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La Transición se desarrolló bajo la constante amenaza de lo que entonces, eufemísticamente, recibía el nombre de “poderes fácticos”. En no pocas ocasiones, quienes deseaban un avance más rápido hacia un mayor despliegue de la democracia o un mayor progreso pudieron tener la impresión de que estos poderes eran una excusa que ponía el poder democrático para ralentizar los cambios, pero los acontecimientos demostraron, y siguen demostrando, que los poderes fácticos existían, y que estaban dispuestos a intervenir si veían en peligro sus intereses.
Cada cierto tiempo hay poderes fácticos que nos recuerdan que al parecer hay límites a la modernidad
Con el paso del tiempo pensamos que nos habíamos convertido en una sociedad occidental moderna, pero cada cierto tiempo hay poderes fácticos que nos recuerdan que al parecer hay límites a la modernidad. Son poderes que duermen un sueño pacífico durante ciertos períodos, pero despiertan de repente en otros, coincidiendo siempre con los mandatos de presidentes progresistas. Cambian de vestimenta: si en los tiempos más duros fueron militares rebeldes o que amenazaban serlo, los sucedieron más tarde obispos que cambiaban el solideo por una protectora gorrilla de béisbol. Ahora parece ser que adoptan otras formas, que se envuelven en otras vestiduras. Pero a todos les es siempre común el desprecio a las reglas, la voluntad expresa de retorcerlas, el deseo de hacer lo que en absoluto les corresponde hacer.
Su aparición en escena define las situaciones críticas, entendiendo por tales aquellas en las que el ciudadano se ve obligado a preguntarse quién gobierna el país, si el Gobierno salido del Parlamento elegido en las urnas o esos otros poderes que se arrogan derechos que nadie les concede.
No se puede aceptar que en un país democrático pretendan gobernar, permítanme otra vez el símil ciclista, los que vienen en moto por el arcén
Vivimos días tremendos, en los que se persigue a un fiscal general por perseguir a un delincuente, se increpa a un presidente del Gobierno por reclamar amparo judicial, se incumple una ley emanada del Parlamento, se escucha abiertamente a la oposición hablar de una ofensiva política “en todos los frentes, incluido el judicial”, se lee en las redes a un individuo que anticipa una tras otra las decisiones de los tribunales, que hasta les pone fecha.
Y los ciudadanos nos hacemos preguntas: ¿De verdad ha terminado la Transición, o es una interminable vuelta ciclista a España en la que solo vamos alcanzando metas volantes y puertos de montaña, sin llegar jamás a la etapa final? ¿Tendremos que aceptar eternamente que el maillot amarillo parezca propiedad de un equipo concreto, y cuando se lo ponga alguien del otro equipo tenga siempre la talla justa que no permita estirar el brazo más allá de un punto?
Preguntas que algún día creímos superadas, pero que vuelven a planteársenos una y otra vez. Tareas pendientes, que será necesario, imprescindible, abordar algún día. No se puede aceptar que en un país democrático pretendan gobernar, permítanme otra vez el símil ciclista, los que vienen en moto por el arcén.