de las estructuras dirigentes y los liderazgos partidistas, desde la pluralidad, la cultura democrática y la colaboración. Y, en ese marco, la clarificación ideológica y la nueva vertebración orgánica.

El problema de la legitimidad pública y el encaje de los intereses corporativos de los núcleos dirigentes, con sus políticas y trayectorias, solo se podrá resolver con la realidad de la constatación de la representatividad electoral (y, aun así, será insuficiente, como han demostrado las elecciones europeas) y su influencia político-cultural entre la población. Por tanto, existe el peligro de tender hacia el debilitamiento mutuo, con la competitividad sectaria y la demostración de su empoderamiento respectivo por su política y su liderazgo. Son tendencias disgregadoras.

Se constata un punto débil que añade dificultad renovadora. La fragilidad de la constitución ideológica y democrática, sin suficiente cultura consistente en el respeto al pluralismo y la negociación de acuerdos y lealtades comunes. Se trata de elaborar unos objetivos y un plan conjunto que referencie las particularidades y reequilibrios representativos y de poder, así como consensuar los acuerdos estratégicos y de alianzas y pactar el tratamiento de los desencuentros. 

Ante ese problemático escenario, hay una opción definida en el caso de Podemos. Salvarse como izquierda valiente y firme, aunque sea en condiciones inmediatas de poca relevancia en los equilibrios parlamentarios y gubernamentales hegemonizados por las derechas y la socialdemocracia asimilada. Su hipótesis es su remontada a medio plazo, sobre la base de un esperado gran movimiento pacifista contra la guerra, que articule, bajo su liderazgo, el conjunto de la oposición social y política al llamado ‘régimen de guerra’, que determinaría todo el proceso político, subsumiendo las distintas trayectorias sociopolíticas. Habrá que verificar ese plan.

Su perspectiva es que las élites de Sumar se pasen al PSOE, cosa dudosa, al menos, antes de las elecciones de 2027. Ello les permitiría absorber sus bases sociales, una vez clarificados los campos electorales, tras la previsible debacle político-electoral. Su complemento organizativo puede ser la tendencia a la cohesión y la disciplina partidista, minusvalorando tensiones internas y el retroceso en el respeto al pluralismo, el debate interno y la negociación, descalificados por su ineficacia operativa, ante la dimensión expresada de la nueva tarea de prevalencia dirigente. 

Por parte de la dirección de Sumar se trataría de continuar con el actual estatus de superioridad institucional y respetabilidad mediática y política. Pero, ante un escenario en la oposición, queda abierta la falta de previsión y capacidad para superar esa posición menos ventajosa. Y está por ver el desarrollo de la propuesta unitaria de Izquierda Unida que, ante su imposibilidad, también se apresta a prepararse en solitario para la travesía del desierto.

La conclusión es que frente al declive representativo y de influencia de la izquierda alternativa, la solución vendrá de abajo, y los liderazgos deberán demostrar su capacidad para articular una dinámica transformadora y democrática, en condiciones desfavorables. Su renovación y ampliación procederá de la confluencia de la experiencia de acción popular, la articulación democrática y la cultura crítica de una nueva generación, con los valores de libertad, igualdad y solidaridad. Sin descartar la prolongación y agudización de la crisis orgánica y política de la izquierda alternativa, queda abierta la tarea de su recomposición y remontada en la próxima década.

Crisis y recomposición de la izquierda alternativa