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El millonario Warren Buffet advirtió que había una guerra de clases y que la estaban ganando los ricos. Se iba cumpliendo el vaticinio del padre del neoliberalismo, Milton Friedman, cuando afirmaba que había que conseguir que lo políticamente imposible fuera políticamente inevitable. La filosofía posmoderna se encargó de abolir la historia y los grandes relatos que apelaban a la redención del ser humano. La izquierda, por su parte, abrogó el concepto de conciencia de clase y se deshizo, a cambio de una imposible transversalidad sociológica, de su connatural sujeto histórico. Por todas estas cosas es por lo que hoy el fascismo está de moda. Pero en España siempre lo ha estado. No de otra manera hemos podido llegar a una derecha postfranquista que asume sin pudor la violencia, física, dialéctica e institucional como parte de un componente ideológico incardinado a romper la convivencia democrática y sustituirla por la imposición de una forzada forma de convivencia represiva. Se pueden apreciar en el vasto territorio doctrinario de un conservadurismo carpetovetónico la vertebración interesada de una deriva de las instituciones del Estado cual es, entre otras, que el Poder Judicial actúe con arbitrariedad ideológica contra los otros poderes del Estado.
Los problemas políticos dejan de estar en el ámbito de la política y la vida pública entra en una espiral de descomposición democrática
Son epifenómenos muy graves para la salud democrática del país, y que la derecha pretende conformen el sentido común de una sociedad agredida por la desinformación, la mentira y el desarreglo cultural que supone desafectar a las mayorías sociales de sus propios intereses. Es decir, que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable. Todo ello, produce que la vida pública española está teñida desde hace largo rato, y desde luego por más tiempo del que sería deseable, por el desorden y el desconcierto. Un desorden profundo que no es la algarada en la calle, sino algo más gravoso singularizado en la malformación política de las bases constituyentes y sustantivas del Estado y, como consecuencia, la presencia constante de sus límites democráticos promovido por la derecha.
En este contexto, el conjunto de los conservadores y la ultraderecha en España, difícil de diferenciar en ocasiones por su origen común franquista, propician que el debate político se diluya hasta convertirse en un territorio de violencia verbal donde todo se sustancia en una dualidad segregativa entre patriotas y traidores, buenos y malos españoles, en una voluntad autoritaria de exclusión de los que no comparten la ideología ultraconservadora en un formato antidemocrático donde la política solo puede contemplarse desde una relación de vencedores y vencidos.
El conjunto de los conservadores y la ultraderecha en España, difícil de diferenciar en ocasiones por su origen común franquista, propician que el debate político se diluya hasta convertirse en un territorio de violencia verbal
Todo ello tiene su corolario en la construcción de un escenario de prensa falaz, justicia politizada y política abyecta para conseguir que lo normal sea lo que ocurre con frecuencia y lo que ocurre con frecuencia es que todos esos ejes perturbadores de la convivencia democrática se sustancian, como escribió Milan Kundera, en un mundo distópico donde prime la sonrisa estúpida de la publicidad o la indiscreción elevada al rango de virtud.
Son las peripecias mentales sobre la singularidad morbosa no verbalizable del origen de una derecha a contracorriente sumamente antitética de las europeas de nuestro entorno. Esto no es un sedimento demodé del pasado sino un músculo ideológico que configura y define al conservadurismo que constituyó la metafísica del caudillaje y articuló la Transición para tener continuidad con todas las acotaciones de subjetividades y prejuicios propios que se sustancian en una baja consideración de la política (el formato político de la vida pública es una debilidad cuando nuestro concepto de nación es el único posible y patriótico). En este contexto, los problemas políticos dejan de estar en el ámbito de la política y la vida pública entra en una espiral de descomposición democrática.